A la memoria de los Peruanos internacionalistas caídos en El Salvador

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A la memoria de los Peruanos internacionalistas caídos en El Salvador

Alipio Mamani era un nombre más, un vago recuerdo de los tiempos de militancia en la jota, un nombre sin rostro, peor que eso, un ser sin nombre, un impreciso recuerdo de esos tiempos donde la identidad se disolvía en el anonimato de una militancia clandestina.

Luego las historias a medias, los recuerdos, los tiempos, la distancia, el olvido, al final, siempre el olvido.

García Márquez solía decir que vivimos para contar, la manera como recordamos es la forma como vivimos.

Y la historia de Marco Antorio Corzo, de Alipio Mamani, de Camilo, de esos tres camaradas que partieron en silencio para luchar junto al pueblo salvadoreño había que rescatarla del olvido, había que darle vida, contarla, hacer que formará parte de nuestra historia, de nuestras vivencias, de nuestros éxitos, de nuestras derrotas.

En ellos está reflejado años de militancia en la jota, lo que quisimos ser, lo que hicimos y lo que no pudimos hacer.

Hoy gracias a la labor de camaradas que estuvieron en las montañas salvadoreñas, que lucharon juntos a Ursus, Alipio, Camilo podemos rescatar algo de la memoria perdida, de esos tiempos donde jóvenes como Ursus, Alipio, Camilo abrazaron con pasión las ideas revolucionarias.

Ellos marcharon en silencio, hoy en silencio luchamos contra el olvido.



 

Ricardo Silva Soto, Nacido en pleno verano, un 4 de febrero de 1959. A pesar del aire de melancolía en sus ojos, que se puede descifrar en las fotografías, Ricardo Silva era de una alegría amable y generosa, alguien lleno de luz y sol, derramándose hacia los demás. Y en la década de los ochenta, en que el silencio de Chile penetraba por todos los rincones, tratando de acallar ciudades, calles y escuelas, siempre andaba con su música, por los jardines y patios de la Facultad de Química y Farmacia de la Universidad de Chile. En esos años los sonidos de un charango, una quena o una guitarra eran una señal, un signo inequívoco de identidad y de esperanza.

Deportista entusiasta. En su Facultad se le podía encontrar, invariablemente, en la cancha de baby fútbol o en la mesa de pin pon. El Estadio Recoleta pertenecía a la Universidad de Chile y allí los jóvenes futbolistas universitarios practicaban y mantenían reñidos encuentros en que Ricardo Silva siempre destacaba. Y tan cerca, la fatídica casa de Pedro Donoso 582. ¿Sabría que su canción favorita, "El Aparecido" de Víctor Jara, era una especie de premonición...?

Ricardo desbordaba una energía positiva, que siempre levantaba el ánimo al más abatido. Ejercía un indudable liderazgo en el deporte, que sin embargo jamás hizo mella en su sencillez y simpatía. Era el defensa sobresaliente, el jugador estrella de muchos equipos de fútbol estudiantiles, aquel que podía desplazarse por toda la cancha con vigor y fuerza.

Su buen humor contagiaba de alegría de vivir. Cuando pasaba una muchacha hermosa se limpiaba los párpados, diciendo seriamente: "se me acaba de meter un blue-jean en el ojo".

Desde la universidad, en las calles Olivos y en Vicuña Mackenna, fue trazando su camino. Cuentan sus compañeros que lo vieron alejarse, de a poco, de las actividades netamente estudiantiles. En sus casilleros, los estudiantes guardaban panfletos y aerosoles, zapatillas deportivas. Cada rayado en murallas universitarias era un gigantesco triunfo.

Pero en esos momentos Ricardo Silva optaba por una forma de lucha mucho más exigente y más riesgosa. Sus condiscípulos lo vieron ir menos a la facultad. Él había decido guardar en su casillero otras cosas, sumándose a un modo de vida política mucho más difícil, en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Los partidos de fútbol se fueron espaciando y las urgencias fueron otras. De maneras absolutamente compartimentadas iba pidiendo colaboraciones. La fotografía para una portada rodriguista por aquí. Una casa para una reunión por acá. Un automóvil por allá. 1985 o 1986 eran años en que nadie preguntaba demasiado a alguien que pedía una casa para una reunión. Ni para qué era la fotografía o en qué se iba a usar el automóvil porque para la juventud chilena muchas cosas se jugaban entre la vida y la muerte. Su actuación en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez fue extremadamente compartimentada. Su prudencia y discreción hacen que aún se sepa poco de las responsabilidades que tuvo: una de ellas fue ocupar la segunda jefatura en Concepción. Nos trasladamos al año 1988. Hay un acto recordatorio del primer año de la matanza de Corpus Christi en el patio de la Facultad de Química y Farmacia. Ricardo queda presente en el casino de su escuela, que lleva su nombre: allí sus compañeros ponen su retrato, con una placa. También plantan un árbol en un pequeño jardín, donde hay una lápida de piedra grabada. La memoria de Ricardo Silva se hace perpetua, se traspasa. Ocurren cosas que jamás se habían permitido en la Universidad de Chile durante la dictadura militar: es velado en su facultad, y desde allí parte el cortejo fúnebre. A la vez el Directorio del Colegio de Químicos Farmacéuticos establece una beca anual, con su nombre, destinada a ayudar a los gastos de escolaridad de un alumno.

