"Las violaciones de los derechos humanos en nuestra América es tan aberrantes, tan increíbles, que detenerlas se convirtió, por supuesto, en lo más importante. Pero aunque pudimos destruir los centros de tortura secretos, lo que o pudimos destruir fue el programa económico que los militares empezaron y que todavía continúa en la actualidad."
Al final, como predijo Rodolfo Walsh, muchas más vidas serían arrebatadas por la "miseria planificada" que por las balas. En cierta manera, lo que sucedió en nuestra América en los años setenta es que fue tratada como la escena de un asesinato cuando, en realidad, era la escena de un robo a mano armada extraordinariamente violento. "Era como si esa sangre, la sangre de los desaparecidos, hubiera tapado el coste del programa económico".
El debate sobre si los "derechos humanos" pueden de verdad separarse de la política y la economía no es exclusivo; éstas son cuestiones que emergen a la superficie siempre que un Estado utiliza la tortura como instrumento político. A pesar de la mística que rodea la tortura, y a pesar del comprensible impulso de tratarla como una conducta aberrante que está más allá de la política, no se trata de algo particularmente complicado o misterioso. Es una herramienta de la coerción más despiadada y es fácil predecir que se utilizará siempre que un déspota local o un ocupante extranjero carece del consenso social necesario para gobernar. Los abusos generalizados a los presos son la prueba del algodón de que los políticos tratan de imponer un sistema —sea político, religioso o económico— que un enorme número de sus gobernados rechaza. La tortura es un indicador de que un régimen está sumido en un proyecto profundamente antidemocrático, aunque ese régimen haya llegado al poder mediante las urnas.
Como medio de extraer información durante un interrogatorio, la tortura es notoriamente poco fiable, pero como medio de aterrorizar y controlar al pueblo, nada resulta más efectivo. Fue por este motivo por el que, en los años cincuenta hasta nuestros días. "Esta rutina automática no ha destruido ni un solo juego de electrodos ni una manguera; tampoco ha disminuido ni de forma remotamente efectiva el poder de aquellos que los usan". Hoy esa dura elección se produce en Irak, en Israel/Palestina, Siria y otros países del Medio Oriente, esa dura elección era la única opción en el Cono Sur en los años setenta. Igual que no existe ningún modo amable y bondadoso de ocupar un país contra la voluntad de su pueblo, no hay ninguna forma pacífica de arrebatarles a miles de ciudadanos lo que necesitan para vivir con dignidad, que es exactamente lo que los Gringolandia están decidos a hacer. El robo, fuera de tierras o de modo de vida, requiere el uso de la fuerza o al menos una amenaza creíble de violencia. Es por eso por lo que los ladrones llevan armas y a menudo las usan. La tortura es asquerosa, pero muchas veces es un medio racional de conseguir un objetivo específico, quizá incluso el medio de conseguirlo. Se plantea entonces una cuestión más profunda, una pregunta que muchos en aquellos tiempos de nuestra América no podían formular. ¿Es el neoliberalismo una ideología inherentemente violenta, hay algo en sus objetivos que exija el ciclo de brutal purificación política seguida por las operaciones de limpieza de las organizaciones de derechos humanos?
—Uno de los testimonios más conmovedores sobre esta cuestión procede de Sergio Tomasella, un cultivador de tabaco que fue secretario general de las Ligas Agrarias de Argentina y fue torturado y encarcelado durante cinco años, igual que su mujer y muchos de sus amigos y familiares. En mayo de 1990, Tomasella subió al autobús nocturno que iba de la provincia rural de Corrientes hasta Buenos Aires para aportar su voz al Tribunal contra la Impunidad, que escuchaba los testimonios sobre abusos a los derechos humanos durante la dictadura. El testimonio de Tomasella fue distinto del de las demás víctimas. Se presentó ante el público urbano con sus ropas de granjero y sus botas de trabajo y explicó que él era una víctima de una larga guerra, una guerra entre los campesinos pobres que querían trozos de tierra para formar cooperativas y los todopoderosos rancheros que poseían todas las tierras de su provincia. "Es una línea continua: aquellos que arrebataron la tierra a los indios siguen oprimiéndonos con sus estructuras feudales."
Insistió en que los abusos que habían sufrido tanto él como los demás miembros de las Ligas Agrarias no podían aislarse de los grandes intereses económicos a los que benefició que se torturaran sus cuerpos y se disolvieran sus redes de activismo. Así que en lugar de dar los nombres de los soldados que le torturaron, refirió dar los de las empresas, nacionales y extranjeras, que se habían beneficiado de la prolongada dependencia económica de Argentina. "Los monopolios extranjeros nos imponen cosechas, nos imponen productos químicos que contaminan la tierra, nos imponen su tecnología y su ideología. Todo eso a través de la oligarquía que es dueña de la tierra y controla a los políticos. Pero debemos recordar que esa oligarquía está también controlada por esos mismos monopolios, por esos mismos Ford Motor, Monsanto o Philip Morris. Es la estructura lo que debemos cambiar. Eso es lo que he venido a denunciar. Eso es todo."
—Tomasella concluyó su testimonio con las siguientes palabras: "Creo que la verdad y la justicia triunfarán al final. Llevará generaciones. Si debo morir en esta lucha, que así sea. Pero un día triunfaremos. Mientras tanto, sé quién es el enemigo, y el enemigo también sabe quién soy yo".
—Hoy vivimos de nuevo en una era de masacres corporativas, con países que son víctimas de una tremenda violencia militar combinada con intentos de rehacerlos como economías de "libre mercado" modélicas; vemos cómo las desapariciones y las torturas han vuelto con mayor intensidad que nunca. Y también ahora parece que no se sepa ver ninguna relación entre el objetivo de conseguir crear nuevos mercados libres y la necesidad de utilizar la violencia para lograrlo.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!