Muerte de Iván Ríos

Una peligrosa teoría

No se puede uno aislar de opiniones riesgosas como las que se van generando alrededor de la muerte de Iván Ríos, el alto mando de las Farc, a manos de su guardaespaldas (alias Rojas), porque pasaría a ser cómplice de la escandalosa aplicación de justicia que se viene dando en el país desde que las autoridades legítimamente constituidas decidieron aliarse con unos criminales (las AUC) para combatir a las Farc y de paso alzarse con el poder constitucional en cabeza del presidente Álvaro Uribe, con o sin su conocimiento y consentimiento, pero es la realidad.

No se requiere ser abogado ni tocado de jurista para rechazar con repugnancia la tesis del Fiscal General de la Nación en el sentido de que Rojas no será juzgado por homicidio porque obró bajo el influjo de “un miedo insuperable” (…) causal que podría exonerarlo de responsabilidad, y de paso, que parece ser lo más importante, hacerse acreedor a la jugosa recompensa que ofrecía el Estado por Ríos.

No tan rápido, señor fiscal: miedo insuperable no sólo siente una persona bajo el mando de un asesino; miedo insuperable siente un soldado cuando lo obligan a prestar servicio en zonas de combate y también un estudiante en examen bajo la tutela de un hosco profesor. ¿Podría entonces aplicarse su teoría de exoneración de responsabilidad al soldado que mata a su superior o el alumno a su profesor bajo el influjo de un miedo insuperable? Ojo, señor Fiscal, que podemos encontrarnos con algo tan parecido a eso por andar buscándole cinco patas al gato. Creo que el Fiscal sabe que bajo la arista jurídica de “ira e intenso dolor”, muchos abogados sacaron de la cárcel a los asesinos de sus esposas que mataron por otros motivos distintos al honor.

Algo más: reconocer recompensa a un criminal por llegar con la prueba reina de su crimen, es tanto como reconocerle autoridad a todos los que decidan matar a personas consideradas por el Estado o por ellos mismos como un peligro social. Y entonces los sujetos de causa ya no serían los altos mandos del secretariado de las Farc, que es lo que justifica el hecho de hoy, sino, y por ejemplo, los drogadictos. Nada más tenebroso que un drogadicto en busca de money para la maracachafa. Sin necesidad de recompensa, cualquier hijo de vecino podría emboscarlo y matarlo y luego, tranquilamente, entregar su cuerpo a las autoridades como prueba de que libró a Colombia de quién sabe cuántos delitos más que podría haber cometido el drogadicto en caso de seguir viviendo. Por “miedo insuperable” cualquier agente de la policía podría matar a un malhechor en vez de llevarlo ante los jueces que terminan dejándolo en libertad por “falta de pruebas” o porque su delito es excarcelable. Pregúntenle a cualquier policía que sea capaz de confesar, cuántas veces ha pasado agachado ante delincuentes por temor a su retaliación.

No, señor Fiscal. Cuando se le tuerce el pescuezo a la justicia para favorecer un caso específico, se termina dando vida a un Frankenstein que empieza por matar a su propio creador.

Es increíble que el período de nuestro subdesarrollo apenas ande por los siglos XVIII y XIX cuando en plena conquista del Oeste, los Estados Unidos pagaban a caza-recompensas por todo delincuente, especialmente los que robaban los bancos de los señores ricos, que entregaran a las autoridades “vivo o muerto”.

Este Fiscal nos está resultando bien particular. No engaveta los expedientes como su antecesor, pero a cada caso le aplica su propia teoría. Hace apenas unos días rechazó la prueba científica del polígrafo que favorecía a un parapolítico, prueba que al decir de juristas está admitida ya en muchos tribunales del mundo, dizque por subjetiva; y ahora no vacila en validar semejante subjetividad como el “miedo insuperable” para exonerar de homicidio a un criminal per se, como es el caso de Rojas que se mantuvo 16 años en las filas de las Farc, no propiamente diciendo misa.

Me resisto a creerlo, y aunque no es mi “santo de devoción”, estoy por creer que el Procurador General terminará por objetar esa recompensa porque en ninguna parte de los avisos del Estado se dice que será para quien entregue al sindicado “vivo o muerto”.

A medida que avanza este episodio de la amarga Colombia que nos ha tocado vivir en los tiempos del paramilitarismo, me sigo aferrando más al portento moral de Tomás de Aquino: el fin no justifica los medios. Cada vez que el ser humano se ha apartado de esta moral, termina por caer en brutal salvajismo.

oquinteroefe@yahoo.com


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Octavio Quintero


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