Las posibilidades de la Revolución Socialista en un país de pleno desarrollo capitalista, son mayores que en un país en el cual perduran rezagos de esclavitud o feudalismo. Puede que ocurra el salto, pero, lo ideal es el paso de un sistema económico a otro cuando las condiciones objetivas y subjetivas se juntan. Es el gran parto histórico. No es la pobreza la condición objetiva que conduce al estallido revolucionario, sino, el desarrollo de las fuerzas productivas. Con masas embrutecidas o fanatizadas por la pobreza no se hacen revoluciones. Es lo que Marx y Engels denominaron la transformación de clase en sí, en clase para sí. La Ley de la obligatoria correspondencia entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción se ha cumplido a lo largo de la historia de la Humanidad: Ocurrió en el Neolítico por la invención del arado, la rueda y la agricultura. Ocurrió en la Edad Media por la invención de la pólvora que rompió las murallas de Constantinopla y fue necesario abrir las vías transatlánticas para encontrar una nueva ruta de comunicación con Oriente (nos calaron el epíteto de "indios"). Ocurrió por la invención de la imprenta que trajo la Ilustración y el Renacimiento. Ocurrió por la invención de la máquina de vapor y la Revolución Industrial de los siglos XVIII y XIX. Está ocurriendo en el siglo XXI por la invención del transistor que le abre camino a la computadora y permite el indetenible desarrollo de los medios masivos de comunicación, de la ciencia y la tecnología. Con cada cambio, la civilización se estremece como movida por un gran seísmo. Van quedando enterradas las trasnochadas creencias bíblicas del creacionismo, suplantadas por el evolucionismo darwiniano de las especies (materialismo histórico) y la evolución de la materia (materialismo científico).
El escaso desarrollo de las fuerzas productivas ha sido el gran obstáculo en los intentos socialistas de los últimos cien años. Intentos que no fueron partos, sino abortos, por cuanto tuvieron lugar en países de escaso o nulo desarrollo capitalista (Rusia, China, Corea del Norte, Cuba, Vietnam).
En 1917 las posibilidades revolucionarias eran mayores en la Alemania capitalista que en la Rusia feudal. Alemania presentaba el mayor desarrollo capitalista de Europa. Seguros de que las cosas ocurrirían de esa manera, los revolucionarios soviéticos se quedaron en espera del estallido, pero, no ocurrió. En el 2017, cien años después, están más claras y definidas las condiciones para la transformación hacia el socialismo, en los Estados Unidos, que en cualquier otro país.
En las elecciones presidenciales del 8 de noviembre, como en ninguna otra elección en el pasado reciente, afloró con gran fuerza el fenómeno social y político de lucha de clases y ascenso de masas. Tres corrientes políticas entraron en disputa: la ultraderecha conservadora y racista (Donald Trump); la izquierda reformista (Bernie Sanders); y el establishment o burocracia washingtoniana (Hillary Clinton). Enfrentamiento que amerita, no la superficialidad en el análisis que se le prodiga en los medios de comunicación social, de dimes y diretes sobre la personalidad de los candidatos o de sus propuestas políticas, económicas y sociales, sino, el referido al trasfondo de ese fenómeno político y su trascendencia en el futuro de las luchas sociales, no sólo de Estados Unidos, sino, a escala mundial.
Los tres bandos definieron con claridad sus propuestas:
La derecha ultraconservadora agrupada en la población blanca salió en defensa de sus derechos y creencias bíblicas (puritanismo/calvinismo), amenazadas por el desarrollo científico y tecnológico (la modernidad). Definió con absoluta claridad su ideología de "pueblo escogido" enfrentado a "los infieles" que pretenden arrebatarles tradiciones, creencias arcaicas, normas trasnochadas de conductas bíblicas, que rechazan el aborto o las relaciones entre individuos del mismo sexo, ideología aliñada con actitudes xenófobas, misóginas, racistas, por el predominio de la raza blanca. Esa derecha ultraconservadora estaba en espera del líder que la despertara de su aletargado sueño y la condujera a expresar su fuerza electoral. El equipo asesor de Donald Trump descubrió, ese potencial oculto, preparó el discurso dirigido a motivarla y ponerla en movimiento. Y lo consiguieron. Desde el primer al último día, el discurso de Trump fue repetitivo, hasta el cansancio, con las mismas propuestas, lemas y consignas, enfrentadas a pronósticos adversos. ¡No se equivocó! Derrotó a los 16 aspirantes republicanos. Derrotó a los medios de comunicación que hicieron burla de sus propuestas, de su persona y sembraron prejuicios sobre su conducta personal. Derrotó a los jerarcas de su propio partido que le retiraron todo apoyo. Derrotó al establishment presidido por el presidente Obama, lanzado a la campaña con todos los hierros en favor de la candidata Clinton. Derrotó las encuestas. Trump los derrotó en forma aislada y a granel. Pero, además de conquistar los votos de los colegios electorales para su elección, arrastró los votos para obtener la mayoría en las dos cámaras del Congreso, y la mayoría de los gobernadores electos. Fue un triunfo aplastante. Ahora el enemigo a vencer es el establishment que, con la mano en alto le dice, ¡Con mis políticas no te metas!
