La crisis catalana dividió campos en América Latina como en el resto del mundo. La derecha tomó partido por Rajoy la izquierda por sus oponentes. Peña Ñieto y Santos cerraron filas con su colega y Macri fue más contundente. Mantiene estrechas relaciones con el Partido Popular e intenta reproducir su modelo autoritario-neoliberal. Todo el establishment de la región comparte negocios con sus pares hispánicos y profesa la misma ideología reaccionaria.
Vargas Llosa exaltó esas afinidades en la marcha de los españolistas. El principal exponente de la derecha latinoamericana recurrió a una curiosa inversión de la realidad. Acusó al catalanismo de originar un conflicto que ha escalado por la negativa de Rajoy a entablar negociaciones. El nacionalismo ha renacido en la periferia del país como respuesta a ese centralismo castellano.
ENCUBRIMIENTO DE LA PROVOCACIÓN
Lo que más entusiasma a los conservadores de América Latina es la "firmeza" del gobierno. Alaban su "aplicación de la ley" para doblegar las movilizaciones y ocultan que utiliza las normas de una Constitución concertada en 1978 con el franquismo.
El ponderado jefe de estado ha obstruido por la fuerza el derecho a votar, ocupando escuelas y apaleando manifestantes. Destituyó al gobierno autonómico, disolvió el Parlamento regional, encarceló a sus dirigentes y condicionó a los medios de comunicación.
La derecha latinoamericana aplaude ese avasallamiento silenciando que Rajoy desconoce las demandas de la región. Los catalanes solicitaron una y otra vez la extensión de las concesiones fiscales otorgadas a los vascos durante la transición, para recaudar en la zona y transferir luego las sumas acordadas a Madrid. Como esos reclamos -junto a reglas de mayor autonomía- fueron reiteradamente desoídos, comenzaron exigir un referéndum para resolver el futuro de la zona. Propusieron seguir el precedente de Escocia.
Inicialmente no estaba en juego la independencia sino la realización de esa consulta, pero con su negativa a conversar Rajoy forzó la crisis. No sólo saboteó un acuerdo aprobado por los Parlamentos y la administración anterior, sino que utilizó una sentencia del Tribunal Constitucional para cerrar toda posibilidad de compromiso.
Esas provocaciones desataron las masivas protestas en las "diadas" y la paulatina conversión de las propuestas de autonomía en exigencias de independencia. Esta secuencia de lo ocurrido es omitida por los grandes medios de comunicación de América Latina.
Los intelectuales de la derecha relacionan positivamente la agresividad del PP contra Cataluña con su belicosidad hacia el chavismo. Rajoy ha encabezado la desestabilización del proceso bolivariano facilitando recursos y publicidad a las guarimbas. Contribuyó al sabotaje de alimentos y a la asfixia financiera del país, promoviendo el cerco diplomático y los boicots de la Unión Europea. En un delirante exabrupto sus voceros han acusado a Venezuela (y Rusia) de fomentar directamente las protestas de Barcelona.
Otro exponente de la misma cruzada acusa al populismo argentino de exportar su virus a Cataluña, mediante la provisión de argumentos para la invención de una nacionalidad imaginaria. De todos los disparates que difunde la derecha, esta versión del catalanismo como conspiración fraguada en el Cono Sur asombra a cualquier lector.
EL TRASFONDO DEL CONFLICTO
Los derechistas latinoamericanos despotrican contra la "inadmisible" petición catalana. Sus comunicadores señalan que "ningún país aceptaría la fragmentación del territorio" y que en Argentina sería inadmisible "una exigencia de Mendoza o Córdoba para formar repúblicas". Descalifican el reclamo como una "farsa" y describen el comportamiento de sus impulsores como propias de "adolescentes irresponsables".
Pero si es el reclamo es tan absurdo: ¿Por qué lo asumieron millones de individuos? ¿Quedaron afectados por un enloquecimiento colectivo? Los denostadores simplemente ignoran que la demanda en juego no es un artificio. Está enraizada en la historia de una comunidad con derechos vulnerados.
