A pesar de los diferentes cambios de nombre —guerra contra el terror, guerra contra el islamismo radical, guerra contra el fascismo islamista, tercera guerra mundial, guerra larga, guerra generacional—, la forma básica del conflicto sigue siendo la misma. No está limitado por el tiempo, ni por el espacio, ni por el objetivo. Desde una perspectiva militar, estas características dispersas e indefinidas hacen de la guerra contra el terror una propuesta inalcanzable. En cambio, desde la perspectiva económica se trata de un objetivo inmejorable: no es una guerra pasajera con perspectivas de victoria, sino un mecanismo nuevo y permanente de la arquitectura económica global.
Cuando el malestar generalizado ante estas tecnologías de Gran Hermano detuvo el avance de muchas de estas iniciativas, las empresas comercializadoras y los proveedores se desanimaron. El 11 de septiembre acabó con este callejón sin salida; de repente, el miedo al terrorismo era mayor que el miedo a vivir en una sociedad vigilada. Así, la misma información extraída de las tarjetas de crédito o de las tarjetas de "fidelidad" se puede vender no sólo a una agencia de viajes o a Gap a modo de datos de marketing, sino también al FBI como datos de seguridad. Y todo ello abanderando un "sospechoso" interés por los teléfonos móviles "de pago por uso" y los viajes a Oriente Medio.
Si es víctima del programa de "rendición extraordinaria" de la CIA, secuestrado en una calle de Milán o mientras cambia de avión en un aeropuerto norteamericano, y trasladado rápidamente a uno de los llamados "black sites" en algún punto del archipiélago de prisiones secretas de la CIA, el prisionero encapuchado probablemente volará en un Boeing 737, diseñado como jet de lujo pero adaptado para este uso. Según The New Yorker, Boeing actúa como "la agencia de viales de la CIA"; ha "tapado" planes de vuelo para 1245 viajes de rendición, ha organizado al personal de tierra e incluso ha reservado hoteles. Un informe de la policía española afirma que el trabajo corrió a cargo de Jeppesen International Trip Planning, filial de Boeing en San José. En mayo de 2007, la Unión Americana de Libertades Civiles presentó una demanda contra la filial de Boeing. La empresa se ha negado a confirmar o desmentir las acusaciones.
En su libro Overthrow, publicado en 2006, Stephen Kinzer —antiguo corresponsal del New York Times— intenta llegar al fondo de lo que motivó a los políticos estadounidenses a ordenar y orquestar golpes de Estado en el extranjero durante el siglo del XIX, XX y el actual. Tras estudiar la implicación de Estados Unidos en operaciones de cambio de régimen desde Hawai (1893) hasta Irak (2003), Kinzer ha observado que casi siempre se repite un proceso en tres fases. En primer lugar, una multinacional son sede en Estados Unidos se enfrenta a algún tipo de amenaza financiera a consecuencia de las acciones de un gobierno extranjero que exige a la empresa "que pague impuestos o que respete el derecho laboral o las leyes de protección ambiental. En ocasiones, la empresa se nacionaliza o bien se le exige que venda parte de sus terrenos o de sus bienes", explica Kinzer. En segundo lugar, los políticos estadounidenses se enteran del contratiempo y lo reinterpretan como un ataque contra su país: "Transforman la motivación económica en política o geoestratégica. Dan por sentado que cualquier régimen que moleste o acose a una empresa norteamericana debe ser antiamericano, represivo, dictatorial y, probablemente, la herramienta de algún poder o interés extranjero que pretende debilitar a los Estados Unidos". La tercera fase se produce cuando los políticos tienen que vender la necesidad de la intervención a la opinión pública. En este punto, el asunto se convierte en una lucha forzada del bien contra el mal, "una oportunidad de liberar a una pobre nación oprimida de la brutalidad de un régimen que creemos dictatorial, porque ¿qué otro tipo de régimen importunaría a una empresa norteamericana?". En otras palabras, gran parte de la política exterior de Estados Unidos es un ejercicio de proyección en el que una reducidisima élite con intereses propios identifica sus necesidades y sus deseos con los del mundo entero.
Kinzer señala que esta tendencia ha sido especialmente pronunciada en los políticos que pasan directamente del mundo de la empresa a ocupar un cargo público. Por ejemplo, el secretario de Estado de Eisenhower, John Foster Dulles, trabajó como abogado de multinacionales durante casi toda su vida. Representó a algunas de las firmas más poderosas del mundo en sus conflictos con gobiernos extranjeros. Como Kinzer, los diversos biógrafos de Dulles coinciden en que el secretario de Estado fue incapaz de distinguir entre los intereses de las multinacionales", escribe Kinzer. "En su mente estaban ‘interrelacionadas y se reforzaban mutuamente". Esto significaban que no necesitaba elegir entre sus obsesiones: si el gobierno guatemalteco emprendía una acción que perjudicaba a los intereses de la United Fruit Company, por ejemplo, suponía un ataque de facto contra Estados Unidos y merecía una respuesta militar.
¡La Lucha sigue!