La situación mundial en el contexto de la masacre en Gaza

Todos se preguntan por estos días si la masacre en Gaza dará lugar a una guerra mundial. Pudiera ser, pero no es lo que está sucediendo. Todos los actores del Levante están actuando con contención, todos tratan de evitar llegar a una situación irreparable, mientras que los supremacismos judíos de la coalición de gobierno de Benyamin Netanyahu adelantan sus peones.
 
Cuatro meses después de iniciada la guerra de Israel contra la población de Gaza, y contra la corriente del Hamas que se ha unido a la resistencia palestina –pero sin tocar a la corriente que obedece a la Hermandad Musulmana–, los diferentes actores han mostrado sus respectivas posiciones.
 
Mientras dice a los israelíes que está luchando contra el Hamas, la coalición gubernamental de Benyamin Netanyahu se empeña en aterrorizar a la población civil de Gaza, para empujarla a abandonar ese territorio palestino. Las privaciones, las torturas y las masacres no son en sí mismas un fin sino los medios que el gobierno de Israel despliega para anexar esa tierra.
 
El poderoso partido político yemenita Ansar Allah tomó la iniciativa de atacar, en el Mar Rojo, los barcos israelíes o que hacen escala en Israel y asegura que mantendrá esas acciones hasta que cese la masacre en Gaza. Progresivamente, Ansar Allah comenzó a atacar también los barcos vinculados a las potencias que respaldan la masacre. El Consejo de Seguridad de la ONU recordó que el derecho internacional prohíbe atacar barcos civiles, pero también reconoció que el problema no podrá resolverse sin poner fin a la masacre.
 
Estados Unidos se opone públicamente a la masacre contra los civiles palestinos, pero se muestra “solidario” con la venganza ciega de Israel contra ellos. Mientras pide públicamente al gobierno israelí que permita la entrada de ayuda humanitaria en la franja de Gaza, el gobierno de Estados Unidos sigue suministrando al ejército de Israel la munición de artillería y las bombas que allí matan a los civiles palestinos.
 
Siguiendo esa misma línea política, Estados Unidos decidió “encargarse” de resolver el problema planteado en el Mar Rojo por la resistencia de los yemenitas y montó la Operación “Prosperity Guardian”. Washington pidió la participación de sus vasallos occidentales, violando así la autoridad del Consejo de Seguridad de la ONU, que no ha autorizado ningún tipo de acción militar contra Yemen. En sólo dos días el estado mayor de las fuerzas armadas de Francia se retiró de esa operación, que es en realidad una forma de apoyar la masacre en Gaza. Por el momento, los bombardeos de Estados Unidos y Reino Unido contra Yemen no han logrado afectar las instalaciones de Ansar Allah.
 
Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, países que acaban de librar una larga guerra contra Yemen, no participan en la Operación “Prosperity Guardian”. Al contrario, sus gobiernos firmaron un acuerdo de paz con Ansar Allah. De esta manera, tanto Yemen como Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos coinciden con la posición de la Liga Árabe, formulada en 2002: reconocimiento del Estado hebreo y normalización con Israel sólo cuando se cree un Estado palestino.
 
Egipto, país que, por un “efecto de dominó”, ha perdido un 45% de los ingresos que habitualmente percibe gracias al tráfico marítimo que pasa por el Canal de Suez, no ha tomado medidas contra Ansar Allah. Al contrario, el gobierno egipcio se puso en contacto con Ansar Allah y saludó públicamente el esfuerzo de ese poderoso movimiento político yemenita en favor del pueblo palestino. Egipto sólo ha solicitado a Ansar Allah que trate de no bloquear totalmente el tráfico marítimo en el Mar Rojo. Mientras tanto, los barcos rusos y chinos siguen transitando libremente por esas aguas.
 
Por su parte, después de haber exhortado los demás miembros del Eje de la Resistencia a no agravar la situación, Teherán salió de su reserva. Irán bombardeó una serie de objetivos vinculados a Israel o a Estados Unidos en 3 países: en la parte de Siria que Estados Unidos ocupa ilegalmente; en Irak, donde la presencia militar estadounidense es ciertamente legal, pero algunas de sus actividades no lo son; y en Pakistán, donde Washington apoya un movimiento separatista en Baluchistán.
 
La Casa Blanca afirmó que esos ataques no quedarían impunes, pero sin ordenar acciones inmediatas –si sus represalias fuesen de poca envergadura, todos los actores entenderían que Washington es sólo «un tigre de papel», pero una respuesta demasiado fuerte podría desatar la Tercera Guerra Mundial.
 
Del otro lado, Siria aplaudió la acción iraní. Irak protestó, afirmando que nunca hubo una base del Mosad israelí en el Kurdistán iraquí, y seguidamente pidió que las potencias occidentales retiren sus tropas del territorio iraquí. En cuanto a Pakistán, Washington creía que el nuevo gobierno de ese país estaría dispuesto a entrar en guerra contra Irán, pero, debido a la influencia de su ejército, lo que hizo fue ponerse del lado de Teherán en la lucha contra los separatistas pro-estadounidenses.
 