El sobre-expandido imperio español nunca llegó a llegó a constituir un estado-nación moderno. Quedó desgarrado por sucesivos procesos de restauración del centralismo monárquico, que sofocaron las atribuciones de las naciones sometidas al reino. Luego de la pérdida de las colonias de ultramar a fines del siglo XIX, los déspotas de Madrid intensificaron el bloqueo a los pactos federales y las restricciones a las autonomías.
Frente a esa opresión hubo varios intentos de forjar una república catalana. El franquismo ahogó en sangre esa aspiración y acentuó los hostigamientos a la lengua y a la cultura de la zona.
La Constitución que emergió de la transición ratificó con algunas concesiones la supremacía centralista. En lugar de reconocer la existencia de distintas naciones introdujo un vago status de nacionalidades e incorporó un paquete de autonomías con variadas competencias de auto-gobierno.
Esos parches son esgrimidos para desconocer las peticiones catalanas. Rajoy resucita los mitos de una "España indisoluble" y forjada como "nación de naciones", para presentar las prerrogativas legadas por el franquismo como un contrato libremente aceptado por la población.
Pero no se limita a actualizar esa tradición autoritaria. Subordina las regiones al poder central para asegurar la recaudación, el control del gasto y el pago de la deuda. De esta forma Madrid asegura a los bancos transferencias de fondos que empobrecen a los trabajadores. Esas cargas se acentuaron en los últimos años de crisis bancarias y temblor del euro.
Un gobierno acosado por denuncias de corrupción intenta, además, recobrar fuerzas con una alta dosis de demagogia españolista. Pretende reafirmar el status quo recreando un nacionalismo primitivo y paradójicamente subordinado a la Unión Europea. Ese operativo apuntala el olvido de los crímenes de guerra civil y la negativa a cualquier revisión del pasado.
TRANSICIÓN Y MONARQUÍA
Los críticos derechistas afirman que Cataluña pone en peligro el modelo consensuado de la transición, que fue también adoptado por varios países latinoamericanos. Alertan contra esa amenaza a la armonía lograda en España e imitada en el Cono Sur. Pero esas fantasías de convivencia han quedado desmentidas por la represión. En lugar de administrar un idílico status de respeto mutuo, Rajoy reparte palos a los opositores.
Cataluña no inauguró las rebeliones contra esa mistificada transición. Desde el movimiento de los indignados en el 2011 (15 M), una persistente sucesión de movilizaciones ha impugnado el pacto de impunidad con el franquismo, que aseguró negocios a los grandes capitalistas.
América Latina ha padecido las mismas consecuencias de acuerdos semejantes. Los resabios de las dictaduras y la virulencia del neoliberalismo -que se verifican en varios países de la región- derivan de los pactos concertados durante el pasaje de las tiranías a los regímenes constitucionales. La supervivencia del legado pinochetista en Chile es el ejemplo más extremo de esos compromisos.
La idealizada transición es también enaltecida por los socialdemócratas argentinos que objetan la lucha de Cataluña. Alaban especialmente el papel del PSOE, sin observar cómo esa formación repite el nefasto papel que jugó durante el pos-franquismo.
La crisis catalana ha sepultado en tiempo récord el coqueteo renovador de Pedro Sánchez (secretario general de ese partido). El nuevo dirigente archivó todas sus promesas de giro progresista, convalidó el intervencionismo represivo y retomó la regresiva trayectoria instaurada por Felipe González.
Las manifestaciones de Cataluña reabren perspectivas republicanas que atemorizan al establishment español. Esa posibilidad genera la misma irritación en los socios latinoamericanos de la monarquía. La realeza no sólo ha mediado en los multimillonarios negocios concertados entre empresas del Viejo y el Nuevo Mundo. Interviene en los operativos de acoso a los gobiernos radicales. La memorable respuesta de Chávez al exabrupto de Juan Carlos ("por qué no te callas") es el episodio más recordado de esa injerencia.
También en este terreno Macri extrema su genuflexión. En la conmemoración del bicentenario denigró la independencia americana, con la presencia (y pedido de disculpas) a una realeza borbónica que personifica a los adversarios históricos de esa gesta.
