¡Vaya! Al fin parece que estamos despertando. La gente está enfurecida con la puñalada que nos asestó Peña Nieto con el tremendo gasolinazo. Por todas partes surgen grupos que se manifiestan contra la medida y, particularmente contra el autor del desaguisado. Se hacen cierres de vialidades; se hacen plantones frente a gasolineras y frente a oficinas gubernamentales; incluso, en el Estado de México se registraron saqueos de tiendas departamentales. El mediodía de hoy (miércoles) Peña convocó a una conferencia de prensa para dar posesión del cargo de secretario de Relaciones Exteriores a Luis Videgaray, el mismo que fue despedido del encargo en la de Hacienda y Crédito Público, y al finalizar aprovechó para referirse al famoso gasolinazo con la demagogia de siempre: "es una medida dolorosa que nunca hubiera querido tomar" pero que es indispensable para mantener la estabilidad de las finanzas públicas que, de no haberse tomado, se verían seriamente afectadas en perjuicio de todos los mexicanos; dijo comprender el malestar propiciado pero que espera que la población lo pueda comprender, para lo cual se hará un intenso programa de información y explicación.
Así las cosas, me resulta en extremo difícil poder expresar una opinión que ofrezca alguna alternativa eficaz ante los acontecimientos. Desde luego hay que advertir que el gasolinazo ya no es la gota que derrama el vaso, sino el caudaloso chorro que desde hace rato cae sobre un pequeño recipiente incapaz de contenerlo; la única diferencia es que el que hoy nos pega lo hace directamente al bolsillo de la clase media y le enfurece hasta niveles no vistos en mucho tiempo; a ellos no les preocuparon los fraudes electorales, ni la corrupción, menos les afectó Ayotzinapa o los crímenes contra los derechos humanos, tampoco el atraco a la educación; esas eran broncas en otros patios y ellos son muy egoístas, pero el precio de la gasolina sí que pega en el propio patio. Una cosa es importante hoy: que la población toda, incluida la clase media, comprenda que la traición de los vendepatrias es holística, de pe a pa, y que comenzó desde 1982 con las reestructuraciones de la deuda externa y sus condicionantes neoliberales. Desde entonces comenzó el desmantelamiento de Pemex y del país, con Carlos Salinas como principal promotor, y hoy nos toca sufrir, también de manera holística, sus consecuencias nefastas.
Se pide la renuncia de Peña Nieto y la anulación del gasolinazo; está bien, pero no sólo eso: lo que se requiere es la total anulación del régimen que nos gobierna, corrupto y traidor, para establecer uno nuevo que privilegie a la democracia, la honestidad, el patriotismo y la eficacia en el ejercicio del poder. No basta el recambio de personajes, ni el gatopardismo en el sistema, como resultaría de un interinato del PRI o del PAN que viniera a sacar las castañas del horno y a saciar el encabronamiento de la sociedad para que luego, en las elecciones, vuelvan a sus trastadas y mantengan la impunidad, la corrupción y la entrega del país.
El tema y la reacción generalizada da pié para considerar que es viable la convocatoria a un paro nacional, incluso, de alguna manera, se está practicando al afectar el suministro de combustibles mediante los cortes de rutas y las tomas de instalaciones petroleras y de los expendios de gasolina. Pero ni los partidos ni los sindicatos ni las organizaciones sociales mayoritarias se han expresado en ese sentido; la convocatoria ha sido espontánea y carente de liderazgo y organización, lo que es muy bueno para la salud social momentánea, pero pésimo para su trascendencia ulterior. Los fracasos en esta materia sirven de vacuna para inmunizar al sistema.
Confieso que me sentiría muy a gusto con Andrés Manuel convocando, muy airado, a derribar a Peña Nieto. Pero también confieso que comprendo su postura en el sentido de trasladar hasta las elecciones del 2018 la acción definitiva para derribar con votos a este régimen corrupto. Por eso hay razones de la política que la razón no comprende, aunque hay una muy claramente entendible: no te lances a una batalla en que no tengas la certeza de ganar. Tal es el caso; se trata de no morir en el intento.