En 1347, se desató una oleada de muertes en la Península de Crimea. Sus habitantes huían despavoridos llevando con ellos el contagio a otras poblaciones. La primera de ellas, Italia, a la par de cuyo dinamismo se expandió la peste, bautizada por el color oscuro de las lecciones, como "negra". Era la peste bubónica, trasmitida por ratas y pulgas. Pronto se convirtió en una pandemia que azotó a Europa, Asia y África y se prolongó por seis años, en su etapa pico. La enfermedad también se posicionó debido a los malos hábitos alimentarios e higiénicos de los europeos, al punto que una de las pocas medidas que tomaron para frenar el virus fue quemar sus desaseadas ropas.
Pero poco se podía hacer para contener la peste, más que arrojar culpas sobre grupos sociales o religiosos, como en efecto ocurrió. La palabra solidaridad no era parte del accionar europeo. El sistema feudal, mantenía semi esclavizada a las mayorías. Al menos el 60 % de la población europea desapareció (de 80 millones en aquel momento, se redujo a 30).
Después de aquella tragedia, una Europa arruinada se volcó a saquear recursos en otros territorios, a los cuales llevó sus virus. La población de Nuestra América --para reconstruir a la fuerza con sus riquezas naturales a la Europa-- fue aniquilada, más por la barbarie que por las enfermedades, dado que la población indígena tenía costumbres de alimentación e higiene comprobadamente sanas.
Setecientos años más tarde, en 1917, de nuevo las altas fiebres, la tos y otros síntomas, sustituyeron las matanzas producidas por la primera guerra mundial. Era la influenza, una enfermedad que se originó en EEUU y que fue contagiada por sus soldados en los escenarios de guerra. Un tercio de la población mundial (500 millones) se infectó, y al menos 50 millones murieron.
La propagación de la influenza fue un ejercicio de insensibilidad de las potencias que participaron en aquella guerra, cuyo leitmotiv era la invasión de territorios. En lugar de buscar de combatir el virus ocultaron su letal existencia y dejaron que sus tropas se contaminaran y contaminasen a los indefensos civiles. Fue una guerra bacteriológica de facto.
La esperanza de vida de la población se redujo en alrededor de 12 años. La Influenza (el aún mortal virus H1N1) mató a más seres humanos que todas las armas juntas de aquella guerra. La peste fue mortal, a pesar de los avances en salud e higiene de Europa, aferrada a su espíritu expansionista.
El virus de 1917 - 18, que amaino por sí mismo, superó ampliamente a las temidas pandemias del cólera (seis en el siglo XIX), que mataron a millones en el mundo entero. Un cólera milenario que sigue siendo un mal endémico cuya cura, extrañamente, no ha sido hallada por la ciencia médica.
Restricciones legales a la solidaridad científica
En occidente, la ciencia médica invierte muy poco en investigación para la erradicación de las principales enfermedades endémicas. Por otra parte, con la internacionalización de la propiedad intelectual, luego de la II Guerra Mundial y la aparición del GATT, la medicina entró en el mercado de la oferta y la demanda. La trasmisión espontanea de la ciencia y la tecnología que fue común en la historia de la humanidad, se encontró con esa barrera económica. En la medida que avanzaba la medicina, proporcionalmente se alejaba de las personas de menor poder adquisitivo, por lo que más del 50 % de la población mundial no tiene acceso a los servicios de salud.
Por ejemplo, en los años 80 – 90 del siglo XX, la pandemia del VHI – SIDA, sacudió al mundo entero. A la fecha se calculan unos 40 millones de muertes, y en la actualidad un número igual padece este virus. Pero fue solo en 2003, cuando la OMC permitió la fabricación de retrovirales a países como la India y Brasil.
Para un paciente con VHI, comprar los medicamentos significa 12 mil dólares anuales. En la India se demostró que los retrovirales se pueden adquirir por 600 dólares anuales, haciendo menos pesada la carga social de los gobiernos y dando mayor calidad de vida a la población afectada.
Otro ejemplo. En 2014, el ebola, aparecido en 1976, atemorizaba al mundo por la fuerza de su mortal propagación, aunque a pesar de su impacto, en seis años ha muerto un promedio de 13 mil personas, menos que las pandemias citadas. Pero la solidaridad de occidente tampoco se hizo latente para combatirlo. Contrario a ello, en 2014, la Cumbre Extraordinaria del ALBA – TCP, en La Habana, decidió la ayuda inmediata a los países afectados. Cuba envió sus médicos y Venezuela financió la adquisición de insumos.
Ahora, el 2020, encuentra al mundo con una nueva pandemia, el "coronavirus" que se propaga tan a prisa que ha obligado a los países del mundo a tomar una cuarentena sin precedentes. El descomunal desarrollo de las comunicaciones áreas, del comercio mundial, de la alta movilidad humana, ha sido el caldo de cultivo para la veloz trasmisión del virus. Pero mientras la gente se contagia, las bolsas de valores calculan sus pérdidas de capitales, tal como los feudales lamentaban la caída de los tributos de la plebe.
Los sistemas sanitarios mundiales se ponen a prueba. Una vez más una "gripe" los doblega. Las muertes jamás se aproximarán a las tragedias arriba señaladas, pero es lamentable cada vida humana que se pierde. De nuevo el miedo cunde y la vulnerabilidad de occidente, siempre más preocupado en desarrollar armamentos y commodities que vacunas y medicinas, sale a flote.
Del otro lado de la moneda, Cuba, con sus médicos que se han convertido en héroes y heroínas en África y América, cuya investigación científica es un símbolo internacional de humanidad, ahora va a Europa, a China, al mundo con su invaluable solidaridad y avances; y China comunista, demuestra que su cooperación no es aquella con condiciones que ofrece occidente, que ya anda peleándose por ver quien patenta una vacuna primero, para sacarle el mayor provecho comercial.
Mientras tanto, la humanidad, va aprendiendo la lección, y comprende que una disciplinada cuarentena, es un aporte solidario de lo individual a lo colectivo.