En la crisis de Cataluña se corroboró la gravitación reaccionaria actual de la monarquía. Quienes suponían que Felipe era una figura decorativa para los chimentos de verano pudieron notar cómo incentivó la intervención de los gendarmes. Su discurso contrastó con la condena oportunista que emitió su padre del golpe de Tejero (1981), para fraguar credenciales democráticas. Ese disfraz le permitió presentar desde entonces su reinado como una garantía del bienestar español.
Pero también ese mito naufragó en los últimos años. Toda la sociedad ha podido observar cómo una casta de parásitos despilfarra el erario público en corrupción y cacerías. Felipe fue entronado a las apuradas para intentar un cambio de imagen que se diluye aceleradamente.
Cataluña desafía las mismas prohibiciones que obstruyen la revisión de la monarquía. Por eso sus demandas y reclamos republicanos abren senderos para la democratización de todo el país.
RESURGIMIENTO DE PROBLEMAS NACIONALES
La burguesía latinoamericana copió los mismos mensajes de solidaridad que emitieron Trump, Merkel y todos los poderosos del planeta. Ningún gobierno quiere discutir temas de soberanía en las regiones que controla.
Ese conservadurismo se extiende en el hemisferio americano a cualquier tratativa de recuperación de territorios amputados por alguna potencia. Los presidentes derechistas han congelado la reconsideración del status de Malvinas o Puerto Rico.
Sus colegas españoles adoptan la misma actitud frente a Gibraltar. Mientras gestionan conjuntamente negocios turbios en los paraísos fiscales, los altos funcionarios de España e Inglaterra posponen las negociaciones sobre el peñón mediterráneo.
Los directivos de la Unión Europea son igualmente reacios a considerar rediseños territoriales en su propio ámbito. Enterraron con una categórica negativa las ingenuas ilusiones de muchos catalanes, en un ingreso de su eventual república a esa asociación. Los bancos expusieron ese mismo rechazo en forma más drástica. Repitieron el antecedente griego de cierres de representaciones y fugas de capital.
Lo ocurrido confirma que el gran capital europeo no quiere dominar fracturando países. Puede aceptar la segmentación legada en la ex Yugoslavia o la partición equivalente de la ex Checoeslovaquia, pero rechaza divisiones en los lugares claves del Viejo Continente.
Sólo Escocia se mantiene en carpeta ante la incierta negociación sobre el Brexit. Esa secesión es un fantasma que condiciona las duras tratativas que mantienen Inglaterra con sus socios continentales, para revisar los convenios comerciales e inmigratorios vigentes.
El soberanismo ha cobrado fuerza en Cataluña junto al despertar nacional que se verifica en toda Europa. Ese brote expresa el generalizado malestar que produce la unificación neoliberal de la región. El rechazo sale a flote cada vez que se vota alguna iniciativa de afianzamiento de la Unión Europea.
En ciertos casos emerge el disgusto de las regiones que receptan los efectos más empobrecedores de la cirugía capitalista. En otras zonas se rebelan pobladores que no quieren compartir recursos con sus vecinos.
La crítica a Bruselas unifica a todos los cuestionadores. La burocracia de la UE actúa al servicio de las empresas multinacionales y es vista como la principal responsable del deterioro social. La reacción actual se asemeja a las resistencias nacionales que suscitaban los viejos imperios austro-húngaro, ruso o alemán a principios del siglo XX. Frente a ese resurgido rechazo resulta indispensable distinguir cada caso nacional, para evaluar el carácter progresivo o regresivo de las demandas en juego.
La misma complejidad se verifica en otras áreas del planeta. Timor finalmente se separó de Indonesia, pero Quebec se mantuvo dentro de Canadá luego de un ajustado margen en las consultas. La posibilidad de tornar divisible también a esa región (a partir de los condados opuestos a la separación) neutralizó las aspiraciones independentistas.
Pero el establishment europeo teme especialmente la contaminación del carácter explosivo que asumen las peticiones nacionales, en las áreas más explosivas del planeta. Los dos casos actuales más emblemáticos ilustran la gravedad de esas tensiones.
