El conocido y descriptivo dicho popular que muestra como la misma cuerda que asfixia al ajusticiado impide que su cuerpo se derrumbe es una imagen casi fotográfica de la realidad nacional. Una visual de dos rostros, el económico y el político. El largamente anunciado acuerdo con el FMI se concretó finalmente por un monto de 20000 millones de dólares, con un ingreso inmediato de 12000. Se le insufla así cierta capacidad de maniobra a las empobrecidas arcas del Banco Central, evitando que la nueva e inevitable devaluación del peso – la segunda en quince meses – se produzca de manera caótica, con las impredecibles consecuencias que estas "corridas cambiaras" acarrean, no sólo en las ganancias de los grandes grupos capitalistas, sino fundamentalmente en el futuro político de los gobiernos. Ahora la devaluación no será abrupta y la autoridad monetaria, aunque no pudo impedirla, tiene cierto poder de fuego en dólares para ir regulándola, aunque nadie se atreve a pronosticar por cuánto tiempo ni el nivel al que trepará el billete verde.
Por eso el gobierno y todo su entorno derechista celebran, aunque hayan tenido que desdecirse de su reiterada cantinela que no habría más devaluaciones después de la brutal sacudida monetaria con la que empobrecieron más un amplio sector popular al comienzo de su mandato, en diciembre de 2023. Pero esta marcha atrás discursiva no es un problema mayor para un gobierno que basa su supervivencia principalmente en el apoyo de los sectores financieros, los sectores primarios exportadores y la aprobación del patrón imperialista. Igualmente presumen que no tendrán dificultades en seguir captando voluntades de una franja importante de los votantes, que valoran demasiado poco o nada la coherencia de la dirigencia política entre su decir y su hacer, entre lo prometido y lo cumplido. Es uno de los frutos venenosos de esta democracia fallida, que durante cuarenta años inculcó entre las generaciones crecidas en su seno la idea que las plataformas electorales exitosas son aquellas que no están atadas a ningún compromiso programático – escrachado como dogma --, transformando a los partidos, o sus retazos, en lo que Haroldo Conti en uno de sus cuentos memorables describió como "partidos sin doctrina".
Festeja igualmente la mayoría de los sectores capitalistas, devaluacionistas o no, agrarios, industriales, comerciales y financieros porque, por encima de intereses sectoriales, los mancomuna la siempre anhelada y frustrada posibilidad de relanzar el crecimiento económico sobre la base de un " capitalismo serio", es decir desregulado, o sea de máxima disposición de sus ganancias sin cargas tributarias, mano de obra devaluada y libre acceso a las divisas para transformarlas en renta financiera fuera del país. El espejo en el cual se siente reflejada la burguesía local está en Chile y Perú; sin vueltas lo explicitó el actual ministro de economía.
En estas líneas no se buceará en los pormenores, vericuetos e implicancias económicas que este nuevo préstamo conlleva, entre otras razones, porque este expositor no es el mejor dotado para esa faena. Alcanza con señalar dos puntos; el primero, en el cual hay amplio consenso entre analistas de distintas vertientes, es que con la devaluación se impulsará más la inflación, ya acelerada en marzo, lo cual significa más sacrificios para toda la población que vive de un ingreso fijo, sea bajo la forma de salario u otra modalidad; el segundo es que, a pesar que no se conocen en detalle todas las exigencias que impone el FMI para este préstamo, una de ellas – nada novedosa -- es mantener e incrementar el ajuste fiscal en ejecución, lo cual se traducirá en un mayor deterioro de todas las actividades productivas y de servicios que dependan directa o indirectamente al Estado. No son buenas noticias ni para los trabajadores estatales ni para los gobernadores no alineados con el gobierno nacional. Bajo esta perspectiva, nada indica que haya razones válidas para amortiguar los esbozos de resistencia popular en las calles, acrecentados desde febrero, con el pretexto que la opinión pública va a estar focalizada en las disputas electorales de los próximos meses.
