Aquella noche, la República se vistió de incertidumbre. Rafael Leónidas Trujillo, el tirano que había moldeado la isla a su imagen y semejanza, era un dios de carne y hueso que parecía inmortal. Pero hasta los dioses caen, y los hombres comunes, si se atreven, pueden convertirse en héroes.
Antonio de la Maza aguardaba en la penumbra. En su mente resonaba el eco de las torturas y asesinatos que habían envuelto al país durante décadas. Cada golpe, cada desaparición, era un fantasma que se sentaba junto a él en el auto estacionado al borde de la carretera. "Es ahora o nunca", susurró, como si hablara consigo mismo, pero también con el destino.
Juan Tomás Díaz ajustaba el revólver que llevaba escondido bajo el abrigo. No había palabras entre ellos, solo miradas. El Cadillac negro de Trujillo apareció en la distancia, devorando la carretera como un depredador nocturno. Allí estaba él, "el Benefactor," viajando confiado, seguro de que el mundo giraba a su antojo. En el interior del vehículo la noche era más fría de lo habitual, pero Trujillo, en su soberbia, no lo notaba.
Un cruce de faros. Una señal. Y luego, la emboscada.
El primer disparo rompió el aire como un trueno contenido por décadas. Los héroes no disparaban contra un hombre; disparaban contra una era, contra un mito que había ennegrecido sus vidas y las de todos los dominicanos. Las balas, disparadas con manos temblorosas pero decididas, perforaron el Cadillac y con él, la idea de que Trujillo era invencible.
Cuando el Chivo cayó, se hizo el silencio. Nadie celebró. Nadie lloró. Solo respiraron, como si cada disparo recibido por el tirano fuera un soplo de dignidad recuperada.
No hubo gloria inmediata. Sabían que la libertad era un camino largo, y que ellos quizás no vivirían para recorrerlo. Pero en el fondo, mientras escapaban por la carretera oscura, algo ardía en sus corazones: la certeza de haber dado el primer paso hacia un amanecer que, algún día, llegaría para todos. Porque si la opresión tiene mil formas, la justicia solo necesita una: la voluntad de los valientes que saben que ningún tirano, por poderoso que sea, debe morir en su cama.
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