El contrato de la USAID con Harvard

"Así como sí al pasar por un punto, en el infinito de las tinieblas, se encendiera y brillara por un momento todo lo que por allí pasase, así brilla por un momento en nuestra conciencia del presente cuanto desfila de lo insondable del pasado".

Los genios precoces de Harvard, a quienes se había encargado la tarea de organizar las privatizaciones y el mercado de fondos de inversiones. Los dos académicos que encabezaban el proyecto (el profesor de economía de Harvard Andrei Shleifer y su adjunto, Jonathan Hay) fueron acusados de haber beneficiado directamente con el mercado que tan apresuradamente estaban creando.

Cuando estos enredos salieron a la luz, el Departamento de Justicia de Estados Unidos se querelló contra Harvard alegando que los negocios de Shleifer y Hay vulneraban los contrato que habían firmado y en los que se comprometían a no beneficiarse personalmente de su labor de alto nivel. Tras una investigación y una batalla legal de siete años, el tribunal federal del distrito de Boston sentenció que Harvard había incumplido su contrato, que los dos académicos habían "conspirado para defraudar a los Estados Unidos", que Shleifer había "incurrido en una flagrante práctica de autocontratación" y que Hay había "intentado blanquear 400.000 dólares a través de su padre y de su novia". Harvard fue obligada a pagar una compensación de 26,55 millones de dólares (la más elevada jamás satisfecha por esa institución). Shleifer accedió a pagar 2 millones y Hay, una cifra a determinar entre 1 y 2 millones, dependiendo de sus ingresos, aunque ni el uno ni el otro admitieron responsabilidad alguna.

Todo esto suscita directamente una pregunta acuciante e importante acerca de los ideólogos del libre mercado: ¿son "verdaderos creyentes" a quienes mueve la ideología y la fe en que los mercados libres curarán el subdesarrollo, como se asegura a menudo, o sus ideas y teorías actúan frecuentemente como una elaborada tapadera que permite que el pueblo actúen dando rienda suelta a su codicia, aunque invocando, al mismo tiempo, una motivación altruista? Todas las ideologías son corrompibles, evidentemente (y los apparatchiks rusos dieron abundantes y evidentes muestra de ello con los múltiples privilegios que cosecharon durante la era Yeltsin), y, sin duda. Pero la economía de la Escuela de Chicago parece ser especialmente susceptible de desembocar en procesos de corrupción. En cuanto se acepta que el lucro y la codicia practicados en masa generan los mayores beneficios posibles para cualquier sociedad, no existe prácticamente ningún acto de enriquecimiento personal que no pueda justificarse como contribución al gran caldero creativo del capitalismo porque supuestamente genera riqueza y espolea el crecimiento económico (aunque sea sólo el de la propia persona y sus colegas más próximos).

Era perfectamente legal que Soros se beneficiase directamente con los mercados que él mismo estaba ayudando a abrir actuando como filántropo, pero aquello no parecía proyectar la imagen más integra de él como benefactor. Durante un tiempo, él mismo trató de solucionar la apariencia de un conflicto de interés prohibiendo que sus empresas invirtiesen en aquellos países donde sus fundaciones ejercían su actividad. Eso significa que de lo que verdaderamente pueden vanagloriarse las "reformas económicas es del empobrecimiento absoluto de millones de personas vivían en una situación de pobreza calificada de "desesperada".

—"El mundo es para la conciencia. O, mejor dicho, este para, esta noción de finalidad, y mejor que noción sentimiento, este sentimiento teleológico no nace sino donde hay conciencia. Conciencia y finalidad son la misma cosa en el fondo".

—"El precio de desentenderse de la política es el ser gobernado por peores hombres".

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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