Por un lado el drama de los palestinos se agrava con el afianzamiento de la ocupación colonial israelí. La expectativa de forjar dos estados ha quedado sepultada, mientras el sionismo imposibilita la gestación de un estado único y laico.
Por otra parte la desmembrada nación kurda intenta construir sus fronteras en el caos bélico de Medio Oriente. No sólo confronta con los países que albergan a esa minoría y rechazan la secesión (Turquía, Irán, Irak, Siria). También deben lidiar con las potencias que incentivan (Israel), manipulan (Estados Unidos) o cuestionan (Rusia) esa perspectiva, en función de su juego geopolítico regional.
Esta multitud de situaciones demuestra que lo ocurrido en Cataluña no es un caso aislado, ni obedece al capricho de sus habitantes. Es una manifestación del resurgimiento general de las demandas nacionales, en un marco de crisis de la globalización neoliberal. Con fórmulas simplificadas e ignorancias del contexto resulta imposible entender lo que ocurre.
¿DOS NACIONALISMOS EQUIVALENTES?
Algunos autores estiman que en Cataluña confrontan dos vertientes igualmente regresivas del nacionalismo. Una de linaje franquista y otra oportunista o aventurera.
Esa equiparación es totalmente equivocada. No sólo por la simple constatación de la forma en que Rajoy impide resolver el conflicto por la vía democrática de un referéndum. Su nacionalismo centralista agrede, favorece al gran capital y actúa con estandartes reaccionarios. En el bando opuesto prevalece en cambio, una contradictoria coalición de conservadores sobrepasados, socialdemócratas sin brújula y entusiastas radicales. El unionismo españolista está situado en las antípodas del independentismo catalán.
Muchos analistas igualmente subrayan la trayectoria neoliberal de Puigemont al frente de un partido burgués. Esa pertenencia es indiscutible, pero conviene recordar que los conservadores catalanes nunca estuvieron integrados al sistema monárquico. Llegaron tarde al soberanismo y actúan empujados por los acontecimientos. Los principales grupos capitalistas se distanciaron del independentismo y ahora desaprueban su acción.
La movilización actual es sostenida por los socialdemócratas de la ERC-que aspiran a recrear el estado de bienestar amenazado por Madrid- y por los radicales de la CUP. La coalición Juntos por el Sí protagonizó todas las protestas del último periodo.
Es evidente que Cataluña ha quedado ubicada a la izquierda del mapa político español y por eso concentra un rechazo a la monarquía superior al resto del país. El PP se asienta en el centro y en zonas esperanzadas con el resurgimiento del consumo de los años precedentes. Desde la periferia de la península ha cobrado fuerza la oposición.
Es cierto que el discurso catalán tradicionalista presenta contornos egoístas, con mensajes centrados en la exacción fiscal de Madrid ("ellos nos roban"). Pero a diferencia de los flamencos de Bélgica o la Liga del Norte de Italia, no enarbolan banderas contra las regiones pobres. Dirigen sus demandas impositivas contra el gobierno central. Ese mismo estandarte desencadenó en el pasado grandes sublevaciones populares.
El grueso de la izquierda latinoamericana ha percibido la enorme progresividad del planteo catalán. Por eso muchos organismos explicitaron su solidaridad y algunos gobiernos radicales asumieron la defensa de esa lucha en forma contundente.
Especialmente Maduro denunció el avasallamiento de la autonomía catalana y exigió la liberación de los presos políticos, en un momento de aislamiento internacional de los soberanistas. La violencia de Rajoy demuele su autoridad para criticar a Venezuela. Allí se utiliza la fuerza contra las guarimbas fascistas y no para desconocer el derecho al sufragio.
Las banderas republicanas de Cataluña han sido también visibles en las marchas democráticas y sociales de Argentina. Los partidos de izquierda expresaron su apoyo al referéndum y algunos exigieron el reconocimiento de la independencia. Pero también hay voces disidentes expuestas con argumentos de clase.
¿DIVISIÓN DE A LA CLASE OBRERA?
