—"El FMI suele ser descrito como un títere del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, pero rara vez han sido tan visibles los hilos que lo mueven como lo fueron durante aquellas negociaciones. Para asegurarse de que los intereses de las empresas estadounidenses quedaban protegidos en los acuerdos finales, David Lipton, subsecretario de Asuntos Internacionales del Tesoro estadounidense (y antiguo colaborador y socio de Sachs en el programa de terapia de shock de Polonia) voló hasta Corea del Sur y se alojó en el Hilton de Seúl (el hotel donde se estaban desarrollando las negociaciones entre el FMI y el gobierno coreano). La presencia de Lipton fue, según Paul Blustein, del Washington Post, "una manifestación visible de la influencia que Estados Unidos ejerce sobre la política del FMI".
Tras cada una de esas estadísticas habías una historia de sacrificios desgarradores y decisiones degradantes. Como siempre ocurre, las mujeres y los niños fueron quienes se llevaron la peor parte de la crisis. Numerosas familias rurales de Filipinas y Corea del Sur vendieron sus hijas a traficantes de personas que se las enviaron como trabajadoras sexuales a Australia, Europa y América del Norte. En Tailandia, las autoridades de salud pública informaron de un aumento de 20% en la prostitución infantil en sólo un año; justamente, el año siguiente a las reformas del FMI. En Filipinas se reprodujo la misma tendencia. "Los ricos fueron los que se beneficiaron del boom, pero ahora somos pobres los que pagamos el precio de la crisis", se quejaba Khun Bunjan, una líder local en el noreste de Tailandia que se vió obligada a enviar a sus hijos a buscar comida y enseres domésticos entre los desperdicios después de que su marido hubiese perdido su empleo en una fábrica. "Hasta el limitado acceso que teníamos a la educación y a la sanidad está empezando a desaparecer".
Sigue debatiéndose si el FMI planeó el ahondamiento de la crisis o su actitud de indiferencia fue debida simplemente a la imprudencia y la temeridad. Quizás la interpretación más benévola de lo sucedido es que el Fondo sabía que no podía perder: si sus ajustes inflaban una nueva burbuja en títulos y acciones de mercados emergentes, habría logrado su objetivo; si estimulaban una mayor huida de capitales, habría creado un filón para los capitalistas más oportunistas. De cualquier modo, el FMI se sentía suficientemente cómodo con cualquiera de los resultados de una posible debacle económica total en aquellos países como para estar dispuesto a jugársela. Está claro quien ganó la partida.
Jeffrey Garten, antiguo subsecretario de Comercio de Estados Unidos, había predicho que, cuando el FMI hubiese acabado su tarea, iba "a haber un Asia significativamente distinta, y [sería] un Asia en la que las empresas estadounidenses [habrían] Conseguido una penetración mucho más profunda y un acceso mucha más amplio". Y no bromeaba. En dos años, la faz de buena parte de Asia se transformó por completo y cientos de marcas locales fueron reemplazadas por los gigantes multinacionales. El fenómeno en su conjunto fue descrito por el New York Times como "la mayor liquidación por cierre de negocio jamás vista en el mundo" y Business Week lo llamó un "bazar de compraventa de empresas". Fue, de hecho, un avance del capitalismo del desastre que se convertiría en la norma de los mercados tras el 11 de septiembre de 2001: una terrible tragedia había sido aprovechada para hacer posible que las empresas extranjeras irrumpieran en Asia y la tomaran por asalto. Y no estaban allí para construir sus propios negocios y competir, sino para llevarse la maquinaria, la mano de obra, la clientela y el valor de marca construidos durante décadas por las compañías coreanas (y, en muchos casos, para desguazarlos, reducirlos o clausurarlos definitivamente a fin de eliminar una posible fuente de competencia para sus exportaciones).
Por ejemplo, el gran titán coreano, Samsung, fue divido y vendido por partes: Volvo se quedó con su división de industria pesada, SC Johnson & Son con su rama farmacéutica y General Electric con su división der iluminación. Unos pocos años después, la otrora poderosa división automovilística de Daewoo —que la compañía había valorado en su momento en unos 6.000 millones de dólares— fue vendida a General Motors por sólo 400 millones (un robo digno de la terapia de shock rusa, aunque, en este caso, y a diferencia de lo que había ocurrido en Rusia, las empresas locales estaban siendo barridas por las multinacionales.
Como era de suponer, Morgan Stanley, una de las firmas que con mayor ahínco había reclamado una profundización de la crisis, se introdujo en muchas de aquellas operaciones y recaudó ingentes sumas de dinero en concepto de comisiones. Actuó, por ejemplo, como asesora de Daewoo en la venta de su división automovilística e intermedió en la privatización de varios bancos surcoreanos.
No sólo se vendían en aquellos momentos empresas privadas asiáticas a los extranjeros. Como anteriores crisis en América Latina y en Europa, ésta también obligó a los gobiernos a vender diversos servicios públicos para recaudar un capital del que sus Estados andaban terriblemente necesitados. El gobierno estadounidense había previsto con anterioridad ese efecto y lo esperaba con entusiasmo.
¡La Lucha sigue!