Cuando en las postrimerías de la guerra de Sucesión (1714) Felipe V —primer Borbón español, educado en el centralismo de su abuelo Luis XIV— ocupó Barcelona el 14 de septiembre, las instituciones catalanas como el Consejo de la Ciento, la Generalidad, etcétera, perecieron al mismo tiempo que las tropas hispano-francesas ocupaban la ciudad. Por el decreto llamado de Nueva Planta (1716) la Cataluña comercial y productora era sometida a un centralismo que estaba lejos de representar la modernización del Estado.
Los fueros catalanes fueron abolidos, la Universidad de Barcelona fue traslada a Cervera en premio al filipismo de las clases directoras de la capital de la Segarra, la lengua catalana fue relegada al simple uno doméstico…
La tendencia unificadora del siglo XIX se orientó a suprimir todo vestigio de la personalidad catalana; el código penal catalán fue abolido en 1822, el de comercio en 1829, el uso del catalán en la escuela primaria en 1825. Sin embargo, cuando llega el momento de la revolución industrial hemos visto cómo Cataluña se sitúa a la cabeza del movimiento capitalista. También hemos visto cómo la burguesía catalana entró en contradicción con los intereses de los propietarios agrarios representados en el poder central.
Al lado de estos factores económicos, la pujanza de la lengua catalana y de su tradición cultural contribuyeron a darle conciencia de su nacionalidad.
Bajo forma cultural el movimiento catalán cobra bríos a partir de la Oda a la Patria de Aribau, publicada en 1833 en el periódico El Vapor. Después vino la obra también poética de Rubió y Ors que culminó, en 1859, en la restauración por el Ayuntamiento de Barcelona de los Juegos Florales de poesía en lengua catalana. Vinieron los trabajos históricos de Bofarull, Milá y Fontanals, comenzó a aparecer prensa en catalán, primero Un troç de paper y luego Lo gay saber. Federico Soler hizo renacer el teatro catalán. Una verdadera adquisición de conciencia nacional se iba expresando en forma de renacimiento cultural; hasta entonces, estas manifestaciones eran dirigidas principalmente por intelectuales. Pero el renacimiento cultural se producía en momento propicio desde el punto de vista económico y político.
Pi y Margall, con su federalismo racionalista, no comprendió el problema específico de nacionalidades como Cataluña. Por eso, de entre sus propias filas surgió un Almirall que restableció las bases del catalanismo publicando, en 1886, Lo Catalanisme.
Muy joven aún, aparece en la vida pública la personalidad que encarna el pleno desarrollo del nacionalismo catalán: Enrique Prat de la Riba. En 1890, a los 20 años, es ya presidente del “Centre Escolar Catalanista” y al año siguiente secretario de la “Unió Catalanista”.
Hijo de campesinos medios de Castelltersol, en 1893 acabó sus estudios de Derecho en la Universidad de Barcelona. En 1892, la “Unió Catalanista” proclamó sus “Bases” en la Asamblea de Manresa, en cuya redacción participó Prat.
Ya en 1885 Valentín Almirall (que desde 1879 dirigía el Diari Catalá) había presentado al rey el Memorial en defensa de los intereses morales y materiales de Cataluña. Pero sobre todo fue la Asamblea de Manresa y el programa que de ella surgió lo que significó una nueva atapa para el nacionalismo catalán; estas bases defendían una España federal en la que Cataluña tuviese pleno dominio sobre su administración interna, emisión de moneda y modalidades en que debiera participar en la defensa nacional.
Son años esos del último decenio del XIX en que el movimiento nacionalista catalán va madurando en los hechos y en las ideas. En 1897, el Ateneo Barcelonés, presidido por Almirall, organiza un ciclo de conferencia, la primera de las cuales, a cargo de Prat de la Riba, tiene por tema “El hecho de la nacionalidad catalana”. La idea está ya explícitamente formulada.
Dos años más tarde, La Veu de Catalunya, hasta entonces semanario, empieza a publicarse como diario bajo la dirección de Prat. La campaña toma ya altos vuelos; Prat de la Riba y los suyos repiten una y otra vez que nacionalismo no quiere decir separatismo.
Por su parte, el nacionalismo vasco comienza a abrirse camino, si bien los sentimientos nacionalistas habían sido largo tiempo canalizados por el carlismo so pretexto de defensa de los Fueros, que presentaba a los “liberales” como centralistas empedernidos. Pero más tarde el movimiento fue cobrando independencia y perfilándose. Ya en 1895 los nacionalistas de San Sebastián se manifestaron contra el poder central con motivo de un viaje de Sagasta, que se vio en difícil trance para salir con bien del hotel donde se alojaba, rodeado por una muchedumbre indignada. Son los momentos en que el joven Sabino Arana comienza a formar adeptos y escribe Vizcaya por su independencia.
También en Galicia, aunque de manera más tenue, se expresa el sentimiento nacionalista en manifestaciones culturales. Bástenos con citar la poesía de Rosalía de Castro y Curros Enríquez.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!