¿Qué toda esta doctrina, o lo que sea, no es otra cosa que una justificación a posteriori de un defecto propio del autor de ella? Santo y bueno… ¿Y qué? Así son todas las doctrinas vivas, y así deben ser para que tengan eficacia y calor.
Al cristianismo, a la locura de la cruz, a la fe irracional en que el Cristo había resucitado para resucitarnos, le salvó la cultura helénica racionalista, y a ésta el cristianismo. Sin éste, sin el cristianismo, habría sido imposible el Renacimiento; sin el Evangelio, sin San Pablo, los pueblos que habían atravesado la Edad Media no habrían comprendido ni a Platón ni a Aristóteles. Una tradición puramente racionalista es tan imposible como una tradición puramente religiosa. Suele discutirse si la Reforma nació como hija del Renacimiento o en protesta a éste, y cabe decir que las dos cosas, porque el hijo nace siempre en protesta contra el padre. Dícese también que fueron los clásicos griegos redivivos los que volvieron a hombres como Erasmo a San pablo y al cristianismo primitivo, el más irracional; pero cabe retrucar diciendo que fue San Pablo, que fue la irracionalidad cristiana que sustentaba su teología católica, lo que les volvió a los clásicos. "El cristianismo es lo que ha llegado a ser —se dice— sólo por su alianza con la antigüedad, mientras entre los coptos y etíopes no es sino una bufonada. El Islán se desenvolvió bajo el influjo de cultura persa y griega, y bajo el de los turcos se ha convertido en destructora incultura".
No debe un hombre-mujer verdaderamente libre malgastar sus energías en acomodarse así como así al espíritu ambiente. Lo propio del animal es acomodarse pasivamente al medio; lo propio del hombre, adaptar el medio a sí, hacerse el mundo, manera la más noble de hacerse al mundo. Recíbanos el ambiente si quiere, y si no lo quiere, es que ni somos nosotros dignos de él, ni él lo es de nosotros. La suerte, no nuestra libre voluntad, nos ha hecho nacer en tal o cual pueblo y balbucir esta o la otra lengua en la cuna. El hombre-mujer que dobla la cerviz a la suerte sin luchar con ella, no es verdadero hombre-mujer, no es de los que aspiran al sobrehombre-mujer.
Eso es lo que debemos hacer todos los hombres y mujeres que pasan por las aulas. Ir a la guerra para civilizar la guerra. Nuestros soldados, hasta el día, no es sino una máquina de matar gente sin ningún valor moral en el ejército. El guerrero debe ser caballeresco y noble hasta la exageración. Como su hermano el lírico, su trascendencia es fundamental. Por los héroes y los líricos se cuentan las jornadas de los pueblos. Al ejército debiéramos concurrir todos, para entrar de lleno en la acción, en nuestra vida tal cual es, y no abandonar el país a sus fuerzas ciegas e inconscientes, so pretexto de evitar calamidades amparándonos cobardemente en un falso patriotismo. Todo hombre debe vivir la vida que le toca, con la mayor intensidad y buena fe posible. La vida es como el oro, no vale por lo que es, sino por lo que se puede lograr con él. Todo no es vivir, sino emplear bellamente la vida.
De lo que hay que huir es de la insinceridad y de la mentira. Si sientes que algo te escarabajea dentro pidiéndote libertad, abre el chorro y déjalo correr tal y como brote. Que hagan de filtro los que te escuchan o te lean. Y si alguien te lo atribuyere a pose, o creyere que no es dueño de ti mismo, ten piedad de él, porque tiene ojos y no ve.
—Podrá decirse, sí, que muerto el perro se acabó la rabia, y que después que me muera no me atormentará ya esta hambre de no morir, y que el miedo a la muerte, o, mejor dicho, a la nada, es un miedo irracional, pero… Sí, pero… Eppur, si muove! Y seguirá moviéndose. ¡Como que es la fuente de todo movimiento!
¡La Lucha sigue!