El documento de los "hermanos internacionales" que damos a conocer a continuación pone de relieve cuáles eran las ideas generales del bakuninismo sobre la lucha revolucionaria y sus concepciones sobre la revolución misma. Los documentos son una magnifica pieza de confusionismo, como dice Marx, "de una charlatanería vacua, rosario de oquedades que pretende confundir espanto…" Para nosotros, la importancia de este documento está en su análisis en relación con el anarquismo español para apreciar el grado de influencia que las ideas de Bakunin ejercieron sobre él, no sólo en aquella fecha, sino hasta nuestros días. Leyendo el documento aparecen ante nosotros un sinfín de acontecimientos sociales ocurridos en España que encuentran plenamente su explicación en las ideas y programas de Bakunin y a cuyas ideas los anarquistas españoles fueron ciegamente adictos, y de ello nos da constantes ejemplos la historia de muchas de las luchas de los campesinos de Andalucía, caracterizadas por la "proclamación del comunismo libertario, la supresión del Estado, la quema de toda "papelería" de los Ayuntamientos y, sobre todo, fundamentalmente, los títulos de la propiedad…" Quemados los títulos de la propiedad, la revolución social —según ellos— ya estaba realizada.
El ejemplo más elocuente, sin duda, de las realizaciones prácticas del bakuninismo en España lo ofrecen los acontecimientos de Alcoy de 1873, sus actitudes ante cada campaña electoral y, sesenta y tres años más tarde, los que brinda la historia de la guerra de 1936-1939 inspirados y de acuerdo con los programas de Bakunin de 1868, y que no es nuestro propósito analizar en este artículo, sino por la importancia y repercusión que han tenido paras la heroica lucha del pueblo español, por su libertad, por su independencia y por la influencia negativa decisiva, tal vez histórica, que ejercieron en el desarrollo de los acontecimientos.
Programa y objeto de la Organización Revolucionaria de los Hermanos Internacionales.
1. Los principios de esta organización son los mismos que los del programa de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista. Son aún más explícitamente expuestos con referencia a las cuestiones de la mujer, la familia religiosa y jurídica y de Estado, en el programa de la democracia socialista rusa.
2. La Asociación de los hermanos internacionales quiere la revolución universal, social, filosófica, económica y política, con el objeto de destruir el orden de cosas actual fundado sobre la propiedad, la explotación, la dominación y sobre el principio de la autoridad, sea religiosa, sea metafísica y burguesamente doctrinaria, sea igualmente revolucionaria jacobina; que no quede primero en toda Europa y después en el resto del mundo, piedra sobre piedra, al grito de paz a los trabajadores, libertad a todos los oprimidos, muerte a los dominadores, a los explotadores y a los tutores de toda clase. Nosotros queremos destruir todos los estados y todas las iglesias, con todas sus instituciones y sus leyes religiosas, políticas, jurídicas, financieras, policíacas, universitarias, económicas, económicas y sociales a fin de que todos esos millones de pobres seres humanos, engañados, esclavizados, atormentados, explotados, queden liberados de todos sus directores y bienhechores oficiales y oficiosos; que las asociaciones y los individuos respiren, en fin, en una completa libertad.
3. Convencidos de que el mal individual y social reside mucho menos en los individuos que en la organización de las cosas y en las posiciones sociales, nosotros seremos humanos tanto por sentimiento de justicia como por cálculo de utilidad y destruiremos sin piedad las posiciones y las cosas a fin de poder, sin ningún peligro para la revolución, ahorrar los hombres. Nosotros negamos el libre arbitrio y el pretendido derecho de la sociedad a castigar. La justicia, ella misma tomada en el más amplio sentido humano, no es más que una idea, por así decir, negativa y de transición. Plantea el problema social, pero lo razona, no hace más que indicar la única vía posible para la emancipación humana, es decir, de la humanización de la sociedad por medio de la libertad y la igualdad; la solución positiva no podrá ser dada más que por la organización cada vez más racional de la sociedad. Esta solución tan deseada, el ideal de todos, es la libertad, la moralidad, la inteligencia y el bienestar de cada uno por la solidaridad de todos, la humana fraternidad.
Todo ser humano es el producto involuntario de un medio natural y social en el seno del cual ha nacido, donde él se desarrolla y del cual sigue soportando la influencia. Las tres grandes causas de toda inmoralidad humana son: la desigualdad, lo mismo política como económica y social; la ignorancia, que es su resultado natural, y la esclavitud, que es su consecuencia necesaria.
