Minuta para una teoría y política de la pandemia: los desafíos de la academia

2020 es el año de la pandemia y del carácter inédito de una crisis epidemiológica global (https://bit.ly/2VvSGiF) que se empalmó con la dinámica de la geopolítica y la geoeconomía y –particularmente– con el agotamiento del sistema mundial moderno y de la hegemonía estadounidense como articuladora de las relaciones económicas y políticas internacionales. La creación de las posibles vacunas se engarza con esa lógica desestructurante de las relaciones de poder y con un patrón de acumulación financiero/rentista que sujeta la invención del antídoto a la bursatilización especulativa en los mercados de valores y al otorgamiento de contratos desde los Estados y sus finanzas públicas. Todo ello en un escenario político surcado por la elección presidencial de los Estados Unidos y por las luchas desquiciadas entre las élites plutocráticas de esa nación (https://bit.ly/36GXQO3).

Por tanto, un primer acercamiento a la comprensión de la pandemia supone trascender la mirada convencional que la reduce a un fenómeno estrictamente sanitario. Por la manera en que se manejó desde principios del 2020, la pandemia se fundamentó en una construcción mediática del coronavirus (https://bit.ly/2VOOQSu) que incentivó y exacerbó las emociones y el miedo (http://bit.ly/35KfaRU) tras aprovechar la vulnerabilidad humana y apremiar a la urgencia de protección respecto a los ciudadanos expuestos al riesgo de contagio y/o muerte. Más aún, la pandemia se convirtió en un argumento para denostar y enjuiciar al adversario político tras evidenciar su incapacidad para hacerle frente a sus consecuencias e impactos.

Instalado el discurso demagógico y trivial de la "nueva normalidad", estudiar sistemáticamente la pandemia amerita extender la mirada más allá de concebirla como un hecho coyuntural y efímero que pasará en cuanto aparezca un elixir que aleje los riesgos. Las decisiones públicas y corporativas, así como los poderes fácticos que despliegan dispositivos de dominación y afianzan o pilotean la acumulación de capital, asumieron a la pandemia como una gran excusa para acelerar –sin resistencias– cambios estructurales en los campos laboral, educativo, tecnológico, comunicacional, y en el conjunto de la vida cotidiana de los ciudadanos. Comprender el sentido de esas decisiones es un desafío vasto que exige re-conceptualizar la realidad social, crear nuevas categorías de análisis, así como identificar a esos actores y agentes socioeconómicos y políticos, y desentrañar la lógica de su acción social y sus impactos territoriales.

De ahí que la pandemia, en tanto crisis sistémica y ecosocietal (https://bit.ly/3l9rJfX) que se traslapa con la misma crisis estructural del capitalismo, es pertinente que sea analizada como un hecho social total (https://bit.ly/3kAjxVA) a medida que trastoca el conjunto de los cimientos de la sociedad contemporánea, sea en sus instituciones, prácticas, cotidianidades, interacciones, patrones de acumulación y estructuras sociales. Su manejo los trastoca no para mejorar las condiciones de vida de las poblaciones, sino para extremar las ancestrales desigualdades sociales e internacionales y para profundizar la misma dialéctica desarrollo/subdesarrollo.

A su vez, es relevante comprender que la pandemia se despliega también como un dispositivo de control social para domesticar los cuerpos, la mente, la conciencia y la intimidad de los ciudadanos, luego de trastocar su vida cotidiana y sus formas de imaginar, soñar, pensar, proceder e interactuar con propios y extraños. Se trata de un macro-experimento que –fundamentado en el miedo a enfermar y perder la vida ante el ataque de un agente patógeno desconocido– no solo propició una gran reclusión, sino que acentuó el distanciamiento social y las expresiones del individualismo hedonista y el social-conformismo. Atrapada en la vorágine del fundamentalismo de mercado y en su dinámica dictatorial, la sociedad contemporánea es presa de sus propias leyes sociales y del egoísmo que inocula sus entrañas y la convivencia cotidiana entre los individuos. Como la crisis epidemiológica global –al igual que toda catástrofe o desastre– es redituable como negocio, los corporativos del big pharma, del Sillicon Valley y del comercio electrónico, desde hace meses despuntan como los grandes beneficiarios de un riesgo sanitario que fue convertido en tragedia, y del cual la clase trabajadora es su principal náufrago (https://bit.ly/3ekj5qP).

