Quien bautiza, al fin y al cabo, manda

Decir a alguien bien es bendecirle. Decirle mal, maldecirle. Los romanos tuvieron que llamar a los esclavos instrumenti vocali para argumentar para argumentar su sometimiento, diferenciándolos de los bueyes y otros animales, que eran tan solo instrumenti. Sólo porque los conquistadores españoles negaron primero a los indios el alma y luego la entendieron como tabla rasa sobre la que escribir su dominio, pudieron alargar su opresión. Los nazis exterminaron a los judíos una vez que los habían bautizado como Unmenschen (no humanos). Mucho antes de que los muros de los campos de concentración fueran levantados, ya se había creado una arquitectura de palabras condenatorias que apelaban a lo irracional y hacían de los judíos un peligro incomprensible. La Endlösung, la solución final, se construyó sobre el discurso de una Alemania convertida en persona —por tanto, viva, con sentimientos e interpretada y representada por el Führer.

Una Alemania amenazada por unos animales salvajes, los judíos, que querían devorarla impulsados por su maldad esencial, genética, anclada en la noche de los tiempos. Palabras asesinas que construyeron los ladrillos de los hornos que cremaron a millones de seres humanos. No en vano, Kurt Tucholsky recordó que también en la Alemania nazi hubo "asesinos de escritorio" (la misma actitud de aquellos que construyeron las diferencias entre los hutus y los tutsis en Ruanda, los que esencializaron las diferencias en la antigua Yugoslavia, los neocon que diseñaron el genocidio de Irak o los sionistas que hoy ven en cada palestino un terrorista). Franco había condenado ya a centenares de miles de españoles cuando dijo que eran la "Antiespaña", cuando los señaló como el principal enemigo de la patria mezclados entre los buenos españoles. Centenares de miles fusilados con anticipación cuando fueron acusados, con la sanción de la Iglesia católica, de masones, ateos, bolcheviques, herederos de los "moros" contra los que peleó más de mil doscientos años antes Don Pelayo. En consecuencia, fueron miles los maestros republicanos asesinados. Transmitían palabras que ponían en duda la España eterna.

Un lema logró aumentar las bases de un gran negocio en la posguerra española: "Los rojos no usaban sombrero." El vestido es igualmente una forma de lenguaje que presenta, ensalza, estigmatiza o invisibilidad. Los romanos prohibieron que los esclavos se uniformaran (de esta manera, no se visualizaba ese potencial ejército conformado por las dos terceras partes de la población). Durante la conquista, los católicos españoles taparon su propio escándalo disfrazando a los indios de europeos. El nazismo cosió estrellas en la ropa a judíos, homosexuales, izquierdistas. En las escuelas europeas, un velo se convierte en una amenaza, pero no así otros símbolos no menos susceptibles de ser señalados también como una imposición (piercings, tatuajes, cortes de pelo peculiares, vestimenta —tanto la que configura algún tipo de tribu urbana como la ropa cara de marca—, crucifijos, símbolos políticos, Etc.

De igual manera, no hay sometimiento de la mujer sin que bajo la condición de hembra se incorporen cualidades disminuidas que se enseñan desde la infancia. La mujer, nacida de la costilla del hombre, camina sumisa en tanto en cuanto deba su existencia a un acto gracioso —directa o indirectamente— masculino. No otra cosa ocurre con la obligación bajo el capitalismo de vender la fuerza de trabajo —esto es, tiempo de vida— que tuvo que enmascararse en la idea de contrato entre iguales, transformando en acuerdo económico lo que en el feudalismo era un desnudo acuerdo político de vasallaje y que, por tanto, era más fácil de identificar. En el siglo XXI, el ejército norteamericano (o cada uno de sus aliados) asesina a personas con sentimientos, proyectos, deseos, familias y amistades sólo tras rebajarlos a la condición abstracta de terroristas. En las barriadas pobres de Nuestra América mueren con violencia cada fin de semana centenares de jóvenes sólo porque el sistema los ha calificado como excedentes sociales. Colombiagranadina bautiza a sus pobres como desechables, igualándolos a la basura donde, a menudo, se ven obligados a vivir porque no tienen lugar en ningún otro sitio.

Es así como hay que entender ese esfuerzo por parte del poder de nominar y, en su caso, redenominar las cosas para apropiarse de ellas o para frenar su fuerza transformadora. Muchas sátiras televisivas, supuestamente críticas, son principales servidores del Poder por esa desdramatización bufonesca. Y no hizo cosa Occidente cuando construyó la imagen de Oriente despótico y fundamentalista (que justificó las Cruzadas), del salvaje mitad humano mitad bestia (que justificó la conquista de América o la esclavitud de África) o de la naturaleza como un lugar ajeno al que depredar o someter (la tierra, la mujer). Llamar a algo o a alguien "lo otro" es condenarlo, pues quien denomina está descubriendo, está comparándose y poniéndose por encima. El descubiertos pone las palabras a las cosas para decir: antes no estaba aquí, no es original, mide y etiqueta conforme a sus ideas previas. El que define, coloniza. Cuando aparece el indio, aparece el ser inferior, el pecador, el destinado naturalmente a someterse. Al tiempo, necesariamente, desaparece el ser humano. Nombrar a los indios o a los negros como inferiores no era sino un artificio que permitía cohonestar la brutalidad de la explotación con el seguimiento recto de la doctrina eclesiástica.

Juan Carlos Monedero.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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