Un marxista argentino cuestiona la validez del catalanismo por sus motivaciones impositivas, en una región que no afronta sojuzgamientos coloniales. Resalta especialmente los efectos adversos de dividir a la clase obrera por pertenencias nacionales.
Ciertamente el movimiento actual incluye dos rasgos diferentes al pasado. Por un lado se nutre de la clase media y los empleados públicos y no de la clase obrera, que en gran medida proviene del sur y es relativamente ajena al reclamo soberanista. Por otra parte la lucha nacional y social ha perdido la sintonía que presentaba en la época de Franco, como resultado del ascendente liderazgo burgués y la decreciente centralidad del proletariado.
A diferencia de otras regiones con reivindicaciones del mismo tipo (como era Quebec), el mundo sindical no sostiene al catalanismo. Pero tampoco es hostil a esa aspiración. Lejos de apuntar contra los trabajadores el reclamo nacional tiende a sumarlos a una misma lucha.
Varias huelgas acompañaron las marchas contra la represión y los estibadores boicotearon el desembarco de los gendarmes. En la masificación de esa acción Barcelona recupera su gran historia de sublevaciones obreras.
La convergencia de demandas nacionales y sociales es la mejor forma de unificar a los pueblos contra sus opresores. A principio del siglo XX Lenin promovió esa estrategia. Objetaba las especulaciones sobre la factibilidad económica o política de los separatismos y subrayaba el simple derecho de cada comunidad a definir su porvenir nacional. Criticaba a quienes erigían un falso antagonismo entre la resistencia a la explotación social y a la opresión nacional.
Durante la centuria pasada la izquierda bregó por ese empalme en Cataluña. Asumió el bilingüismo y reconoció los derechos nacionales sin convalidar el independentismo. Postuló soluciones federalistas, destacando los modelos de concordancia alcanzados en Suiza o inicialmente la URSS (que podrían extenderse en la actualidad al estado plurinacional de Bolivia). Siempre subrayó el pilar republicano de opciones que suponen alguna iniciativa adicional al socialismo.
Es el mismo tipo de disyuntivas que afronta la izquierda en Medio Oriente frente a demandas nacionales de los kurdos, que son instrumentadas por Israel y Estados Unidos para suscitar tensiones con el mundo árabe. Sólo tendiendo puentes entre los oprimidos de ambas partes se puede disolver esa hostilidad.
Al desconocer la legitimidad de una reivindicación nacional, la izquierda deja un terreno vacante que invariablemente ocupa la derecha. La bandera de Cataluña ha sido por ejemplo peligrosamente adoptada en algunos países europeos por las corrientes reaccionarias.
Ignorar el problema nacional es el peor escapismo, frente a los intrincados escenarios que prevalecen en las regiones con conflictos históricos irresueltos. Las simplificaciones clasistas soslayan esos dilemas imaginando inexistentes escenarios de lucha social purificada.
VACILACIONES DE LA IZQUIERDA
Las movilizaciones de Cataluña suscitan intensos debates en América Latina, no sólo por los estrechos vínculos históricos que existen con la izquierda ibérica. Una nueva aproximación entre corrientes radicales de ambos continentes se registró en los últimos años, al compás de la emigración y el impacto generado por Venezuela, Bolivia y el ciclo progresista en los movimientos populares españoles. Estos procesos influyeron significativamente en la gestación de Podemos.
Las vacilaciones de esta última formación frente a la lucha catalana han contrastado con su defensa del derecho de esa región a decidir su futuro. Ese pronunciamiento contradice la ausencia de participación o la pasividad frente a la irrupción callejera.
En el pico de las protestas la dirección de Podemos cuestionó la "legalidad" del referéndum, mientras que otros integrantes avalaron vagamente la consulta o concurrieron a regañadientes a su realización. Esas actitudes han generado una seria crisis con la rama catalana de esa corriente.
Esas indecisiones provienen de las caracterizaciones ambiguas que se han planteado de la lucha en curso. Un intelectual argentino próximo a la dirigencia de Podemos sintetiza esas ambivalencias. Objeta y al mismo tiempo avala las protestas, con argumentos que apuntalan y rechazan esas acciones.
