Durante la fase inicial de la campaña bélica, el movimiento independentista checheno fue parcialmente eliminado y las tropas rusas conquistaron el palacio presidencial (que había sido previamente abandonado por sus anteriores ocupantes) en Grozni, lo que permitió a Yeltsin proclamar una gloriosa victoria para su ejército. Pero aquél sólo sería un triunfo a corto plazo (tanto en Chechenia como en Moscú). Cuando Yeltsin se presentó a la reelección en 1996, seguía siendo tan impopular y su derrota se antojaba tan segura que sus asesores contemplaron seriamente la posibilidad de cancelar los comicios; una carta firmada por un grupo de banqueros rusos y publicada en todos los diarios de tirada nacional del país insinuaba abiertamente esa opción. El ministro de Privatizaciones de Yeltsin, Anatoli Chubais (a quien Sachs había llegado a describir en alguna ocasión com "un luchador por la libertad"), se erigió en uno de los más abiertos proponentes de la opción pinochetista. "Para que haya democracia en la sociedad tiene que haber una dictadura en el poder", declaró. Con esas palabras se hacía directamente eco de las excusas dadas por Pinochet y por Deng para justificar, respectivamente, el papel de los de la Escuela Chicago en Chile y la aplicación en China de la filosofía del friedmanismo sin libertad.
Elecciones se celebraron y Yeltsin ganó gracias a la financiación de los oligarcas, estimada en unos 100 millones de dólares (33 veces la cantidad máxima legalmente permitida), y a la cobertura informativa dispensada por los canales televisivos controlados por los oligarcas (800 veces superior a la de sus rivales). Eliminada la amenaza de un cambio repentino con el gobierno, los Chicago Boys de imitación rusos fueron capaces de pasar a la parte más controvertida (y lucrativa) de su programa: la venta de lo que Lenin había denominado una vez "los puestos de mando" de la economía nacional.
El 40% de una empresa petrolera comparable en tamaño a la francesa Total fue vendido por sólo 88 millones de dólares (para hacernos una idea, las ventas de Total en 2006 ascendieron a 193.000 millones de dólares). Norilsk Nickel, productora de una quinta parte del níquel mundial, fue vendida por 170 millones de dólares (aun cuando sólo sus beneficios anuales no tardaron en alcanzar los 1.500 millones de dólares). La inmensa compañía petrolera Yukos, que controla más petróleo que Kuwait, fue vendida por 309 millones de dólares; actualmente obtiene más de 3.000 millones de dólares en ingresos cada año. El 51% de la gigante petrolera Sidanko fue adjudicado por 130 millones de dólares; sólo dos años después, esa misma participación estaba valorada en 2.800 millones de dólares en los mercados internacionales. Una colosal fábrica de armamentos fue dispensada por 3 millones de dólares, el precio de un chalet para las vacaciones en Aspen.
En palabras de uno de los "jóvenes reformadores" de Rusia, cuando los comunistas rusos decidieron desmembrar la Unión Soviética, "intercambiaron poder por propiedades". La familia de Yeltsin, al igual que anteriormente la de su "mentor" Pinochet, se enriqueció extraordinariamente, y sus hijos e hijas (así como varios de los cónyuges de éstas) fueron nombrados para altos cargos de las grandes empresas privatizadas.
Tanta era la fortuna que se estaba amasando en Rusia en aquel período que algunos de los "reformadores" no pudieron resistirse a participar de la acción. En realidad la situación en Rusia ponía en evidencia, más que en ningún otro lugar hasta ese momento, el mito del tecnócrata, el "cerebro" economista partidario del libre mercado que, supuestamente, impone modelos de manual por pura convicción teórica. Como ya había sucedido en Chile y en China, donde la corrupción galopante y la terapia económica de shock fueron de la mano, varios de los ministros y viceministros de Yeltsin afiliados a la corriente de la Escuela Chicago acabaron perdiendo sus puestos en sonadísimos escándalos de corrupción al más alto nivel.
¡La Lucha sigue!