Los cambios económicos provocarían reacciones psicológicas del pueblo

—Desde hace varias décadas, siempre que los gobiernos han impuesto programas de libre mercado de amplio alcance han optado por el tratamiento de choque que incluía todas las medidas de golpe, también conocido como "terapia de shock".

Pinochet también facilitó el proceso de ajuste con sus propios tratamientos de choque, llevados a cabo por las múltiples unidades de tortura del régimen, y demás técnicas de control infligidas en los cuerpos estremecidos de los que se creía iban a obstaculizar el camino de la transformación capitalista. Muchos observadores en Nuestramerica se dieron cuenta de que existía una conexión directa entre los shocks económicos que empobrecían a millones de personas y la epidemia de torturas que castigaban a cientos de miles que creían en una sociedad distinta. Como el escritor uruguayo Eduardo Galeano se preguntaba, "¿cómo se mantiene esa desigualdad, si no es mediante descargas de shocks eléctricos?".

Sin embargo, esta forma fundamentalista del capitalismo siempre ha necesitado de catástrofes para avanzar. Sin duda las crisis y las situaciones de desastre eran cada vez mayores y más traumáticas, pero lo que sucedía en varios países no era una invención nueva, derivada de lo sucedió el 11 de septiembre. En verdad, estos audaces experimentos en el campo de la gestión, y aprovechamiento de las situaciones de crisis eran el punto culminante de tres décadas de firme seguimiento de la doctrina del shock.

—Mike Battles supo expresarlo mejor: "Para nosotros, el miedo y el desorden representaban una verdadera promesa". El ex-agente de la CIA de treinta y cuatro años se refería al caos posterior a la invasión de Irak, y cómo gracias a eso su empresa de seguridad privada, Custer Battles, desconocida y sin experiencia en el campo, pudo obtener contratos de servicios otorgados por el gobierno federal por valor de unos 100 millones de dólares. Sus palabras podrían constituir el eslogan del capitalismo contemporáneo: el miedo y el desorden como catalizadores de un nuevo salto hacia delante.

A la Luz de esta doctrina, los últimos cuarenta y cinco años adquieren un aspecto singular y muy distinto del que nos han contado. Algunas de las violaciones de derechos humanos más despreciables de este siglo, que hasta ahora se consideraban actos de sadismo fruto de regímenes antidemocráticos, fueron de hecho un intento deliberado de aterrorizar al pueblo, y se articularon activamente paras preparar el terreno e introducir las "reformas" radicales que habrían de traer ese ansiado libre mercado. En la Argentina de los años setenta, la sistemática política de "desapariciones" que la Junta militar llevó a cabo, eliminando a más de treinta mil personas, la mayor parte de los cuales activistas de izquierdas, fue parte esencial de la reforma de la economía que sufrió el país, con la imposición de las recetas de la Escuela Chicago; lo mismo sucedió en Chile, donde el terror fue el cómplice del mismo tipo de metamorfosis económica. En la Rusia de 1993, Boris Yeltsin decidió enviar los tanques al parlamento, y maniobrar para impedir que los líderes de la oposición fueran un obstáculo para la privatización fulminante que dio lugar a la nueva clase dirigente del país: los famosos oligarcas.

La guerra de las Malvinas, en 1982, permitió a Margaret Thatcher superar la crisis de las huelgas de los mineros. Gracias a la excitación patriótica que recorrió el país como un relámpago, pudo aplastar la revuelta de los mineros y lanzar la primera gran marea privatizadora de una democracia occidental. En 1999, el ataque de la OTAN contra Belgrado permitió que más tarde la antigua Yugoslavia fuera pasto de rápidas privatizaciones, un objetivo anterior a la propia guerra. La economía no fue en absoluto la única motivación que desató estos conflictos, pero en todos y cada uno de los casos, un estado de shock colectivo de primer orden fue el marco y la antesala para la terapia de shock económica.

Los traumáticos episodios que "prepararon el terreno" no siempre han sido de carácter abiertamente violento. En los años ochenta, en Nuestramerica y África, las crisis a causa de las deudas forzaban a los países a "privatizarse o morir", como dijo un ex-funcionario del FMI. Devorados por la hiperinflación, y demasiado endeudados como para negarse a las exigencias que venían de la mano de los préstamos extranjeros, los gobiernos aceptaban los "tratamientos de choque" creyendo en la promesas de que les salvarían de mayores desastres. En Asia, la crisis financiera de 1997 y 1998 — de consecuencias comparables a la Depresión de 1929— bajó los humos de los denominados Tigres de Asia, abriendo sus mercados en lo que el New York Times describió como "la mayor liquidación por cierre del mundo". Muchos de estos países eran democráticos, pero las transformaciones radicales que crearon el "libre mercado" no se instauraron democráticamente. Más bien al contrario, La atmósfera de crisis a gran escala ofrecía los pretextos necesarios para desestimar los deseos expresados por los votantes y entregar las riendas del país a los "tecnócrata" económicos.

Por supuesto, ha habido casos en los que la adopción de las políticas económicas de libre mercado se ha producido de forma democrática. Los políticos han presentado propuesta de línea dura, y han ganado las elecciones. En estos casos, no obstante, los cruzados del capitalismo se enfrentaron a la presión del pueblo, y tuvieron que suavizar y modificar sus planes radicales, viéndose obligados a aceptar cambios graduales en lugar de una conversión total. La doctrina de shock económica necesita, para aplicarse sin ningún tipo de restricción —como en el Chile de los años setenta, China a finales de los ochenta, Rusia en los noventa y Estados Unidos tras el 11 de septiembre—, algún tipo de trauma colectivo adicional, que suspenda temporal o permanentemente las reglas del juego democrático. Esta cruzada ideológica nació al calor de los regímenes dictatoriales de Nuestramerica del Sur, y en los nuevos territorios que ha conquistado recientemente, como Rusia y China, coexiste con comodidad, y hasta con provecho, con un liderazgo de puño de hierro.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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