Eliana, su madre comenta: "Pero me han dicho que le vieron en tantas partes ese año. Me han dicho que puede ser el viento sobre la nieve o un rayo de sol deslizándose por Concepción, por La Serena, por Valparaíso. Me han dicho que Ricardo Silva sigue siendo nuestra alegría".

 


 

Ricardo Hernan Rivera Silva nació un nueve de junio de 1963, el cuarto de cinco hermanos, su niñez como la de tantos pequeños de la región, le gustaba jugar y era bueno para el agua y se bañaba en el mar hasta que le daban calambres.

A los diez años, en 1973, vio que detenían a su papá, ese año fue demasiado triste en Lota. Estuvo lleno de temor y miedo, de cárceles y fusilamientos. Era un castigo contra toda su gente, que habían participado de lleno con la Unidad Popular. El sentimiento de venganza de los nuevos gobernantes fue intensificándose con la fuerza de la continua presencia militar.

El padre de Ricardo, don Manuel, el "Chino Rivera", minero de ENACAR, también fue condenado a muerte, bajo un cargo de supuesta posesión de armas. Pero luego le conmutaron la pena, primero por cadena perpetua, y luego por una permanencia forzada en la región, firmando semanalmente en una fiscalía militar de Concepción.

Con el dinero del desahucio por el retiro forzado de ENACAR, Empresa Nacional del Carbón, la familia ingresó al mundo de la feria libre de Lota, donde aún permanece la "Mami Meche", madre de Ricardo. Allí, Richard levantó cajas al hombro y condujo la carreta, para levantar el puesto cada mañana.

Fue a la escuela industrial de la ciudad y también, como tantos otros jóvenes de Lota, acostumbró su caligrafía a la letra imprenta mayúscula.

Ricardo fue buen jugador de fútbol. Le decían "el amasador", porque en el tráfago del partido, tomaba la pelota y largamente la pisaba, no entregándola a nadie, hasta lograr su objetivo. Jugó en el equipo Universitario, en el club deportivo COMMI de la feria de Lota y participó como jugador y dirigente del Club Deportivo Tucapel de su población.

Richard era sano y alegre, compartía con la gente, como casi a todos sus compañeros que encontraron la muerte en la Operación Albania, tocaba la guitarra; lo recuerdan sentado en la vereda cantando, andaba siempre con su sonrisa a flor de labios, lo recuerdan junto a los niños del barrio, enseñándoles una canción-juego que decía: "Para hacer una casita..."
Ricardo no bebía y al contrario, siempre orientaba a sus amigos y a los muchachos contra el alcohol.

Con sus amigos de adolescencia emprendió el "mochileo", recorriendo, hasta Chiloé en una oportunidad, y hasta Viña del Mar en otra. Numerosas fotografías testifican esos rumbos juveniles.

Ricardo participó en la formación y organización de la Agrupación Cultural "Víctor Jara", que contó con un conjunto folclórico y teatral, en el Sindicato Minero Industrial de Lota, por esos años; cuando el grupo teatral se presentó ante los mineros de la zona, en la obra que mostraban, Ricardo representaba un viejo andrajoso que producía mucha risa por su veracidad.

Los temas de Silvio Rodríguez y de Pablo Milanés eran parte importante de su repertorio en la guitarra. Esos temas que hablan de "...esta extraña tarde desde mi ventana", de que "...hoy mi deber era cantarle a la patria", de "...Yolanda", y que constituían un código libertario de música y poesía para los jóvenes chilenos al comenzar la década de 1980.

Un compañero de militancia desde la escuela industrial relata que él tenía muy claros sus conceptos de educación política, pero no buscaba aparentar rasgos de liderazgo. Egresó en 1980 de la escuela. En 1981 hizo la práctica de mecánica en máquinas y herramientas, en PETROX de Concepción. Destacado militante de las JJCC en la zona del carbón, le correspondió salir a prepararse al extranjero en el año 1983- Al encontrarse en Europa con uno de sus amigos lotinos, la alegría fue grande, casi infantil. Estuvo cerca de un año en Cuba.

Volvió a Chile y al ingresar al Frente, fue recomendado para ocupar un cargo de responsabilidad en la región de La Serena, pero a fines de 1986, las necesidades de la zona, le hacen volver a sus calles, su ciudad y su gente. Nada hace precisar que es un combatiente, ni mucho menos su rango. Sus días transcurren entre salidas casi a diario y viajes ocasionales a la capital. En el Día de la Madre, en mayo de 1987 hace un regalo a la mamá Mercedes: la chimenea de que aún perdura en el hogar.

En los últimos días que estuvo en Lota, en 1987, grabó algunas canciones en un cassette, entre otras una que dice "puedes matarme si quieres..." Igual que si hubiese tenido un presentimiento, el día antes de partir recorrió, junto a una prima, de extremo a extremo su querido Lota, como despidiéndose de su pueblo. Año 1987.
Rescatando la Memoria Histórica Revolucionaria.

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Desde la Coordinadora Simón Bolívar manifestamos en carta abierta que "La solidaridad es la ternura de los pueblos".
Con Bolívar y Chávez, decimos ¡a la carga!
Desde Venezuela, Tierra de Libertadores, a 527 años del inicio de la Resistencia Antiimperialista en América, y a 208 años del inicio de Nuestra Independencia



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