Viva México, ¡cabrones!

A 100 de la asesinato de Pancho Villa

"Parral me gusta hasta pa' morirme", vaticinó sin saberlo Pancho Villa, el padre de la nación mexicana con permiso de Pedro Páramo. Corría el año 1923 y se acercaba el relevo del presidente laborista Álvaro Obregón, al que aspiraban Plutarco Elías Calles —quien acabaría levantándose en armas y Adolfo de la Huerta. El héroe revolucionario había mostrado abiertamente su apoyo a este último con la esperanza de extender sus reivindicaciones sobre la soberanía campesina, pero la burguesía estadounidense guardaba 150 balas en la recámara para impedirlo. Jose Rodriguez Soto

Desde hacía años, el que un día se llamó José Doroteo Arango vivía apartado de la vida pública junto a su familia en una hacienda de Canutillo, localidad perteneciente al estado de Durango. Desde allí partió a principios de julio rumbo a Hidalgo de Parral, ciudad ubicada en el sur de Chihuahua, donde pretendía reunirse con algunos camaradas. Sus hijos "sintieron algo" antes de su partida y rompieron a llorar agarrados a sus piernas, de acuerdo al testimonio de Juana Maria Villa . "Si no nos volvemos a ver en esta vida, nos veremos en la otra", les consoló su padre la última vez que lo vieron.

Pese a ser consciente de que bullían conspiraciones para acabar con su vida, algunas de ellas frustradas por él mismo, confiaba en la limpieza de los candidatos presidenciales, según relata Friedich Katz en su biografía sobre Pancho Villa. Por eso rehusó la escolta de 50 hombres que habitualmente le protegía en sus viajes y únicamente anduvo acompañado por cinco, entre los que se incluían el general Trillo y su asistente de confianza, Daniel Tamayo.

Si no nos volvemos a ver en esta vida, nos veremos en la otra", consoló a sus hijos

A bordo de su mítico automóvil Dodge Brothers, atravesó Parral para dirigirse a Río Florido con la intención de bautizar al hijo de un amigo. Allí, un grupo armado estuvo a punto de asesinarle de no ser porque decenas de niños que salían de un colegio se atravesaron en la carretera. La acometida culminaría 10 días después, cuando la comitiva de Villa retomó el camino a Canutillo.

Era el propio Villa quien conducía el coche a su paso por la calle Gabino Barrera cuando un hombre ataviado con un sombrero de palma, que más tarde sería identificado como Juan López, agitó la mano exclamando "¡Viva Villa!", el viejo grito de guerra de la división encabezada por el líder revolucionario que ahora anunciaba su muerte: no era más que una señal que indicaba a los asaltantes que el conductor reducía la velocidad para girar a la derecha.

Tras el punto ciego de la curva les aguardaba una nube de balas que destrozó los cristales del vehículo; 150 para ser exactos, de las cuales 13 atravesaron el cuerpo robusto de la revolución mexicana causando, al instante, su muerte. "Tres hombres de la escolta terminaron también muertos y dos heridos", relataba al día siguiente la crónica de 'El siglo de Torreón'.

Los encargados de dirigir la operación fueron Jesús Salas Barraza, diputado local de Durango, y su cómplice Melitón Lozoya, en coordinación con el general Joaquín Amaro, de acuerdo al relato del politólogo Moctezuma Barragan. Pero la autoría intelectual corría a cargo del todavía presidente Álvaro Obregón y su sucesor, Plutarco Elías Calles, que respondieron así a las demandas del Gobierno de Estados Unidos, cuyas condiciones para reconocer la legitimidad de su análogo mexicano pasaban por la eliminación de Villa.

El cadáver de Pancho Villa no encontró reposo en el cementerio de Parral, profanado por mercenarios a sueldo del rey de la prensa sensacionalista, William Randolph Hearst, en busca de su calavera. Tal vez por ello reaparece cada 20 de julio como mito fantasmagórico en las calles del país donde sólo la muerte es capaz de transformar un grito revolucionario en lema nacional: ¡Viva México, cabrones!

 

 

 

 



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Antonio J. Rodríguez L.


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