"La destrucción creativa es nuestro segundo nombre, tanto en nuestra propia sociedad como en el exterior. Destruimos el viejo orden todos los días, desde los negocios hasta la ciencia, la literatura, el arte, la arquitectura, el cine, la política y el derecho. Deben atacarnos para sobrevivir, el mismo modo que nosotros debemos destruirlos para desarrollar nuestra misión histórica".
En primer lugar, la Casa Blanca utilizó la omnipresente sensación de peligro posterior al 11-S para aumentar drásticamente los poderes policiales, de vigilancia, detención y ataques bélicos del ejecutivo (una toma del poder que el historiador militar Andrew Bacevich calificó como "golpe sucesivo"). A continuación, esas funciones de seguridad, invasión, ocupación y reconstrucción, perfectamente definidas y financiadas, se subcontrataron y pasaron al sector privado.
Aunque se transmitió a la población que el objetivo era luchar contra el terrorismo, el efecto fue la creación del complejo del capitalismo del desastre; una nueva economía de seguridad nacional, guerra privatizada y reconstrucción de desastres cuyas tareas consistían nada menos que en crear y dirigir un Estado de seguridad privatizada, dentro y fuera del país. El estímulo económico de esta iniciativa general bastó para compensar las deficiencias provocadas por la globalización y el "boom puntocom". Del mismo modo que Internet desató la burbuja puntocom, el 11-S provocó la burbuja del capitalismo del desastre. "Cuando la industria TI frenó el ritmo, después de la burbuja. ¿adivina quién tenía todo el dinero? El gobierno", explicó Roger Novak, de Novak Biddle Venture Partners, una firma capitalista que invierte en empresas de seguridad nacionales. Novak afirma ahora que "todos los fondos están viendo la gravedad de la crisis y se preguntan cómo pueden conseguir un trocito del pastel".
Por extraño que parezca, la herramienta ideológica más eficaz en este proceso fue la afirmación de que la ideología económica ya no era una motivación primordial para la política exterior o nacional de Estados Unidos. El mantra "el 11 de septiembre lo ha cambiado todo" ocultaban muy a las claras que, para los ideólogos del libre mercado y las empresas cuyos intereses servían, lo único que había cambiado era la facilidad con la que podían aplicar sus ambiciosos programas. Ahora, en lugar de someter las nuevas políticas a un polémico debate público en el Congreso o a un amargo conflicto con los sindicatos del sector público, La Casa Blanca podía utilizar el apoyo patriótico con el que contaba y la aprobación de la prensa para dejar de hablar y empezar a actuar. Como observó el New York Times en febrero de 2007, "sin un debate público o una decisión política formal, los contratistas se han convertido virtualmente en la cuarta rama del gobierno".
El Departamento de Seguridad Nacional, una nueva arma del Estado creada por el régimen de Bush, es la expresión más clara de este modo de gobierno totalmente dependiente de subcontratas. Como explicó Jane Alexander, subdirectora de la sección de investigación del Departamento de Seguridad Nacional, "nosotros no hacemos las cosas. Si no viene de la industria, no vamos a ser capaces de conseguirlo".
¡La Lucha sigue!