"Quiero deciros, mis hermanos indios reunidos aquí en Bolivia, que la campaña de resistencia de quinientos años no ha sido en vano. Esta lucha democrática y cultural es parte de la lucha de nuestros antepasados, es la continuación de la lucha de Tupac Katari [líder indígena anticolonial], es la continuación de la lucha del Che Guevara".
Evo Morales.
Cuando murió Milton Friedman, en noviembre de 2006, muchas de las necrológicas estaban imbuidas del miedo de que su muerte significase el fin de una era. En el National Post, de Canadá, Terence Corcoran, uno discípulos más devotos de Friedman, se preguntó si el movimiento global que el economista había iniciado podría continuar. "Friedman era el último gran león de la economía del libre mercado y su muerte deja un vacío. […] Hoy no hay nadie vivo que llegue a su altura. ¿Sobrevivirá a largo plazo los principios por los que Friedman lucho y que él mismo articuló sin una nueva generación de firme, carismático y capaz liderazgo intelectual? Es difícil decirlo".
En 1976, Orlando Letelier, una de las primeras víctimas de la contrarrevolución, insistió en que la tremenda desigualdad que los de Chicago habían causado en Chile no era "una desventaja de la economía, sino un éxito político temporal". Para Letelier era obvio que las reglas de "libre de mercado" de la dictadura estaban logrando exactamente lo que pretendían: no creaban una economía perfecta y armoniosa, sino que convertían a los que ya eran ricos en superricos y a la clase trabajadora organizada en pobres de usar y tirar. Estas pautas de estratificación se han repetido en todos los lugares en que la ideología de la Escuela de Chicago ha triunfado. En China, a pesar de su asombroso crecimiento económico, la brecha entre los ingresos de los que viven en las ciudades y los ochocientos millones de pobres que viven en el campo se ha doblado durante los últimos veinte años. En Argentina, donde en 1970 el 10% más rico de la población ganaba 12 veces más que el 10% más pobres, los ricos ganaban en 2002, 43 veces más. El"éxito político" de Chile ha sido verdaderamente globalizado. En diciembre de 2006, un mes después de la muerte de Friedman, un estudio de Naciones Unidas descubrió que"el 2% de los adultos más ricos del mundo reúnen más de la mitad de la riqueza de todos los hogares del mundo". El cambio ha sido más claro en Estados Unidos, donde en 1980 los CEO ganaban 43 veces más que el trabajador medio, momento en que Reagan inauguró la cruzada friedmanista. En 2005 los CEO ganaban 411 veces más que el trabajador medio. Para esos directivos, la contrarrevolución que empezó en el sótano del edificio de Ciencias Sociales en la década de 1950 ha sido un éxito absoluto, pero el precio de esa victoria ha sido una pérdida de fe generalizada en la promesa central del libre mercado: que el aumento de riqueza revertirá en todos. Como Webb dijo durante la campaña de las elecciones de mitad de mandato,"la economía de cascada no funcionó".
El acaparamiento de tanta riqueza por una reducida minoría de la población mundial no fue un proceso pacifico, como hemos visto, ni, en muchas ocasiones, se hizo de forma legal. Corcoran acertó al cuestionar el calibre del liderazgo del movimiento, pero el problema no consistía simplemente en la ausencia de personajes de la talla de Friedman, El problema era que muchos de los hombres que habían estado en las trincheras del frente del impulso internacional para liberar los mercados de toda restricción estaban en ese momento sumidos en una asombrosa serie de escándalos y procesos penales que abarcaban desde los primeros laboratorios en Latinoamérica hasta el más reciente en Irak. En sus treinta y cinco años de historia, el programa de la Escuela de Chicago ha prosperado a través de la estrecha cooperación de poderosos empresarios, cruzados ideológicos y líderes políticos autoritarios. En 2006 muchas figuras clave de cada uno de estos tres campos estaban o bien en la cárcel o bien siendo juzgados.
Augusto Pinochet, el primer líder en poner en práctica el tratamiento de choque de Friedman, vivía bajo arresto domiciliario (a pesar de que murió antes de que se le pudiera juzgar por las acusaciones de corrupción o asesinato). El día después de que muriese Friedman la policía uruguaya acudió a arrestar a Juan María Bordaberry por cargos relacionados con la muerte de cuatro destacadas figuras de la izquierda en 1976. Bordaberry dirigió Uruguay durante el brutal período en el que país se echó en brazos de la política económica de la Escuela de Chicago, con colegas y estudiantes de Friedman asesorando en puestos de responsabilidad. En Argentina, los tribunales habían anulado la inmunidad de los líderes de la Junta militar, enviando al expresidente Jorge Videla y al almirante Massera a la cárcel de por vida. Domingo Cavallo, que había dirigido el Banco Central durante la dictadura y que había continuado el amplio programa de tratamiento de choque durante la democracia, fue también condenado por "fraude en la administración pública". Un acuerdo sobre la deuda que Caballo cerró con los bancos extranjeros en 2001 costó al país decenas de miles de millones de dólares y el juez, que congeló diez millones de dólares de activos personales de Cavallo, afirmó que la administración había actuado siendo"absolutamente consciente" del perjudicial resultado de aquel trato.
