Es curioso cómo funciona la doble moral del ser humano, docenas de periodistas se amontonan para fotografiar a quienes sin esperanza alguna abandonan Honduras, para buscar techo y comida en Estados Unidos, emprendiendo las famosas caravanas de una perenne crisis humanitaria. Pueblos que son objeto de las más turbias inspiraciones políticas de propios y extraños, pues son utilizados para que muchos allá digan que los van a invadir y muchos acá digan que se van por haraganes. O al revés, que unos acá digan que criminales buscan cruzar la frontera y otros allá digan que se van porque son delincuentes que huyen de la ley.
Nunca falta el oportunismo de quienes haciéndose llamar periodistas, se les pegan a las caravanas anotando trayectos e inmiscuyéndose en las emociones de los marginados de siempre, para luego exponerlas en revistas y periódicos y recibir las vanaglorias del mundillo mediocre que premia lo ruin por ruin. Lo cierto es que a nadie le importa si viven o si mueren, si desaparecen ni qué será de ellos, si logran llegar a esa tierra tan anhelada donde les dijeron que pueden tener el desarrollo que les niega su país de origen.
En una realidad paralela a las caravanas de hondureños y salvadoreños, están las migraciones forzadas de quienes también migran en las mismas condiciones y por las mismas razones pero, sin el foco del periodismo y de los buenos samaritanos que al invisible lo marginan pero si hay luz mediática lo cobijan. Curioso cómo funciona la doble moral del ser humano.
¿Por qué importan tanto hoy las caravanas de la efervescente crisis humanitaria hondureña y no los más de 70 mil migrantes desaparecidos en tierra mexicana? ¿Por qué no ha importado todos estos años el genocidio migrante? ¿Por qué esos periodistas humanistas que se le pegan a la caravana hondureña, no se les pegan de igual forma a las madres centroamericanas que buscan a sus hijos en fosas clandestinas, en cárceles, en hospitales?
¿En dónde están los políticos que abogan por los integrantes de estas caravanas, también exigiendo el mismo respeto por los migrantes en tránsito que viajan a como pueden, sin luz mediática de por medio, buscando llegar al mismo destino? ¿En dónde están los humanistas que han obtenido premios gracias a estas caravanas, denunciando la trata de personas que viven quienes en la oscuridad de la clandestinidad indocumentada desaparecen para siempre? ¿La voz, el seso, la sensibilidad de estos buenos samaritanos en dónde está cuando se trata de niños, niñas, adolescentes y mujeres víctimas de trata para explotación sexual?
¿En dónde está la valentía de quienes abrazan a los integrantes de estas caravanas, para la foto del recuerdo, pero que huyen cuando las víctimas son migrantes indígenas explotados en el trabajo forzado? ¿Cuándo las heridas no las cubre un paramédico de una ambulancia, cuando los niños no duermen bajo un techo de un albergue oficial? Estos migrantes de siempre, de Honduras, de Guatemala, de El Salvador, a nadie importan porque son las peregrinaciones de décadas que continuarán cuando la bulla de las efervescentes crisis humanitarias terminen. Se irán los focos, los humanistas, los periodistas oportunistas, los buenos samaritanos y ellos continuarán migrando porque la explotación sistemática es la base del neoliberalismo que impera en el mundo no solo en el Triángulo Norte de Centroamérica. Para entonces, ¿a cuántos migrantes desaparecidos aumentarán las estadísticas? ¿Cuántos más serán víctimas de trata para explotación laboral, sexual y tráfico de órganos? ¿Quién acompañará a las madres de centroamericanos en su búsqueda y en su denuncia? ¿Y quienes tendrán las agallas, aunque no reciban premios ni vanaglorias, para denunciar el genocidio migrante? Es curioso, la doble moral del ser humano es infinita.