Como lo previó su genial conductor, Lenin, cuando caracterizó a Rusia como el eslabón más débil de la cadena imperialista, hace 100 años triunfó la Gran Revolución Socialista de Octubre. Lenin no podía llegar a esa determinación si se hubiera reducido solo a los elementos exclusivamente económicos, como era lo usual en la ortodoxia revolucionaria. Rusia era en 1917 el eslabón más débil debido a la acumulación de todas contradicciones históricas posibles, en los que interviene, claro está, lo económico, pero también, y con no menos carácter determinante, lo político y lo ideológico.
En medio de la devastadora y criminal I Guerra Mundial Imperialista, Rusia se encontraba retardada entre una revolución burguesa y en la víspera de una revolución proletaria. Por lo tanto, convulsionaba por el choque de dos revoluciones, y por no tener la capacidad de parar una y postergar la otra.
¿Qué ocurrió hace 100 años en Rusia? Eso lo narra de manera magistral John Reed en su célebre novela Diez días que estremecieron al mundo. A decir del propio Lenin, Reed ofrece un cuadro exacto y extraordinariamente útil de acontecimientos, que tan grande importancia tienen para comprender lo que es la revolución proletaria.
Rusia era sacudida hasta lo más profundo, las llamadas peyorativamente capas bajas habían salido a la superficie con inusitada fuerza. Era la revolución. Se cumplía lo esperado, frente al gobierno provisional burgués de Kerensky, las relaciones entre un gobierno débil y un pueblo en rebelión, llega siempre un momento en que cualquier acto que venga del poder exaspera a las masas, y toda negativa a actuar, excita su desprecio (Reed).
Dentro de toda aquella olla de presión, en los cuarteles, en las barriadas obreras, los bolcheviques difundían su consigna: "¡Todo el poder a los Soviets!"; mientras que los agentes más agresivos de la reacción invitaban taimadamente al pueblo a sublevarse y asesinar a los judíos, a los comerciantes y a los jefes socialistas. De una parte, la prensa monárquica incitaba a la represión sangrienta; de otra, Lenin clamaba: "¡Ha sonado la hora de la insurrección! ¡No podemos esperar más!" La prensa burguesa denunciaba a los bolcheviques de que atacaban "los más elementales principios de la sociedad: la seguridad individual y el respeto a la propiedad privada", y no menos hostilidad mostraban los periódicos socialistas moderados: "Los bolcheviques son los enemigos más peligrosos de la revolución", incluso, el periódico de Plejanov, llamaba la atención del gobierno sobre el hecho de que se estaba armando a los obreros de Petrogrado, y exigía severas medidas contra los bolcheviques (Reed). Como se puede observar, era todo un cuadro característico de las situaciones revolucionarias en donde los vacilantes tienden a quebrarse.
¿Quiénes se enfrentaban de manera concreta en todas partes más allá de las teorías? Los hombres de negocios, los especuladores, rentistas, terratenientes, oficiales, los políticos profesionales, curas, profesores, estudiantes, profesionales liberales, los comerciantes, los empleados, los otros partidos socialistas que hacían frente a los bolcheviques con un odio implacable. Para este bloque, los Soviets no contaban más que con los simples obreros, los marinos, los soldados que aún no estaban desmoralizados, los campesinos sin tierra y unos cuantos intelectuales (Reed). Del otro lado, en la acera de enfrente, la inmensa mayoría del pueblo pobre y humillado de siempre.
Hace 100 años los bolcheviques no conquistaron el poder mediante una transacción de las clases poseedoras o de los diversos jefes políticos, ni por conciliar con el antiguo aparato gubernamental. Tampoco fue por la violencia organizada de una pequeña camarilla. Es muy claro que si el pueblo de toda Rusia no hubiera estado preparado para la insurrección, ésta habría fracasado. La razón fundamental de la victoria de los bolcheviques es que pudieron conducir al pueblo a hacer realidad las amplias y elementales aspiraciones, principalmente en las capas sociales más profundas, encauzando a ese pueblo por la obra creadora de destruir el pasado, al mismo tiempo que lo hacía cooperar también, de manera colectiva y democrática, en la edificación sobre las mismas ruinas humeantes de un mundo nuevo.
El jefe: Lenin. Quizás no haya personalidad revolucionaria más odiada por la burguesía mundial que Lenin. Los ideólogos y propagandistas del capitalismo han tratado de edulcorar a muchos líderes y pensadores revolucionarios (Gramsci, Lukács e incluso al mismo Marx entre otros), pero a Lenin no. Da la impresión que a Lenin no lo quiere nadie. Vale la pregunta: ¿Por qué contra Lenin hay tanto encono por parte de la burguesía mundial? No será porque era implacable confrontando, por su radicalidad; es probable que aquí esté la clave.
Lenin no era un pensador de academia, no, era un revolucionario dedicado exclusivamente a su trabajo, y todo lo que hizo lo hizo por lograr en la práctica los objetivos de la revolución socialista. Por eso pareciera que hay muchos Lenin, no uno solo, aunque, en verdad, sí era uno solo si se le ve dialécticamente. En cada etapa de la lucha de clases trató que el marxismo acompañara, pero eso sí, desde la reflexión profunda y acertada. Lenin jamás pretendió elaborar una teoría metafísica para todo tiempo y lugar. Como señalaba Lukács, Lenin fue elaborando sus categorías al calor de las luchas de clase, por eso no tiene una fórmula única que se aplique a cualquier lugar y tiempo, él iba cambiando. Estaba consciente que conceptualmente la lucha del proletariado por su liberación no podía ser captada y formulada, teóricamente, sino en el momento histórico determinado, en que por su actualidad práctica haya emergido al primer plano de la historia.
Este es el Lenin que se explica por sí solo en el momento cumbre de hace 100 años, el 6 de noviembre para quebrar todas las vacilaciones escribió al Comité Central:
"Si hoy nos adueñamos del Poder, no nos adueñamos de él contra los Soviets, sino para ellos. La toma del Poder debe ser obra de la insurrección; su meta política se verá después de que hayamos tomado el Poder. Aguardar a la votación incierta del 25 de octubre (7 de noviembre) sería echarlo todo a perder, sería un puro formalismo; el pueblo tiene el derecho y el deber de decidir estas cuestiones no mediante votación, sino por la fuerza; tiene, en momentos críticos de la revolución, el derecho y el deber de enseñar el camino a sus representantes, incluso a sus mejores representantes, sin detenerse a esperar por ellos."
Así, con audacia, sin vacilaciones, alejado de toda ortodoxia, dirigió Lenin el triunfó de la Revolución Rusa el 7 de noviembre de 1917. Lo que ocurrió después, en los 90, no nos desanima para asegurar que hace 100 años el mundo no sólo se estremeció, sino que cambió para siempre.