Desde su instauración fraudulenta en 1988, con la imposición de Carlos Salinas en la presidencia, los sacerdotes del dios del mercado han ejercido toda clase de cochupos con tal de forzar y mantener su adoración y rendirle pleitesía. Incluso la insospechada alternancia que sacó al PRI de Los Pinos para dar entrada al PAN de Vicente Fox, constituyó otra forma del ritual de la mercadoidolatría, simplemente refrescada ante un régimen decrépito que ya no le era propicio. Así se repitió con Calderón, con el más escandaloso fraude electoral y con Peña Nieto, con el regreso de un PRI que se dijo nuevo, joven y de renovada moralidad, pero con una arrasadora cuanto indigna compra de votos.
La adopción del modelo y la adhesión al Consenso de Washington jamás fueron consultadas al pueblo, no obstante significar una profunda transformación negativa del estado y de la nación. De manera hábilmente dosificada la gente fue siendo avisada de tal cambio, primero con una alta dosis de propaganda en torno al Programa Solidaridad paralela a los perversos recortes a los niveles de bienestar, comenzando por el salario de los trabajadores y la enajenación del patrimonio nacional; la protesta fue siendo aislada y reprimida con inteligencia goebbeliana.
El PRD, surgido de la contienda electoral en que le fue arrebatada tramposamente la presidencia a Cuauhtémoc Cárdenas, a su vez surgida de la postura opuesta al neoliberalismo, fue objeto de la más severa de las prácticas de introducción de quinta columnas y de la corrupción, cuyo efecto fue brutal en la neutralización de ese esfuerzo nacionalista.
En 2006 la arremetida fue contra Andrés Manuel López Obrador con una guerra sucia que no fue suficiente para desalentar a la voluntad popular y hubo necesidad de recurrir nuevamente a la vía del fraude. En 2012 y con el mismo protagonista de la lucha por la Nación, el fraude se perfeccionó para, sin dar apariencia de violación legal, se recurrió a la forma más indigna y prostituyente de las trampas: la compra de los votos mediante un torrente de dinero sucio aplicado a doblar la voluntad de los mexicanos.
Hoy, apenas comenzada la lucha electoral hacia el 2018, ya asoma la cola sucia del dinosaurio pretendiendo descarrilar otra vez la posibilidad del cambio efectivo en el país, encabezada nuevamente por AMLO y van para más.
El país se ahoga en la corrupción y la violencia, de cuya existencia y florecimiento son directamente responsables el modelo neoliberal, con su secuela de empobrecimiento, y la tergiversación electoral asesina de la esperanza de la sociedad por elevar su triste condición de vida. Quién pudiera esperar un resultado benéfico de acciones fundadas en el mal; quién puede suponer veracidad de una supuesta lucha contra la violencia realizada por quienes violan el estado de derecho y rompen las ligas que debieran unir a la sociedad; o el caso de la tan cacaraquada lucha contra la corrupción ejercida por quienes han hecho del ejercicio del poder la fuente de sus inmensas cuanto inmorales fortunas.
La que se avecina será una expresión desesperada de la tecnocracia enquistada en el poder, sabedora de que la gente ya no comulga con sus ruedas de molino; está claro que no entregarán la plaza con honor y dignidad sino con los más viles de los medios para sostenerla. A ello deberemos prepararnos quienes soñamos con un México digno y próspero; no podremos quedar al margen de la historia y permitir que tales malandrines sigan usurpando lo que nos pertenece por naturaleza. Habrá que dar la batalla con las únicas armas de que disponemos: la honestidad y la conciencia emancipadora; enarboladas por todos o por la inmensa mayoría podrán vencer. ¡Venceremos!
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