Justamente es la proximidad de la confrontación electoral uno de los factores políticos que presionaron al interior del FMI para cerrar el acuerdo, no menos relevantes que el lado económico de este salvataje. El primero, y más obvio, es que el gobierno no llegue a las elecciones parlamentarias de octubre o lo haga en una situación tal de desbarranque económico y conflictividad social que anule cualquier posibilidad de fortalecer su endeble representación parlamentaria. Para el gobierno es decisivo aumentar esa presencia, especialmente en la cámara de diputados, no sólo para no depender tanto de sus ocasionales aliados y verse forzado a permanentes concesiones, sino también para subordinar políticamente a todos los desperdigados islotes de la derecha vernácula, con los cuales tiene acuerdos ideológicos sustanciales y disputas tácticas constantes. Desde la visión del establishment financiero y político del norte imperialista la consolidación de ese bloque derechista le da garantía de futuro cumplimiento con los compromisos asumidos, más allá de las vicisitudes que acechen a los improvisados personajes que hoy ocupan el escenario central en la política argentina. Seguir sosteniendo con más deuda a su mayor deudor es una apuesta riesgosa para cualquier prestamista. Esta regla también es valedera para la tecnocracia financiera del FMI.
Tampoco es un secreto que atrás de esta decisión del staff fondomonetarista está la mano del gobierno yanqui, repitiendo la misma operación cómplice que tuvo con el gobierno de Macri cuando la fuga externa de divisas lo llevaban al caos inflacionario y el colapso político. Para los intereses yanquis en el continente era primordial la persistencia del denominado "grupo de Lima" -- que agrupaba a los gobiernos derechistas alineados con Washington – dentro del cual Argentina era una pieza importante por el tamaño de su economía y su gravitación en el Mercosur.
Ahora, que de facto ese centro derechista se extinguió, para el gobierno de Trump asegurar la continuidad de un gobierno argentino totalmente subordinado a sus intereses es tanto o más estratégico que antes. Particularmente cuando la disputa hegemónica global entre el imperialismo estadounidense y una China ascendente se acrecentó en la región con la mayor presencia del gigante oriental en la economía y las finanzas de los países latinoamericanos. Además, en un contexto mundial donde esa disputa escaló a niveles bélicos y una coyuntura de incertidumbre económica – con pocos antecedentes históricos – por la guerra arancelaria y de monedas desatada desde el propio gobierno yanqui.
El papel de portavoz imperialista en la región que el gobierno argentino se asignó se puso de manifiesto en ocasión de la reciente reunión de la CELAC en Honduras. En tanto que las mayores economías, México, Brasil y Colombia, con la presencia de sus respectivos presidentes trataron de darle relevancia a una coordinada acción regional independiente o al menos no obsecuente con los intereses estadounidenses, defendiendo los propios, el fantoche libertario que ocupa la Casa Rosada ordenó a su delegado no firmar la declaración final y trató de armar un farsesco remedo de contracumbre en Asunción, solo con el magnate derechista que gobierna al sufrido pueblo paraguayo.
La inminente llegada a Buenos Aires de un funcionario de primer rango en el área económica del gobierno de Trump, su secretario del tesoro, es una evidencia más que su apuesta por darle una bocanada de aire fresco al tropel derechista gobernante es de largo alcance, para que cumpla a cabalidad su rol de punta de lanza de las políticas imperialistas en la región. No es un simple emisario diplomático cuya presencia se reduce al apoyo simbólico. Presumiblemente en su portafolio traerá un préstamo adicional al dado por el FMI, en este caso directamente del tesoro de los EE.UU o el anuncio de un aflojamiento en las recientes restricciones arancelarias para los productos argentino que van hacia el país del norte.
Que el tesoro yanqui haga un aporte directo de sus fondos para contener la crisis financiera de otro país es una excepcionalidad con muy pocos antecedentes. El más recordado es el que, bajo el gobierno de Clinton, se hizo con México en la crisis de fines del 94, conocida como del tequila, por la interconexión económica entre ambos países y el daño que esa crisis provocaba a la propia economía estadounidense. Para el pueblo azteca se consolidaba en ese momento un largo tránsito por las penurias sociales que siembran las políticas neoliberales, que habían comenzado hacía poco a implantarse.
El pueblo trabajador argentino ya transitó su viacrucis neoliberal en los 90, que ahora, aún tambaleante, da claras muestras, después de meses de gobierno mileista, que será de mayores proporciones y más doloroso. La incógnita a despejar es la magnitud y la direccionalidad de la resistencia popular que asoma. En todo caso la neblina de la publicidad electoral que se esparcirá en las próximas semanas no debe ocultar la dureza del futuro inmediato.
Revertirlo es de imperiosa necesidad, para lo cual no alcanza con recurrir "al pesimismo de la razón", que significa atrincherarse en la reflexión crítica, necesaria pero insuficiente. Más que nunca se impone recuperar "el optimismo de la voluntad", que se despliega en la actitud militante…Cada quien decide.
La Matanza. 13.04.25
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