En Bolivia, el expresidente Gonzalo Sánchez de Lozada, en cuya sala de estar se había diseñado la"bomba atómica" económica, tenía pendiente una orden de busca y captura por varios cargos relacionados con el asesinato a tiros de manifestantes y con los contratos que había firmado con empresas de gas extranjeras, cuerdos que, presuntamente, violaban las leyes bolivianas. En Rusia, no sólo se ha condenado a los de Harvard por fraude sino que muchos de los oligarcas rusos, los empresarios con muchos contactos que ganaron miles de millones de la noche a la mañana gracias a las privatizaciones que el equipo de Harvard había ayudado a diseñar, estaban en la cárcel o en el exilio. Mijaíl Jodorkovski, exdirector del gigante petrolero Yukos, cumplía una sentencia de ocho años en una cárcel siberiana. Su colega y principal accionista, Leonid Nevzlin, estaba exiliado en Israel, igual que otro de sus colegas oligarcas, Vladimir Gusinski, mientras que el infame Boris Berezovski se había mudado a Londres sin poder regresar a Moscú por temor a ser arrestado por fraude. Todos estos malandros, sin embargo, niegan haber hecho nada ilegal. Conrad Black, que con su cadena de periódicos era el amplificador ideológico más potente del friedmanismo en Canadá, se enfrentaba a acusaciones en Estados Unidos que decían que había estafado a los accionistas de Hollinger International, utilizando a la empresa, según la fiscalía, como si fuera"el banco de Conrad Black". También en Estados Unidos, Key Lay, de Enron —el ejemplo más claro de las desastrosas consecuencias de la liberación de la energía— murió en julio de 20065, después de haber sido condenado por conspiración y estafa. Y Grover Norquist, el promotor friedmanista miembro de think tanks que había puesto los pelos de punta a los progresistas al declarar"Yo no quiero abolir el gobierno. Sólo quiero reducirlo hasta un tamaño con el que pueda arrastrarlo hasta el lavabo y ahogarlo en la bañera", estaba metido hasta el cuello en el escándalo de tráfico de influencias en torno al cabildero de Washington Jack Abramoff, aunque no se han presentado cargos contra él.
A pesar de que todos, desde Pinochet a Cavallo pasando por Berezovski y Black, han intentado retratarse como víctimas de una persecución política sin fundamento, esta lista, que no es ni mucho menos exhaustiva, representa un giro radical del mito de la creación neoliberal. La cruzada económica consiguió aferrarse a una capa de respetabilidad y legalidad conforme progresó. Ahora esa capa estaba siendo levantada de forma muy pública, revelando debajo un sistema de enormes diferencias de riqueza que a menudo se habían forzado con la ayuda de medios groseramente criminales.
Aparte de los problemas legales, otras nubes ensombrecían al horizonte. Los efectos del shock que habían sido tan importantes para crear la ilusión de un consenso ideológico estaban empezando a desgastarse. Rodolfo Walsh, otra de las primeras víctimas, había contemplado la creciente influencia de la Escuela Chicago en Argentina como un contratiempo, no como una derrota definida. Las tácticas terroristas de la Junta militar habían conmocionado al país, pero Walsh sabía que la conmoción, por su propia naturaleza, es un estado transitorio. Antes de que le ametrallaran en las calles de Buenos Aires, Walsh estimó que pasarían unos veinte o treinta años antes de que los efectos del terror cedieran y los argentinos recuperasen el equilibrio, el valor y la confianza, y estuvieran dispuestos de nuevo a luchar por la igualdad económica y social. Fue en 2001, veinticuatro años después, cuando Argentina estalló en protestas contra las medidas de austeridad prescritas por el FMI y luego procedió a echar a cinco presidentes en sólo tres semanas. (Desgraciadamente, los argentinos siempre se pegan con las espuelas).
En los años transcurridos desde entonces, esa resistencia consciente al shock se ha extendido a otros antiguos laboratorios, como Chile, Bolivia, China o el Líbano. Y conforme el pueblo se desprende del miedo colectivo que les fue instalado con tanques y picanas, con súbitas fugas de capitales y recortes brutales de servicios, son muchos los que exigen más democracia y más control sobre los mercados. Estas exigencias representan la mayor amenaza de todas las que se ciernen sobre el legado de Friedman, porque niegan su tesis más importante: que el capitalismo y la libertad forman parte del mismo e indivisible proyecto.
¿Qué será de Venezuela con el mal gobierno que tenemos?
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!