La organización de la sociedad ha sido siempre y en todas partes la única causa de los crímenes cometidos por los hombres, es hipocresía o absurdidad evidente si la sociedad castiga a los criminales, ya que todo castigo supone la culpabilidad y los criminales no son nunca culpables. La teoría de la culpabilidad y los criminales no son nunca culpables. La teoría de la culpabilidad y del castigo ha salido de la teología, es decir, del casamiento de lo absurdo con la hipocresía religiosa.
El único derecho que se puede reconocer a la sociedad en su estado actual de transición es el derecho natural de asesinar los criminales producidos por ella misma en el interés de su propia defensa, y no el de juzgarlos y condenarlos. Ese derecho, incluso dentro de la acepción estricta de la palabra, será más bien un hecho natural, triste pero inevitable, signo y producto de la impotencia y de la estupidez de la cual sociedad, y cuanto más la sociedad sepa evitar la utilización de ese derecho tanto más se acercará a su emancipación real. Todos los revolucionarios, los oprimido, las sufridas víctimas de la actual organización de la sociedad y cuyos corazones están, naturalmente, plenos de venganza y de odio, deben recordar bien que los reyes, los opresores, los explotadores de toda suerte son tan culpables como los criminales salidos de la masa popular; son malhechores, más no intencionados, porque ellos son también, como los criminales ordinarios, productos involuntarios de la actual organización de la sociedad.
No hay que extrañarse si, en el primer momento, el pueblo sublevado mata. Será una desgracia inevitable, tal vez tan fútil como los destrozos que causa una tormenta.
Más ese hecho natural no será ni moral ni siquiera útil. Sobre ese punto la historia está llena de enseñanzas; la terrible guillotina de 1793, que no podrá ser acusada ni de pereza ni de lentitud, no ha llegado a destruir la clase nobiliaria en Francia. La aristocracia, si no ha sido completamente destruida, por lo menos fue profundamente debilitada, aunque no por la guillotina, sino por la confiscación y la venta de sus bienes.
En general, se puede decir que las matanzas políticas no han aniquilado jamás a los patronos; se han mostrado sobre todo impotentes contra las clases privilegiadas, puesto que la fuerza reside mucho menos en los hombres que en las posiciones que da a los hombres privilegiados la organización de las cosas, es decir, la institución del Estado y, su consecuencia, su base natural, la propiedad individual.
Para hacer una revolución radical hace falta, por lo tanto, atacar a las posiciones y a las cosas, destruir la propiedad y el Estado; entonces no habrá necesidad de destruir a los hombres ni de condenarse a la reacción infalible e inevitable, que nunca ha fallado jamás, de producir en cada sociedad la masacre de los hombres.
Más, para tener el derecho de actuar humanamente para con los hombres, sin peligro para la revolución, será necesario no tener piedad para las posiciones y las cosas; será necesario destruirlo todo, sobre todo y ante todo la propiedad y su corolario inevitable: el Estado. He ahí todo el secreto de la revolución.
No hay que extrañarse de la actitud de los jacobinos y los blanquistas, que se han hecho socialistas más bien por necesidad que por condición y porque el socialismo es un medio, no el objetivo de la revolución, puesto que ellos quieren la dictadura, es decir, la centralización del Estado; el Estado les conducirá por una necesidad lógica e inevitable a la reconstitución de la propiedad. Por eso, es natural, decirnos nosotros, que no quieran hacer una revolución radical contra las cosas, ellos sueñan una revolución sanguinaria contra los hombres.
Pero esta revolución sanguinaria fundada sobre la constitución de un Estado revolucionario potente, centralizado, tendría por resultado inevitable, como lo probaremos más tarde, la dictadura militar de un nuevo amo. Por lo tanto, el triunfo de los jacobinos o de los blanquistas será la muerte de la revolución.
4. Nosotros somos los enemigos naturales de esos revolucionarios, futuros dictadores, reglamentadores y tutores de la revolución que, antes que los Estados monárquicos, aristocráticos y burgueses actuales sean destruidos, sueñan ya con la creación de Estados revolucionarios tan centralizados y más despóticos que los Estados que existen hoy día, que tienen un gran hábito del orden creado por una autoridad cualquiera desde arriba y un gran horror a eso que les parece el desorden y que no es otra cosa que la franca y natural expresión de la vida popular que, antes mismo que un bueno y saludable desorden sea producido por la revolución, se sueña ya con el poder amordazar por la acción de una autoridad cualquiera que no tendrá de revolución más que el nombre, pero que, no será nada más que una nueva reacción, puesto que, en efecto, no será una nueva condenación de las masas populares, gobernadas por decretos, a la obediencia, a la inmovilidad, a la muerte, es decir, a la esclavitud y a la explotación por una nueva aristocracia casi revolucionaria.
