Este venidero domingo será la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia y 11 candidatos se disputan el trofeo del Palacio del Elíseo. Los que tienen la mayor preferencia de los votantes son Marine Le Pen (del ultraderechista Frente Nacional) y Emmanuel Macron (ex Partido Socialista Francés y centro "izquierda"), aunque Jean-Luc Mélenchon (Francia Insumisa) se va acercando a la punta en los sondeos de opinión. En una encuesta de la emisora France Info, publicada el 11 de abril, Len Pen y Macron aparecen empatados en el primer lugar con 24% y Mélenchon ostenta el tercer puesto con 18,5%. En el cuarto peldaño se ubica el conservador François Fillon (18%), quien ha visto vapuleada su candidatura por escándalos de corrupción que involucran a su esposa e hijos (*). La ficha de los republicanos galos pagó sueldos -como "asesores"- a su consorte y vástagos, lo cual no es ilegal en Francia; el detalle es que estas personas percibieron esos emolumentos sin haber desempeñado trabajo alguno. Todo ello ocurrió cuando Fillon era Primer Ministro durante el funesto quinquenio de Nicolás Sarkozy.
Posterior a la "era Mitterrand", que terminó en 1995, en la que hubo escenarios inéditos como la participación de los comunistas en el gabinete de gobierno, la quinta semana de vacaciones pagadas, la estatización de la banca, la abolición de la pena de muerte o la tormentosa "cohabitación", el Hexágono atravesó períodos aún más turbulentos y desconcertantes con el derechista Jacques Chirac -el sempiterno rival de François Mitterrand- al mando: éste no pudo evitar que en 2002 el Frente Nacional, dirigido entonces por Jean-Marie Le Pen (padre de Marine), estuviera a punto de arribar al Elíseo. Sólo un improvisado bloque conjunto de "emergencia" entre izquierda y derecha, que pidió el voto para Chirac en el balotaje de ese año, pudo mantener a raya a los xenófobos del viejo Le Pen. 15 años después, la hija de Jean-Marie reeditará la hazaña del padre y dejará a más de uno con el corazón en la "bouche".
En los últimos años, la situación política, económica y social de Francia ha cambiado en demasía hacia lo peor. Los escándalos de corrupción y la aplicación de medidas neoclásicas que tienden a la flexibilización laboral y la conculcación de derechos inalienables de la clase trabajadora, han arrinconado a la mayoría de los ciudadanos (**). El hastío general puede intuirse en el ambiente. Igualmente, el apoyo incondicional de los más recientes gobiernos galos a las aventuras belicistas de Washington y la OTAN en el Medio Oriente y el norte de África, han tirado por la borda la doctrina dorada de De Gaulle sobre la independencia del Hexágono con respecto a organismos supranacionales como la Alianza Atlántica o a superpotencias como EEUU. Debido a esta aberrante subordinación al Pentágono, la ola de refugiados hacia Europa (en especial a Francia) ha creado una preocupante crisis humanitaria y trastocado el apacible panorama de urbes como la Ciudad Luz. Para nadie es un secreto que varias zonas de París están tomadas por expatriados afganos, eritreos, sudaneses y de otras nacionalidades, en campamentos improvisados que han colmado espacios públicos como los alrededores de la estación de metro de Stalingrado, ubicada al noreste de la capital. Sin duda, esto ha desatado el descontento entre la población por los elementos que se derivan de lo pretérito: hacinamiento, olores nauseabundos, contaminación sónica y delincuencia desbordada, entre otros. Lo anterior se ha repetido en otros lugares del Hexágono como Calais, donde se encontraba -hasta hace poco- uno de los enclaves de refugiados más extensos del Viejo Continente: La Jungla.