Es en ese contexto cuando la Corte Internacional de Justicia (CIJ) emite sus medidas cautelares en el caso de la denuncia de Sudáfrica, que acusa a Israel de permitir que se cometa un genocidio contra el pueblo palestino. La CIJ, bajo la presidencia de una ex funcionaria del Departamento de Estado estadounidense, tomó –por mayoría de 15 jueces contra 2– una decisión perfectamente coincidente con la posición de Estados Unidos sobre Gaza.
 
En efecto, la CIJ reconoció que hay espacio para las sospechas de genocidio y ordenó a Israel garantizar que se permita la entrada en Gaza de la ayuda humanitaria que tanto necesita la población palestina. Pero la CIJ se cuidó de ir más allá: no emitió medidas sobre los pedidos de reparaciones para las víctimas de las tropas israelíes, ni sobre la necesidad de que Israel condene a los individuos culpables de genocidio. Lo más importante es que la CIJ se abstuvo de ordenar que «el Estado de Israel debe suspender inmediatamente sus operaciones dentro y contra Gaza».
 
Fingiendo haber aceptado las medidas cautelares de la CIJ, Israel liberó el paso de Rafah y anunció medidas para favorecer la entrada de la ayuda humanitaria internacional. Pero, simultáneamente, acusó a la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos en el Medio Oriente (UNRWA) de ser una sucursal de los “terroristas” y envió a Washington supuestas pruebas de la participación de 12 empleados de la UNRWA en el ataque palestino del 7 de octubre [1]. Inmediatamente, y sin proceder a ningún tipo de verificación, Estados Unidos suspendió la entrega de fondos a la UNRWA y convenció a una docena de sus vasallos para que hicieran lo mismo. Ante esta abrupta suspensión de su financiamiento, la UNRWA ya no tiene cómo hacer llegar la ayuda humanitaria a Gaza, ni cómo distribuirla.
 
Washington, que hasta ahora pregonaba la necesidad de aportar ayuda humanitaria a los civiles de Gaza, ahora participa en la destrucción de la agencia de la ONU creada expresamente para aportar esa ayuda. Sin embargo, en Washington siguen hablando de la famosa «solución de los dos Estados». Pero Occidente se dirige de hecho hacia una disolución de la UNRWA, con lo cual privaría a los palestinos sin nacionalidad (apátridas) de los pasaportes que sólo la ONU puede entregarles –esa es otra manera de impedir el exilio, falsamente voluntario, de una población constantemente bombardeada y hambreada que la Unión Europea decía estar dispuesta a recibir.
 
Envalentonada por ese apoyo, la coalición gubernamental de Benyamin Netanyahu se dio el lujo de ir a pavonearse en un evento festivo que la radio Kol Barama organizó en el Centro Internacional de Congresos de Jerusalén, bajo el título «Conferencia por la victoria de Israel – las colonias aportan seguridad: regresar a la franja de Gaza y al norte de Samaria». Los oradores –entre ellos el ministro de Seguridad Nacional y presidente del partido Fuerza Judía (Otzma Yehudit), Itamar Ben-Gvir– aseguraron que nunca habrá paz con los árabes y que lo único que puede garantizar la seguridad de los judíos es la colonización total de Palestina. Eso se dijo en presencia del primer ministro, Benyamin Netanyahu, quien estaba entre los participantes.
 
Esas declaraciones causaron conmoción en el seno de la oposición israelí, tanto entre los líderes opositores que –como Yair Lapid– no forman parte del “gabinete de guerra” de Netanyahu, como de parte de Yaakov Margi y del general Benny Gantz, que sí son miembros de esa estructura. Pero lo más importante es que las palabras desafiantes de la coalición de Netanyahu fueron recibidas con exasperación en Washington, que no tardó en reaccionar. Primeramente, Washington ordenó a sus vasallos que no reciban a los supremacistas judíos –como el ministro israelí de Asuntos de la Diáspora, Amichai Chikli, quien debía viajar a Berlín– y además adoptó sanciones contra algunos de esos personajes. Esas medidas estadounidenses son bastantes importantes ya que prohíben, en lo inmediato, toda colecta internacional de fondos y las transferencias bancarias, así que deberían debilitar a los supremacistas judíos y, al mismo tiempo, favorecer a las demás facciones políticas israelíes.
 
Rápidamente se supo que Washington se había planteado inicialmente incluir entre los sancionados a los ministros Itamar Ben-Gvir y Bezalel Smotrich, opción que fue finalmente desechada. Por cierto, Bezalel Smotrich afirmó que la acusación del presidente estadounidense Joe Biden –quien declaró claramente que los colonos israelíes son violentos– es «una mentira antisemita que corre entre los enemigos de Israel».
 
En definitiva, utilizando como pretexto un ataque que causó 3 bajas mortales entre los soldados estadounidenses en un punto indefinido de la zona fronteriza entre Jordania y Siria, el Pentágono bombardeó a civiles y combatientes locales aliados de Irán en 85 puntos diferentes de Siria e Irak.
 
Siria anunció que los bombardeos estadounidenses causaron 23 muertos en su territorio y que está preparándose para expulsar definitivamente a las fuerzas de Estados Unidos ilegalmente desplegadas en suelo sirio. Irak, donde todavía quedan al menos 1 500 militares estadounidenses, denunció los bombardeos del Pentágono como una violación de su soberanía.


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Antonio J. Rodríguez L.


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