"John Maynard Keynes, el arquitecto intelectual del New Deal y del moderno Estado del bienestar. El hundimiento del mercado en 1929 había establecido un consenso general: el "laissez-faire" había fallado y los gobiernos debían intervenir en la economía para redistribuir la riqueza y fijar un marco de regulación empresarial". Durante esa etapa oscura para el libre mercado, cuando el comunismo conquistaba el Este, y mientras Occidente se entregaba al Estado del bienestar y el nacionalismo económico arraigaba en el Sur poscolonial, Friedrich Hayek, protegían con suma paciencia la llama del capitalismo en estado puro, sin empañarse por los intentos keynesianos para crear riquezas colectivas que fueran la base de una sociedad más justa.
La Organización Mundial del Comercio, a menudo contra voluntad de los países desfavorecidos, bajo amenaza de negarles los préstamos del Fondo Monetario Internacional si se oponían a ellas. Las tres grandes medidas habituales —privatización, desregulación gubernamental y recortes en el gasto social— solían ser muy impopulares entre los pueblos, pero con el establecimiento de acuerdos firmados y una parafernalia oficial, al menos se sostenía el pretexto del consentimiento mutuo entre los gobiernos que negociaban, así como una ilusión de consenso entre los supuestos expertos. Ahora, el mismo programa ideológico se imponía mediante las peores condiciones coercitivas posibles: la ocupación militar de una potencia extranjera después de una invasión, o inmediatamente después de una catástrofe natural de gran magnitud. Al parecer, los atentados del 11 de septiembre le habían otorgado luz verde a Washington, y ya no tenían ni que preguntar al resto del mundo si deseaban la versión estadounidense del "libre mercado y la democracia": ya podían imponerla mediante el poder militar y su doctrina de "shock" y conmoción.
Sin embargo, medida que avanzaba en la investigación de cómo este modelo de mercado se había impuesto en todo el mundo, la idea de aprovechar las crisis y los desastres naturales había sido en realidad el "modus operandi" clásico de los EE.UU. Esta forma fundamentalista del capitalismo siempre ha necesitado de catástrofes para avanzar. Sin duda las crisis y las situaciones de desastre eran cada vez mayores y más traumáticas. En verdad, estos audaces experimentos en el campo de la gestión y aprovechamiento de las situaciones de crisis eran el punto culminante.
A la luz de esta doctrina, los últimos cincuenta años adquieren un aspecto singular y muy distinto del que nos han contado. Algunas de las violaciones de derechos humanos más despreciables de este siglo, que hasta ahora se consideraban actos de sadismo fruto de regímenes antidemocráticos, fueron de hecho un intento deliberado de aterrorizar al pueblo, y se articularon activamente para preparar el terreno e introducir las "reformas" radicales que habrían de traer ese ansiado libre mercado.
Las crisis a causa de las deudas forzaban a los países a "privatizarse o morir" como dijo un funcionario del FMI. Devorados por la hiperinflación, y demasiado endeudados como para negarse a las exigencias que venían de la mano de los prestamos extranjeros, los gobiernos aceptaban los "tratamientos de choque" creyendo en la promesa de que las salvarían de mayores de mayores desastres.
¡La Lucha sigue!