Las nuevas reglas del juego fueron ya expuestas en Washington. D.C. El motivo fue una especie de congreso que contó con una reducida asistencia (exclusivamente por invitación) pero que resultó de trascendental importancia y que se celebró en la décima planta del Carnegie Center en Dupont Circle, a siete minutos en coche de la Casa Blanca y a un tiro de piedra de los edificios centrales del FMI y del Banco Mundial. John Williamson, el poderoso economista famoso por haber redactado las misiones originales tanto el Banco como el Fondo, había convocado el acontecimiento como una reunión histórica de la tribu neoliberal. Allí estuvo presente un reparto estelar de los llamados "tecnopolíticos" (o tecnopols) que formaban la vanguardia de la campaña de difusión de la doctrina chicaguense por todo el mundo. Había ministros de Economía (tanto de etapas anteriores como en activo en aquel momento) de España, Brasil y Polonia, presidentes de los bancos centrales de Turquía y Perú, el jefe de gabinete del presidente de México y un ex-presidente de Panamá. Estaba el viejo amigo y héroe personal de Sachs, Leszek Balcerowicz, arquitecto de la terapia de shock en Polonia, así como su colega de Harvard, Dani Rodrik, el economista que había demostrado que rodos los países que habían aceptado la reestructuración neoliberal habían entrado en una profunda crisis. Anne Krueger, la futura subdirectora gerente primera del FMI, también se encontraba allí, y aunque José Piñera, el ministro más entusiasta de Pinochet, no pudo acudir porque iba a la zaga de otros candidatos de cara a las inminentes elecciones presidenciales chilenas, envió un detallado documento en su lugar. Sachs, que aún actuaba como asesor de Yeltsin por entonces, iba a ser el encargado de pronunciar el discurso central de la reunión.
Empezó recordando a su auditorio las inyecciones de ayuda que se habían destinado a Europa y a Japón tras la Segunda Guerra Mundial, y que resultaron "vitales para el posterior éxito sin paliativos" del país asiático. También explicó una anécdota sobre una carta que había recibido de un analista de la Heritage Foundatión —auténtica "zona cero" del friedmanismo— que "creía firmemente en las reformas en Rusia, pero no en la ayuda exterior para Rusia. Ésta es una opinión habitual entre los ideólogos del libre mercado (entre los que yo mismo me cuento", dijo Sachs. "Y es plausible, pero errónea. El mercado no puede hacerlo todo por si sólo; la ayuda internacional es crucial". La obsesión liberalizadora estaba conduciendo a Rusia hacia la catástrofe total, de donde, según dijo, "los reformadores rusos no podrían salir jamás —por muy valientes, brillantes y afortunados sean— si no cuentan con asistencia externa a gran escala y estamos muy cerca de perder una oportunidad histórica".
Sachs era quien tenía el estatus de estrella en aquel evento, Pero Williamson era el auténtico gurú de los allí congregados. Con su incomparable habilidad para verbalizar el subconsciente del mundo financiero, Williamson señaló despreocupadamente que esto planteaba algunos interrogantes fascinantes:
Habrá que preguntarse si podría tener sentido concebir la provocación deliberada de una crisis para eliminar los obstáculos de carácter político que se le pueden presentar a la reforma. En Brasil, por ejemplo, se ha sugerido en algunas ocasiones que valdría la pena avivar un proceso de hiperinflación si con ello se asusta suficientemente a todo el mundo para que se acepten los cambios. Me imagino que nadie con un mínimo de perspectiva histórica habría defendido a mediados de los años treinta que Alemania o Japón fueran a la guerra paras que recogieran posteriormente los beneficios del supercrecimiento que siguió a la derrota de ambos países. Pero ¿habría bastado una crisis menor para ejercer esa misma función? ¿Es posible concebir una "pseudocrisis" que pueda generar el mismo efecto positivo pero sin el coste de una crisis real?
Los Chicagos Boys adictos a la crisis estaban recorriendo, sin duda, una vertiginosa trayectoria intelectual. Apenas unos pocos años antes, habían especulado con la posibilidad de que una crisis hiperinflacionaria pudiese crear las condiciones impactantes requerida para las políticas de shock. Pero a mediados de los años noventa, un economista principal del Banco Mundial —una institución sufragada por entonces por los contribuyentes de 178 países y cuyo mandato original consistía en reconstruir y fortalecer las economías con problemas— propugnaba ya la creación de quiebras estatales en virtud de las oportunidades que éstas abrían paras volver a empezar de cero entre las ruinas.
Durante años, han circulado rumores de que las instituciones financieras internacionales habían coqueteado con el arte de las "pseudocrisis", por emplear la expresión de Williamson, con el fin de plegar la voluntad de los países a la suya, pero siempre había sido difícil de demostrar. El testimonio más extenso al respecto fue el proporcionado por Davison Budhoo, un empleado del FMI convertido en denunciante interino y que acusó a la organización de amañar las cuentas con la intención de condenar la economía de los países pobres que no querían dar su brazo a torcer.
¡La Lucha sigue!