"Bien, ¿qué sentido tiene arruinar mi cabeza y borrar mi memoria —que es mi capital— e incapacitarme para lo que hago? Fue un remedio brillante, pero perdimos al paciente.
Ernest Hemingway".
En los círculos de la Escuela de Chicago, toda mención a esa clase de combinaciones ideológicas era recibida con disimulado desdén. Polonia había demostrado claramente que las transiciones caóticas abren oportunidades para que unos hombres que actúen decididamente y con presteza introduzcan un cambio rápido. Aquel no era momento de andarse con compromisos de keynesianismo híbrido, sino de convertir a los antiguos países comunistas al friedmanismo más puro. El secreto, como el propio Friedman había dicho, era que los fieles de la Escuela de Chicago tuvieran ya preparadas sus soluciones cuando todos los demás estuvieran planteándose interrogantes y tratando de reorientarse.
—La lección que Jeffrey Sachs extrajo de su primera aventura internacional fue que la hiperinflación podía ser detenida en seco con la aplicación de las medidas duras y drásticas correctas Había ido a Bolivia a dar muerte a la inflación y había salido victorioso. Caso cerrado.
John Williamson, uno de los economistas de tendencia derechista más influyente en Washington y asesor clave del FMI y del Banco Mundial, observó atentamente el experimento de Sachs y apreció en Bolivia algo de mucha mayor significación aún. Él mismo describió aquel programa de terapia de choque como el momento del "big bang", un avance espectacular en la campaña destinada a extender la doctrina de la Escuela Chicago a todo el planeta. El motivo de tal entusiasmo tenía poco de económico y mucho de táctico.
Posiblemente no fuera su intención, pero Sachs había demostrado de forma bastante contundente que la teoría de Friedman sobre las crisis era absolutamente correcta para sacar adelante un programa que, en circunstancias normales habría sido políticamente imposible. Aquél era un país que contaba con un movimiento obrero fuerte y combativo, y con una potente tradición izquierdista, sin olvidar que había sido escenario, además, del acto final del Che Guevara. Pero se le había forzado a aceptar una terapia de shock draconiana en nombre de la estabilización de su descontrolada moneda nacional.
A mediados de la década de 1980, eran ya varios los economistas que habían advertido que una crisis hiperinflacionaria auténtica simula los efectos de una guerra militar, porque esparce el temor y la confusión, crea sus propios refugiados y provoca una considerable pérdida de vidas humanas. Era más que evidente que, en Bolivia, la hiperinflación había desempeñado el mismo papel que la "guerra" de Pinochet en Chile y que la guerra de las Malvinas paras Margaret Thatcher: había creado el contexto preciso para la aprobación de medidas de emergencia, un estado de excepción durante el que fue posible suspender las normas democráticas y se pudo traspasar temporalmente el poder económico al equipo de expertos reunidos en el salón de la residencia de Goni. Para los ideólogos más a ultranza de la Escuela Chicago, como era el caso de Williamson, eso significó que la hiperinflación ya no era un problema a resolver, como Sachs creía, sino una oportunidad de oro que aprovechar.
En aquel invierno de 1989 tan repleto de acontecimientos, tuvo lugar también una especie de encuentro que reactivó a los adheridos a esa particular cosmovisión. Su lugar de celebración, como no podía ser de otro modio, fue la Universidad de Chicago y el motivo que lo propició fue un discurso de Francis Fukuyama titulado "Are We Approaching the End of History"
¡La Lucha sigue!