¡Apártense autores clásicos, academias, enciclopedias y diccionarios de la ciencia política! Su excelencia don Gabriel Boric ha dictado cátedra: “Estamos frente a una dictadura que pretende robarse una elección, que persigue a sus opositores, y que es indiferente al exilio… de sus ciudadanos. Se requiere una salida política a esta crisis, que reconozca el triunfo de la oposición en las últimas elecciones y lleve adelante una transición pacífica a una democracia en forma”.
Ignorancia con arrogancia es mucho más que petulancia. En breves instantes se pasó por las axilas la Carta de Naciones Unidas en cuanto a la soberanía de los Estados miembros y la autodeterminación de los pueblos. Un Milei menos histriónico. Ni los “tanques pensantes” del Departamento de Estado pudieron resumir en cinco líneas tan ignominiosas, los intereses de las oligarquías globales que se confabularon para derrocar al gobierno constitucional de Venezuela.
Hay que estar muy alienado (alineado con el imperialismo), siendo chileno, para sentenciar al sistema político venezolano como Boric lo ha hecho: “Estamos frente a una dictadura”. Esta acusación -además de ridículamente falsa- es una afrenta a la inteligencia del pueblo venezolano que goza de las más amplias libertades democráticas cada día, y al pueblo chileno, que sí padeció en carne propia los rigores de una dictadura; es una manipulación que encubre las prácticas represivas y terriblemente antidemocráticas de los modelos neoliberales, de los que Chile fue “conejillo de indias” una vez impuesta la dictadura de Augusto Pinochet; esa sí, con la peor saña sanguinaria, que aún -como espectro maldito- perturba la sociedad chilena con sus secuelas impunes: el tutelaje que subyuga conciencias a través del miedo y el chantaje espiritual.
¡Dictadura! Qué mediocre lectura de la historia hacen quienes se prestan a esta narrativa falaz pregonada por la maquinaria del terrorismo de Estado global liderado Estados Unidos, en contubernio con Reino Unido, Europa e Israel.
El Gobierno de Venezuela no “persigue a sus opositores”. Muchos son gobernadores, parlamentarios y alcaldes. Nuestro Gobierno defiende a la ciudadanía de las embestidas terroristas azuzadas por Estados Unidos y sus secuaces locales, espías y mercenarios extranjeros, financiados por los capitales antropófagos que ansían apoderarse de nuestros ricos recursos naturales, para lo cual -lo saben- tienen que destruir la Revolución Bolivariana, única garantía de la existencia de la república soberana.
“Democracia en forma”, dice Boric, según el dictado del catecismo liberal; democracia burguesa: voto y “separación” de poderes, hasta que la oligarquía necesite un Stroessner o un Fujimori; o un tribunal y un parlamento cipayos que destituyan y encarcelen presidentes populares, mestizos, reformistas, democráticos de verdad. No les interesa ir a una democracia de fondo, profunda, directa.
No conforme con la altiva pose de “procónsul” de Washington, el chico barbado difama, nos llama ladrones a los bolivarianos: “pretende robarse una elección”; y sentencia, sin pruebas, ni debido proceso, ni respetando la sagrada “separación de poderes”, pero, eso sí, asumiendo su papel en el guion del fascismo made in USA, nos ordena: “reconozca el triunfo de la oposición en las últimas elecciones”.
Juez y árbitro electoral transnacional se cree Boric, el engreído presidente que alguna costura xenófoba dejó entrever. Boric mezcló a su antojo términos que tienen distintos significados. No es lo mismo migración que exilio, palabra que connota motivación política. Boric sabe que la migración venezolana es económica, consecuencia de la guerra disfrazada de medidas coercitivas (sanciones) que trastocó nuestra producción nacional y deterioró nuestro poder adquisitivo. Afirmar que nuestro Gobierno es indiferente al exilio es una canallada, que desconoce el enorme esfuerzo del Plan Vuelta a la Patria, único en el mundo que ha apoyado el retorno de cientos de miles compatriotas. En otra coincidencia con las derechas fascistoides, Boric opta por despreciar el aporte de los talentos migrantes a las sociedades receptoras.
Boric habla de “transición pacífica”, como si escondiera bajo la manga una amenaza. Venezuela está en paz gracias al Pueblo Bolivariano que ha vencido cada uno de los intentos (de los nuevos amigos de Boric) por arrastrarnos a un conflicto interno desde el golpe de Estado de abril de 2002. La transición la comenzamos en el Proceso Constituyente (¿te suena, Boric?) de 1999, hacia el modelo de la democracia participativa y protagónica como vía al Socialismo del Siglo XXI, del que Salvador Allende fue Precursor.
Las categorías soberanía, dictadura y Derechos Humanos adquirieron una dimensión etérea, amorfa, nebulosa, huidiza, tal como le conviene a los poderes fácticos que oprimen a la humanidad y la amenazan con una nueva forma sofisticada de esclavitud.