Esa postura no registra la categórica progresividad de un movimiento, que ha golpeado como ningún otro el tejido regresivo de la transición, desafiando sus pilares neoliberales, autoritarios y monárquicos. En lugar de incentivar esa dinámica de ruptura con el régimen se titubea, observando al movimiento como un fenómeno pasajero que obstruye el retorno a las reglas políticas del juego previo.
No registran que las soluciones federales o el estado plurinacional -que formalmente propician- nunca se conquistarán al margen de la acción directa. La conducta de gran parte de la izquierda explica por qué razón persiste la hegemonía política del catalanismo tradicional.
Lo mismo vale para la actitud asumida por exponentes de IU que tomaron distancia de las protestas, subrayando la incompatibilidad del "comunismo con el independentismo". En vez de apuntalar canales de confluencia entre ambos proyectos, suponen que están separados por infranqueables murallas.
Bajo estas posturas subyace la esperanza de regenerar un patriotismo español progresista contrapuesto a los nacionalismos periféricos. Esa expectativa deriva en proximidades hacia el oficialismo y alejamientos de las movilizaciones populares de Cataluña.
Sólo las tradiciones de la izquierda centradas en el derecho de autodeterminación son coherentes con la defensa de la república y la instauración de formas federativas de gobierno. El camino opuesto retoma el sendero que sepultó al PCE por su aval y compromiso con la transición pos-franquista.
MAYORÍAS Y REPÚBLICA
Los atropellos de Rajoy han convertido una lucha por la autonomía en una batalla por la democracia. La indignación que generó la represión masificó las protestas y muchos sectores reacios al independentismo se sumaron por rechazo a la prepotencia centralista.
Nadie sabe cuál es el nivel efectivo de apoyo al separatismo. El referéndum -con alta participación pero en medio de la represión y escollos de todo tipo- no clarificó qué porcentaje de catalanes aprueba la soberanía y está dispuesto a implementarla.
Las vertientes radicales del independentismo estiman que esa ruptura permitiría desmontar la transición y avanzar en un proceso anticapitalista. Pero es un sendero que requeriría la conquista previa de una mayoría superior a las propuestas federativas.
Ninguna de las alternativas podrá igualmente prosperar sin sólidas alianzas con los restantes pueblos de España. La derecha conoce ese requisito y por eso alienta el chauvinismo anti-catalán. No podrá lograr esa fractura si despunta una lucha unificada de todos los trabajadores y naciones del país. Para desenvolver esa convergencia recobra actualidad la bandera de la república.
Luego del pico de movilizaciones alcanzado con la votación prevalece una compleja situación. La improvisada declaración de independencia ha desembocado en un gran desconcierto. El PDCAT quedó desbordado y nunca concibió algún plan para implementar el proceso soberanista. El PP sostiene su contraofensiva con el auxilio del PSOE y Ciudadanos, pero las manifestaciones han persistido y la próxima pulseada se librará en las elecciones de diciembre.
Rajoy sueña con una victoria del campo unionista para debilitar al soberanismo e introducir drásticos cambios en la política educativa y lingüista de la región. Si fracasa y emerge una nueva asamblea con mayoría catalanista deberá negociar o prorrogar su ilegitima intervención. La libertad de los presos y la anulación de la intervención ya ocupan el primer renglón de la agenda popular.
Cataluña continúa en el ojo de una tormenta que tensiona a todos los demócratas de América Latina. En las dos márgenes del Atlántico se desenvuelve la misma batalla contra la derecha y cualquier victoria contra Rajoy será también vivida como una gran derrota de sus socios de la restauración conservadora.
RESUMEN
La derecha latinoamericana se alineó contra Cataluña ocultando la responsabilidad del gobierno en el conflicto. Se demanda un derecho vulnerado por el centralismo monárquico que confronta con el contubernio de la transición, en pleno resurgimiento de aspiraciones nacionales afectadas por la globalización. El nacionalismo españolista se ubica en las antípodas de su equivalente catalán, que tiende a converger con los trabajadores. El desconocimiento de esa confluencia explica las vacilaciones de la izquierda, en un momento clave para retomar la batalla por la república.
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