Es crucial que desde la academia no se incurra en la cortedad de miras que priva interesadamente en la industria mediática de la mentira, en la plaza pública digital y en los gobiernos como primeros generadores de noticias falsas (fake news). Movidas por intereses creados, por ignorancia y por la visceralidad –o por una combinación de las tres–, se desconoce o se obvia que la génesis de las epidemias contemporáneas se relaciona con el estilo de vida propio del capitalismo y con el patrón de producción y consumo regido por el extractivismo, la depredación del medio natural –particularmente el aire que respiramos y la ruptura de las fronteras biológicas respecto a otros organismos vivos–, con la descomposición de las dietas sanas y caseras y el ultraprocesamiento de los alimentos, bebidas y demás satisfactores de necesidades básicas. Es un problema público sanitario, pero también de raíces antropológicas que remiten a la involución en estos estilos de vida adoptados por familias e individuos. Algo cercano a lo que Pier Paolo Pasolini denominó como mutación antropológica; fenómeno dado por una penetración voraz, indiscriminada y desbocada de la cultura del consumismo, llevada a su más acabada expresión durante las últimas décadas con la publicidad, el crédito bancario y la obsolescencia tecnológica programada. Este hiperconsumismo no solo es de bienes y servicios, sino también de símbolos, imágenes e ideas en medio de la orfandad ideológica de los ciudadanos y de la pérdida de referentes para ser, hacer y pensar en el mundo. El homo videns (del cual nos hablaba Giovanni Sartori) y el ciberleviatan (José María Lassalle) son la representación metafórica de estas tendencias contemporáneas.

La indiferencia o la omisión no son el camino, pues ningún fenómeno de la cuestión social es intocable ante el maremágnum de la pandemia. El conjunto de los hechos sociales –en mayor o menor medida– serán trastocados tras el paso implacable del huracán pandémico, en lo que sería un cisma civilizatorio de amplias proporciones equiparable a las grandes guerras del siglo XX o a la transición de un modo de producción a otro. De ahí que la pandemia sea un acelerador del colapso civilizatorio contemporáneo (https://bit.ly/3mY2sXo); un clavo en el ataúd de formas de vida y de organización de la sociedad que brindaban cierta certidumbre a las colectividades e individuos. La sociedad que emergerá en el mundo post-pandémico será una donde privará una radical incertidumbre combinada con la exacerbación de las vulnerabilidades (http://bit.ly/2WxfQG0) experimentadas por miles de millones de seres humanos en lo que se perfila como una sociedad de los prescindibles. De ahí que la academia –y las ciencias sociales en particular– están obligadas a repensarse a sí mismas para dar cuenta de la génesis de nuevas realidades que no serán ni las de la sociedad salarial, ni las propias de los Estados de bienestar o de los Estados desarrollistas, ni aquellas desfiguradas y excluyentes que se gestaron en las últimas cuatro décadas con el dogmático orden ultra-liberal y el mantra del mercado. Lo territorios inéditos de cara a la acumulación del capital se agotaron con la incorporación al mercado del antiguo bloque soviético, entonces emergerá un nuevo tipo de capitalismo en aras de trascender esos límites territoriales. Se trata de reconocer esta ruptura histórica suscitada o radicalizada con la pandemia y de atender los desafíos que ello representa para abrir nuevas posibilidades epistemológicas que reconfiguren las formas de pensar y de autorrepresentarnos teóricamente como sociedad. Pensar en tiempo real (https://bit.ly/3of8X82) es una urgencia en medio de la pandemia, pero siempre será pertinente ir más allá y aprovechar las metodologías ya construidas.

En este sentido, la investigación interdisciplinaria es un camino (https://bit.ly/3a3K63d), pero ello no es suficiente si no se reforma la universidad como organización productora del conocimiento sistemático para dejar atrás la compartimentalización de los saberes y comenzar a reconocer que fenómenos como la pandemia y otros más son una red de sistemas complejos cuyas partes o componentes se encuentran estrechamente entrelazados. Esto es, el multidireccional diálogo de saberes y el despliegue de la interculturalidad son fundamentales para comprender la génesis, manifestaciones, alcances y contradicciones de la era post-pandémica. Más allá de estandarizarse en una simple receta, el diálogo de saberes precisa de la imaginación creadora y de un sólido rigor metodológico que nos oriente en medio de la hecatombe pandémica y de los terrenos minados que siembra a su paso. La contrastación empírica será fundamental para ello, pero también ese vuelo imaginativo tiene que marcar la pauta para la creación de un nuevo lenguaje que contribuya a comprender las nuevas realidades y los problemas públicos.

Lo anterior es un reto teórico, pero también representa un reto político a medida que impone la urgencia de conciliar el pensamiento crítico, el pensamiento anticipatorio y el pensamiento utópico. Sin dosis mínimas de todos ellos no solo tendería a anquilosarse la academia y a petrificarse sus conocimientos al erigirse en dogmas incuestionables, sino que la misma praxis política no contará con referentes para comprender a cabalidad los problemas públicos y para tomar decisiones certeras que incidan en la vida diaria de las sociedad contemporáneas.



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Isaac Enríquez Pérez

Ph D. en Economía Internacional y Desarrollo. Académico en la Universidad Nacional Autónoma de México.

 isaacep@comunidad.unam.mx      @isaacepunam

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