En segundo lugar, la izquierda reformista, agrupada en la clase obrera y la juventud en general y en particular, las de inclinación por el partido demócrata, que exigieron las reivindicaciones sociales negadas por el capitalismo. El bando de la izquierda reformista encontró liderazgo en el senador Bernie Sanders, con propuestas sociales de educación y salud gratuitas, aumentó de salario, seguridad social y otros enunciados del programa de la socialdemocracia. Su discurso alcanzó en un instante la efervescencia del Alka Seltzer, por la acogida en las universidades, sindicatos y sectores desposeídos, excluidos, de la sociedad estadounidense. Una masa entusiasta y grandilocuente colmó en todo el país sus actos electorales y puso contra la pared a la, en apariencia, imbatible candidata Clinton. A Sanders no le alcanzaron el tiempo y los números para obtener la nominación. Tenía que proyectar su discurso al futuro, mantener en alto la bandera de las luchas sociales que había levantado con tanto éxito; pero, se plegó a la candidatura demócrata y despreció la posibilidad de formar tienda aparte para futuras luchas político/sociales. Parece, Sanders no llegó a comprender ni medir el alcance de su propuesta. Había que derrotar al establishment, encarnado en la candidatura de la Clinton – los votos demócratas de la clase obrera y la juventud por medio de la abstención militante para luego enfilar la lucha contra el enemigo de clase encarnado en la candidatura de Donald Trump. Las multitudes entusiastas que lo acompañaron, quedaron huérfanas y a la desbandada, sin el proyecto político de continuidad en la lucha futura.
En tercer lugar, el establishment o burocracia washingtoniana, defensora del continuismo, de la inamovilidad de las políticas guerreristas, imperialistas de dominación, explotación capitalista, tanto a escala nacional como internacional, adobadas por la corrupción propia de las burocracias que se eternizan en el poder (30 años de la Clinton). No en vano Trump aludía, "¡Hillary corrupta!"
El aletargamiento en que se encontraba la sociedad estadounidense, fue zarandeado por los discursos fuera de tono que se pronunciaron en la campaña electoral, tanto por el bando grandilocuente de la derecha ultraconservadora, como, tímido, de la izquierda reformista, síntoma de enfrentamiento social nunca visto en el pasado reciente. El establishment quedó en medio de esa puja. Ambos discursos entusiasmaron a los seguidores de uno y otro bando. Ese fenómeno político es de indudable trascendencia. A partir de ahora, los procesos electorales no volverán a caer en el tedio que los caracterizaba. Una dinámica nueva los alentará. La izquierda retomará, profundizará, radicalizará la propuesta y ahondará el camino ingenuo de la lucha que le trazó el senador Bernie Sanders, cuya edad, es lamentable, ya no le permite andar en esos trotes. Aun cuando sus méritos son indiscutibles.
Lo ocurrido en estas elecciones, sin duda, tendrá trascendencia. Nubarrones de lucha social y ascenso de masas se cierne sobre la sociedad estadounidense. El rio de las contradicciones que conduce el caudal de la transformación, subió de nivel y es imposible devolverlo al cauce normal.
La lucha enunciada por los Ocupy Wall Street del 1% (los millonarios) enfrentado al 99% (las mayorías nacionales), tomará fuerza. Hay que aplicarle la lupa en las entrañas, a esa lucha, para poder avizorar el curso de la historia.