5. Nosotros comprendemos la revolución en el sentido del desencadenamiento de eso que se llama hoy día las malas pasiones y de la destrucción de eso que en el mismo lenguaje se llama "el orden público".
Nosotros no tememos, nosotros invocamos la anarquía, convencidos de que de esta anarquía, es decir, de la manifestación completa de la vida popular desencadenada, debe salir la libertad, la igualdad, la justicia, el orden nuevo y la fuerza misma de la revolución contra la reacción. Esta vida nueva —la revolución popular— no tardará sin duda en organizarse, pero ella creará su organización revolucionaria de abajo arriba y de la periferia al centro, conforme al principio de la libertad, y no de arriba abajo, ni del centro a la periferia, según el modo de toda autoridad, porque nos importa poco que esta autoridad se llame Iglesia, monarquía, Estado constitucional, república burguesa, o igualmente dictadura revolucionaria. Nosotros las detestamos y las rechazamos todas, a título igual, como fuentes infalibles de explotación y de despotismo.
6. La revolución, tal como nosotros la entendemos desde los primeros días, deberá destruir radicalmente y completamente el Estado y todas las instituciones del mismo. Las consecuencias naturales y necesarias de esta destrucción serán:
a) La bancarrota del Estado.
b) El cese del pago de las deudas privadas por la intervención del Estado, dejando a cada deudor el derecho de pagar las suyas si él quiere.
c) La cesación de pago de todo impuesto y del descuento previo de todas las contribuciones, sean directas o indirectas.
d) La disolución del Ejército, de la magistratura, de la burocracia, de la política y de los curas.
e) La abolición de la justicia oficial, la suspensión de todo aquello que jurídicamente se llama derecho y el ejercicio de esos derechos. Por consecuencia, abolición y auto de fe de todos los títulos de la propiedad, actas de herencia, de venta, de donación, de todos los procesos. En una palabra, la abolición de toda la papelería (expedientes) jurídica y civil. Por todas partes y en todas las cosas, el hecho revolucionario en vez del derecho creado y garantizado por el Estado.
f) La confiscación de todos los capitales productivos e instrumentos de trabajo en beneficio de la Asociaciones de los Trabajadores, que deberán hacerlos producir colectivamente.
g) La confiscación de todas las propiedades de la Iglesia y del Estado, así como de los metales preciosos de los individuos, en beneficio de la Alianza federativa de todas las asociaciones obreras, Alianza que constituirá la Comuna.
A cambio de los bienes confiscados, la Comuna entregará a todos los individuos despojados aquello que les sea estrictamente necesario, sin menoscabo de que más tarde, por su propio trabajo, podrá ganar más si ellos quieren y pueden.
h) Para la organización de la Comuna, la Federación de las barriadas permanente, la función de un Consejo de la Comuna revolucionaria por la delegación de uno o dos diputados por cada barriada, uno por calle o por barrio, investidos de mandatos imperativos, responsables y revocables en todo momento. El Consejo comunal así organizado podrá escoger de su seno los comités ejecutivos, separados por cada rama de la administración revolucionaria de la Comuna.
i) Declaración de la capital sublevada y organizada en Comuna que después de haber destruido el Estado autoritario, lo que estaba en derecho de hacer puesto que era esclava como las demás localidades, renuncia a su derecho o más bien a toda pretensión de gobernar, de imponerse a las demás provincias.
j) Llamamiento a todas las provincias, comunas y asociaciones, dejándolas, según el ejemplo dado por la capital, libres de organizarse revolucionariamente primero y de delegar después a un lugar de reunión convenido, sus diputados, investidos también de mandatos imperativos, responsables y revocables para constituir la Federación de las Asociaciones, comunas y provincias sublevadas, en nombre de los mismos principios y para organizar una fuerza revolucionaria capaz de triunfar sobre la reacción. Envío, no de comisarios revolucionarios oficiales con un emblema cualquiera, sino de propagadores revolucionarios a todas las provincias y comunas, sobre todo a los campesinos, que no podrán ser revolucionarios ni por los principios ni por los decretos de cualquier dictadura, sino solamente por los propios hechos revolucionarios, es decir, por las consecuencias que, infaliblemente, producirá en todas las comunas la cesación completa de la vida jurídica y oficial del Estado, la abolición del Estado nacional aun en el sentido que todo país extranjero, provincia, comuna, asociación, como individuo aislado, que fueran sublevados o no por los mismos principios, serán recibidos en la federación revolucionaria, sin considerar las fronteras actuales de los estados pertenecientes a sistemas políticos o nacionales diferentes y que solamente las propias provincias, comunas, asociaciones, individuos que tomaron el partido de la reacción serán excluidos.
