—"La voluntad y la inteligencia buscan cosas opuestas: aquella, absorber al mundo en nosotros, apropiárnoslo; y ésta, que seamos absorbidos en el mundo. La inteligencia es monista o panteísta, la voluntad es monoteísta o egotista. La inteligencia no necesita algo fuera de ella en que ejercerse; se funde con las ideas mismas, mientras que la voluntad necesita materia".
Entre el tráfico de armas, la privatización de los ejércitos, la industria de la reconstrucción humanitaria y la seguridad interior. Una nueva economía plenamente articulada, nació en la era Bush, pero existe independientemente de una administración concreta y seguirá funcionando entre los intersticios del sistema hasta que la ideología supremacista y empresarial que la propulsa quede en evidencia, aislada y en entredicho. El complejo empresarial está en manos de multinacionales estadounidenses, pero su naturaleza es global: las compañías británicas aportan su experiencia con una red de ubicuas cámaras de seguridad, las empresas israelíes su pericia en la construcción de vallas y muros de última tecnología, la industria maderera canadiense vende casas prefabricadas que son diez veces más caras que las del mercado local, y así podríamos seguir indefinidamente. No creemos que nadie se haya planteado la industria de la reconstrucción tras los desastres naturales como un mercado inmobiliario hasta ahora.
Todas estas reencarnaciones comparten un compromiso para con una trinidad política: la eliminación del rol público del Estado, la absoluta libertad de movimientos de las empresas y un gasto social prácticamente nulo. Pero ninguna de las múltiples nomenclaturas que esta ideología ha recibido parece suficientemente adecuada. En todos los países en que se han aplicado las recetas económicas de la Escuela de Chicago durante las tres últimas décadas, se detecta la emergencia de una alianza entre unas pocas multinacionales y una clase política compuesta por miembros enriquecidos; una combinación que acumula un inmenso poder, con líneas divisorias confusas entre ambos grupos. En Chile, "los pirañas"; en Estados Unidos, los "pioneros"; y en Canadá, los madereros. En lugar de liberar al mercado del Estado, estas élites políticas y empresariales sencillamente se han fusionado, intercambiando favores para garantizar su derecho a apropiarse de los preciados recursos que anteriormente eran públicos, desde los campos petrolíferos, pasando por las tierras colectivas, hasta los contratos de reconstrucción.
El término más preciso para definir un sistema que elimina los límites en el gobierno y el sector empresarial no es liberal, conservador o capitalista sino corporativista. Sus principales características consisten en una gran transferencia de riqueza pública hacia la propiedad privada —a menudo acompañada de un creciente endeudamiento—, el incremento de las distancias entre los inmensamente ricos y los pobres descartables, y un nacionalismo agresivo que justifica un cheque en blanco en gastos de defensa y seguridad. Para los que permanecen dentro de la burbuja de extrema riqueza que este sistema crea, no existe una forma de organizar la sociedad que dé más beneficios. Pero dadas las obvias desventajas que se derivan para la gran mayoría de la población que está excluida de los beneficios de la burbuja, una de las características del Estado corporativistas es que suele incluir un sistema de vigilancia agresiva (de nuevo, organizado mediante acuerdos y contratos entre el gobierno y las grandes empresas), encarcelamientos en masas, reducción de las libertades civiles y a menudo, aunque no siempre, tortura.
La tortura, o por utilizar el lenguaje de la CIA, ha sido el socio silencioso de la cruzada por la libertad de mercado global. Pero la tortura es más que una herramienta empleada para imponer reglas no deseadas a una población rebelde. También es una metáfora de la lógica subyacente en la doctrina de EE.UU.
¡La Lucha sigue!