"Si la España del siglo VIII es una expresión de la cultura latino-cristiana y ambas ante la crueldad y el homicidio tenían una actividad similar a la que tenemos en nuestros días, es de obligada suposición, pensar que la fiereza de los reyes de León y de la España medieval como se conducían como hijos de su tiempo. Si la anormalidad comienza, cuando un ser discrepa con los señalados vectores y estas discrepancias se traducen en sufrimiento para los demás, es razonable sospechar que un alto índice de anormalidad existía entre aquellos príncipes. Los hombres que se refugiaron con D. Pelayo en las montañas de Asturias y de quienes nacerán los reyes de León, no eran simple expresión de la España judeo-cristiana-romana, sino una terrible fuerza que hacía menos de dos siglos había caído sobre esta civilización devastándola hasta los cimientos".
La princesa Luz la madre de D. Pelayo poseía el trágico sino de inflamar las pulsiones incestuosas. Primero fue su tío, el rey Witiza, quien se enamoró locamente de ella; luego fue su otro tío Favila, de quien engendró un hijo. Temerosa de los celos del rey, metió al recién nacido en una barca encomendando su destino a las cenagosas aguas del Tajo.
Cuando añas más tarde, casados tío y sobrina, se lamentaban de la suerte de su retoño, un rico hombre de los entornos que lo había recogido, se los entregó sano y salvo.
Don Pelayo fue educado con esmero en la corte de su abuelo Egica, llegando a ser con el tiempo uno de sus espatarios. Su tío Witiza no cesaba, sin embargo, de asediar a la madre del nuevo Moisés; como fuese sorprendido en una de estos arranques por su esposo Favila y se suscitase una discusión entre ellos, el feroz Witiza no vació en matarle con su propia mano. Cuando años más tarde ascendió al trono, temiendo la venganza de Pelayo, lo expulso al más remoto confín del reino. En 709 murió Witiza y subió al trono Don Rodrigo, (Don Rodrigo y Pelayo eran primos hermanos y descendientes del rey Chidasvinto (642-653) quien habría de ser el último rey godo de España. Con su muerte en Guadalete, en 711, se cierra un ciclo histórico: el dominio Visigodo.
** Según la leyenda, Don Rodrigo desde hacía tiempo deseaba a la princesa Florinda, llamada también La Cava e hija del gobernador godo de Ceuta; una vez que la sorprendió bañándose en las orillas del Tajo, no pudiéndose contener, la violó en las mismas riberas. Lleno de ira, el agraviado padre invitó a los árabes a que invadiesen la Península. Los cristianos fueron derrotados en Guadalete y Don Rodrigo se ahogó en las aguas del río del mismo nombre.
Con excepción de Asturias y el norte de Galicia, toda España cayó en poder de los musulmanes. Dentro de los empinados riscos que bordean el Cantábrico se refugiaron numerosos cristianos que no quisieron aceptar el dominio de los infieles. Entre ellos se encontraba Don Pelayo quien, por su valor y por su linaje, fue nombrado rey de los sobrevivientes de aquella hecatombe (718).
No tardó el duque de Cantabria en mostrar su arrojo, pues con un puñado de leales le dio a los moros sonada derrota que cantará por siglos el romance:
"El valeroso rey Pelayo
Cercado está en Covadonga
Por cuatrocientos mil moros,
que el zancarrón adoran
Sólo cuarenta cristianos
tiene, y aún veinte le sobran".
Abocados como estaban los árabes en invadir a Francia, dejaron quieto al minúsculo reino crecido entre barrancos y pinares. Bajo la dirección de Don Pelayo, los refugiados desmontaron los terrenos incultos y los transformaron en tierras de sembradíos, edificaron casas, iglesias y establecieron sus leyes. De esta forma nació la Villa de Cangas, pequeña aldea que fue capital de España.
Don Pelayo no volvió a inmiscuirse en aventuras guerreras. Plácida y ordenamiento se dedicó a organizar su pequeño reino. Las crónicas lo describen como sabio, pacífico y prudente. Murió en 737. Fue enterrado con su mujer, Gaudiosa, en Santa Eulalia de Abamia, cerca de Covadonga.
A su muerte fue elegido para sucederle su hijo Favila (737-739). Menos que inepto fue el heredero de Don Pelayo. Con él se inicia la serie de los llamados "reyes vagos". No tenía más preocupación que la caza. En una de sus excursiones fue muerto por un oso. Dejó descendientes de corta edad.
Desapareció Favila, los generales y nobles del reino eligieron para sucederle a un sobrino y yerno de Don Pelayo. Reinaría éste con el nombre de Alfonso I, y sería llamado por los cristianos el Católico y por los árabes el Exterminador. A diferencia de su cuñado fue un rey enérgico y emprendedor. Murió a los diez y ocho años de reinado y fue enterrado en Covadonga (737-757).
Lo sucedió su primogénito Fruela I (757-768). Áspero, irritable, cruel y desacertado resultó el hijo del Católico. Por tales características —escribe Ferrari— se malquisto muy pronto con los suyos.
Tuvo que sofocar varias sublevaciones motivadas por su espíritu tiránico y cruel. En una de ellas, acontecidas en Galicia, "empleó tal rigor, llevado de su genio irascible, que no reparó en devastar a provincia y castigar a todos los culpables con la pena de muerte".
Era extremadamente religiosos. A él se le debe la fundación de Oviedo, que con el tiempo pararía a ser capital de la España asturiana. "No obstante su religiosidad —escribe Ferrari— el nombre de Fruela aparece manchado en la historia, con la mancha del fratricidio. Su hermano Vimarazo se había hecho querer del pueblo y de los grandes. Sin duda inspiraron recelo a Fruela las simpatías de que gozaba, y dejándose llevar el irritable monarca de su arrebato temperamento, en el mismo palacio y con su propia mano lo asesinó. "Tan excecrable crimen acabó con la tolerancia de los grandes, que ya le aborrecían y conjurados contra él, lo asesinaron a su vez en Cangas, haciéndole sufrir la pena de Talión". De su mujer, la hermosa Munia, tuvo un hijo, quien más tarde reinaría con el nombre de Alfonso II.
Los nobles y demás electores, resentidos, sin embargo, con la ingrata memoria de su padre, lo apartaron de la sucesión al trono y llamaron para que gobernase a su primo Aurelio.
DE FRUELA A SANCHO EL MAYOR (757-970)
La crueldad de Fruela continuará en sus parientes y descendientes por varias generaciones. Su primo Ramiro I (843-850), es de una crueldad inaudita. Su pena favorita era la ceguera. Como un conde palatino le disputase su ascensión al trono, luego de vencerlo, le manda a sacar los ojos. "Horrible castigo —escribe Ferrari— proscrito en las mismas leyes godas cuya severidad vuelve a resucitar al nuevo rey". "No entraba en su corazón la piedad —continúa el mismo autor—, era inexorable con sus enemigos y despiadado con todos".
"Los árabes estaban dotados de grandes virtudes de expansión —como señala Menéndez Pidal—. Eran entusiastas de su religión y tolerantes con las de los vencidos. Fieles cumplidores de sus pactos, fueron a la vez muy hábiles para apoyarse en los descontentos y en los oprimidos. Así que se afirmaron rápidamente y dominaron a toda España".
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