Por lo tanto, por el hecho mismo del derrame y de la organización de la revolución con vista a la defensa mutua de los países sublevados, la universalidad de la revolución fundada sobre la abolición de las fronteras y sobre la ruina de los estados triunfará.
7. No puede haber revolución, ni política nacional triunfante, a menos que la revolución política se transforme en revolución social y que la revolución nacional, precisamente por su carácter radicalmente socialista y destructivo del Estado, se transforme en revolución universal.
8. La revolución debe hacerse por todo el pueblo, y la suprema dirección debe residir siempre en el pueblo organizado en Federación libre de asociaciones agrícolas e industriales. El Estado revolucionario, organizándose de abajo arriba por vía de delegación revolucionaria, abarcando todos los países sublevados en nombre de los mismos principios, sin tener en cuenta las viejas fronteras ni las diferencias de nacionalidad, tendrá por objeto la administración de los servicios públicos y no el gobierno de los pueblos. Constituirá la nueva patria, la Alianza de la Revolución Universal contra la Alianza de todas las naciones.
9. Esta organización excluye toda idea de dictadura y de poder dirigente tutelar. Más, por el establecimiento de esta Alianza revolucionaria, para el triunfo de la revolución contra la reacción, es necesario que, en medio de la anarquía popular que constituirá la vida misma y toda la energía de la revolución, la unidad de pensamiento y de acción revolucionaria encuentre un órgano. Este órgano debe ser la Asociación secreta y universal de los hermanos internacionales.
10. Esta asociación parte de la convicción de que las revoluciones no son jamás hechas ni por los individuos ni siquiera por las asociaciones secretas. Se producen por ellas mismas, surgen por la fuerza de las cosas, por el movimiento de los acontecimientos y de los hechos. Se preparan durante largo tiempo en la profundidad de la conciencia instintiva de las masas populares; después estallan suscitadas, en apariencia, por causas fútiles. Todo aquello que puede hacer una sociedad secreta bien organizada es, en primer lugar, ayudar al nacimiento de una revolución extendiendo e las masas las ideas que corresponden a los instintos de los pueblos y de organizar, no el ejército de la revolución —el ejército debe ser siempre el pueblo—, sino una suerte de estado mayor revolucionario compuesto de individuos adictos, enérgicos, inteligentes y sobre todo amigos sinceros del pueblo y no ambiciosos ni vanidosos, capaces de servir de intermediarios entre la idea revolucionaria y los instintos populares.
11. El número de estos individuos no debe, por lo tanto, ser inmenso. Para la organización internacional en toda Europa, cien revolucionarios fuertemente y seriamente aliados son suficientes. Dos o tres centenas de revolucionaros bastarán para la organización del país más grande.
(L’Alliance de la Democratie Socialiste
Et l’Association Internationale des
Travailleurs, A. Dardon, Londres, 1873.)
Después de leer el programa de los "hermanos internacionales", no podemos por menos que recordar a nuestro "anarquista" de un pueblo de Gerona que, durante la guerra de 1936, siendo el mandamás de la localidad, proclama el comunismo libertario, deja abolido el Estado, la autoridad, quema el dinero, los papeles y todo cuanto Bakunin establece que debe ser quemado. Feliz con su comunismo libertario, establecido a base de "vales", se da cuenta que su permiso de caza estaba caducado y se apresura a realizar un viaje a Gerona para pedir al gobernador la renovación de su licencia de c aza…; o aquel otro de un pueblo que establece igualmente "el comunismo libertario" a b ase de "vales" y que cuando se agotan las mercancías y comestibles que había "controlado", organiza una comisión para visitar al gobernador y denunciarle la "grave situación porque atravesaba el pueblo…"
La nefasta influencia de Bakunin en algunos medios del proletariado español ha tenido y tiene una importancia que no puede s er desestimada. Ese envenenamiento ideológico ha tenido las peores consecuencias para los intereses de la clase obrera y para el desarrollo del proceso revolucionario de España. "En una palabra —como dice Engels—, los bakuninistas españoles nos dan un ejemplo insuperable de cómo no debe hacerse una revolución."
¡Fidel y Chávez Viven, la Lucha sigue!