Treinta años más tarde del Concilio de Toledo, esta nueva forma de pensar que le exige a los hombres, y en especial a los reyes, magnanimidad y bondad para con sus semejantes, se pone en evidencia en el Rey Recesvinto (649-672), cuando reúne otro Concilio para que vea la forma de disminuir la severidad de las penas que se habían establecido contra los que se levantaron en armas contra el rey. El Bondadoso Recesvinto había sido víctima de una rebelión, a la que afortunadamente había vencido. Cuando finalmente muere, puede decirse —como afirma Menéndez Pidal— que los godos se habían romanizado definitivamente, no sólo en la fe, sino en toda la cultura.
Es precisamente a la cristianización y a la pérdida de sus virtudes bárbaras lo que hace el imperio godo en España, víctima fácil de los invasores árabes, que pasearon el país de Norte a Sur, sin encontrar apenas resistencia.
En la misma tierra de los feroces francos, los más salvajes de las tribus bárbaras, se había operado un profundo cambio en la conducta guerra y sanguinaria de aquéllos. Sobre este particular, escribe Lamb: "Pipino sabía bien y ya Carlos comenzaba a descubrirlo, que los otrora indomables francos no resultaban muy seguros en una sanguinaria batalla campal. Aquellos famosos guerreros de Dagoberto se habían transformado en gente de campo, en pacífico labriegos, demasiado ocupados por sus familias y por sus cultivos.
Señala Altamira que las costumbres se habían relajado notablemente en los últimos tiempos. Poco a poco olvidáronse los godos de sus antiguas costumbres y adoptaron, en casi todos los sentidos, las costumbres de los romanos, de modestos y sencillos se transformaron en fastuosos, sin que por ello asimilasen del todo, el refinamiento de la desaparecida civilización. Los hombres seguían llevando el cabello largo, como signo de distinción y nobleza.
El último rey godo antes de Don Rodrigo, fue un rey clementísimo —escribe Menéndez Pidal— atribuyéndose a los vicios y crueldades de Don Rodrigo, la ira del cielo que perdió a España.
La vida privada del jefe es siempre pública; sus actos y gestiones promueven inevitablemente acerbas repulsas y proporcionales lisonjas, críticas inmerecidas y falsas aprobaciones. El hombre bueno común y corriente huye del gobernante como si fuese un apestado, porque sobre él se concentran los más bajos apetitos. Dispensador de dones y de males, el gobernante está por encima de los demás hombres, su marco existenciales diferente, sus pasiones son distintas, sus temores y mecanismos de defensa singulares. Bien los expresa el rey Duchmanta, príncipe indio del siglo VI, cuando escribe: "Todo hombre que ha logrado el objeto de sus deseos, es ya feliz; pero a los reyes cuando han conseguido lo que ambicionaban, nuevas inquietudes le torturan. Llegar a una dignidad solamente satisface la ambición; pues la necesidad de conservar lo que se ha alcanzado es un verdadero tormento. La dignidad real, como el quitasol que se sostiene en la mano, no preserva de una fatiga sino a costa de otra.
Los condes de Castilla y los reyes de Navarra no merecen de sus contemporáneos los epítetos de malvados, crueles y criminales con que frecuentemente son designados los reyes de León. Otro tanto podemos decir de los reyes de Aragón, desde Ramiro I (1035-1063), el hijo bastardo de Sancho de Navarra, hasta Jaime II, el Justo (1285-1327) su octavo descendiente.
Hay un último factor que podría mostrarse —como hace Menéndez Pidal— para explicar la regresión bárbara y criminal en que incurren los reyes de León: el aislamiento físico. Ante dichas aseveraciones no podemos menos que objetar: ¿Por qué son precisamente sus compañeros y demás coetáneos los que los juzgan como crueles y por esta casusa los ejecutan o destituyen? De haber sido expresión de la regresión cultural que señalan los referidos autores, es obvio que el pueblo y los dignatarios habrían sufrido la misma transformación que se observa en sus reyes. Cabe observar asimismo que el aislamiento mencionado no existía del siglo IX en a delante.
Con lo cual no nos queda sino una conclusión: la singular personalidad de esos reyes o, dicho de otra forma, la insania que los caracteriza; ya que insano es todo aquel que al chocar con las normas de su grupo sufre o hace sufrir, sin que exista motivación comprensible.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!