Desde luego, el problema de los desplazados por la guerra no es achacable a estos. Ellos son simples víctimas de la maquinaria militarista del Tío Sam y su brazo armado en Europa: la Organización Terrorista del Atlántico Norte (OTAN). Sin embargo, la propaganda de la ultraderecha se ha consagrado a exacerbar la xenofobia entre los galos y, para colmo, los atentados de bandera falsa en Niza, París, Bruselas, Londres, Estocolmo y otras coordenadas (***), han acrecentado el nacionalismo, la discriminación étnica y la "islamofobia" en Francia. El voto por Le Pen es discreto, subterráneo, encubierto y retraído. Muchos no lo admitirán en público y menos en estudios de opinión; Le Pen recibirá sufragios desde una amplia base que pivota en el cansancio, la impotencia, el miedo y la intolerancia. El efecto Trump aún orbita el escenario político global y la victoria de Le Pen será un "déjá-vu" de lo que era impensable -en el Norte- el 8 de noviembre de 2016. El fenómeno de la "Brexit" es otro aliado de la ultraderecha franca: una Europa cada vez más fragmentada y frágil no es de fiar para los franceses; Bruselas ha devenido en rehén de la burocracia, los banqueros y los perros de la guerra. El proyecto original de la Unión se ha desdibujado al convertirse en vulgar instrumento del Gran Capital y va directo, sin escalas, a la instauración de un Estado totalitario de dimensiones ciclópeas. La propuesta de la "Frexit" o salida del Hexágono de la UE, impulsada por la candidata del Frente Nacional, resulta muy atractiva para un abultado sector del país.
Las opciones de triunfo para la izquierda -en Francia- no son nada satisfactorias. Macron, que simboliza la siniestra "caviar" y el continuismo de Hollande -así Emmanuel esgrima lo opuesto-, ha sido perjudicado por las desastrosas medidas económicas neoclásicas del actual Presidente de la República. A pesar del "empate" con Le Pen, Emmanuel Macron podría acabar como el "Hillary Clinton" de este proceso electoral: muchos de quienes afirman que votarán por él, en realidad lo harán por la abanderada de la ultraderecha. Voilá! Jean-Luc Mélenchon ha movido masas y guarismos, no obstante, la abstención de los decepcionados e indiferentes de la izquierda le pasará factura. Después de la traición de Hollande a los postulados de la mismísima socialdemocracia francófona, la puñalada artera adicional ha venido desde Atenas para desencadenar la atomización y la desmovilización de los factores revolucionarios. El monigote de Alexis Tsipras -al entregarse a la "troika"- ha infligido un daño a la izquierda continental que costará reparar. Muy complicado el contexto, camaradas.
Este próximo domingo representará un fenómeno tectónico en la historia del Viejo Continente y de Francia. La ultraderecha xenófoba, fascista y aislacionista, se impondrá en los resultados. La conformación de un frente común para la segunda ronda, al estilo 2002, se da por descontada con el objetivo de frenar a Marine Le Pen. Aunque esta vez no será exitoso y tendremos a una fémina carismática, inteligente, audaz y muy peligrosa, en el Palacio del Elíseo. Los movimientos obreros deberán resistir y combatir este novel ciclo de oscurantismo donde se agudizarán las contradicciones.
P.D. Una Marine Le Pen vencedora derrumbará los mercados capitalistas desde París hasta Nueva York. Su proyecto va contra la globalización y la hegemonía de Bruselas. El retorno al antiguo franco francés y el abandono de la moneda común, son algunas de las promesas de la hija de Jean-Marie. La normalización de las relaciones con Moscú y la reapertura de este territorio a los exportadores galos, son componentes que también están en el atrayente catálogo de ofertas electorales del Frente Nacional. En EEUU, el Congreso deberá elevar el "techo de deuda" el 29 de abril o enfrentar un cierre técnico de las dependencias gubernamentales por falta de presupuesto y una inminente cesación de pagos en las semanas posteriores. Hay ingredientes para un "cóctel" explosivo a escala planetaria. El "crack" bursátil del siglo está latente.
(*) Estudios de opinión más actualizados ofrecen un empate a cuatro (Le Pen, Macron, Mélenchon y Fillon) o una ligera ventaja a la candidata del Frente Nacional. Como hemos atisbado en el pasado, estos guarismos no servirán de mucho para adivinar cuál será la "foto final".
(**) La Reforma Laboral de Hollande ha abierto la puerta a las rebajas salariales generalizadas y la reducción de las indemnizaciones por despido injustificado, que descienden de 27 a 15 meses para trabajadores con 20 años de antigüedad. Se consienten los despidos por deterioro en el desempeño de los negocios o por cambios tecnológicos u organizacionales. Las horas extra se pagarán por debajo del acuerdo sectorial, si la empresa y el comité sindical así lo aceptan.
(***) El tiroteo de este 20 de abril en la capital francesa busca enrarecer todavía más el paisaje y forzar una suspensión de los comicios. El "establishment" está desesperado.