No recuerdo si fue el mismo García Márquez quien en alguna oportunidad definió a la soledad como “la incapacidad para amar”, tara por la cual Macondo había sido condenado a sufrir cien años de olvido, fatalidad que llevan a cuesta ciertos pueblos. Pues bien, pudiera sumirse en la soledad a quien no se ama porque no expresa amor y por lo tanto, simplemente se olvida, pero pudiera condenarse a la soledad a quien se ama y se recuerda porque con la procura de su olvido, el mundo sigue su camino, dejando atrás a los amores difíciles.
Por fortuna, Las FARC-EP han sobrevivido a circunstancias mucho más adversas y en condiciones aun más desfavorables que las actuales, a enemigos tan poderosos como quienes en este momento pretenden montarle una celada para propinarle el tiro de gracia. Ello signa al brazo armado del pueblo colombiano con el ariete de la tenacidad, afrontando de esta forma, la terrible incomprensión de intereses geopolíticos absurdos.
Si en algún momento se pensó que el giro hacia la izquierda que Suramérica inequívocamente había decidido experimentar, proporcionarían una bocanada de oxigeno para los movimientos insurgentes de la región, la realidad nos dice que en Colombia, como siempre, esto no es así, y en especial para las FARC, cuando en los últimos tiempos, atendiendo a la invitación de líderes regionales para negociar, en el marco de un acuerdo humanitario, el resultado a sido un saldo negativo para esta legendaria guerrilla. Ha perdido en menos de lo que se cuenta un tiempo perdido, en medio del asesinato, la traición y la fatalidad de la vida, a buena parte de su brillante comandancia, el último de ellos, su máximo líder, su creador e inspirador fundamental.
El mundo indiferente guardó un silencio muy parecido a la complicidad por más de cincuenta años con respecto a la tragedia del pueblo colombiano, y esta catástrofe arribó al siglo XXI como lastre de la humanidad, sin la parafernalia del “producto revolucionario” que suelen consumir cómodamente los sectores sensibilizados de las sociedades modernas (igual que a este tiempo se asomó con absoluto desparpajo el racismo y la esclavización al que son sometidos los indios bolivianos. El estado de cosas en lo mundial o la globalización, soporta estas aberraciones porque en el fondo no es verdad que para ella, la civilización signifique trascendencia humana, es en última instancia, un mero acuerdo de mercados). Esto ha caracterizado la lucha armada del pueblo de Marulanda. El por qué ha sucedido de esa forma, lo encontraremos en las profundidades de la nacionalidad neogranadina. Pero sin lugar a dudas podemos afirmar que la guerra de guerrillas que lleva adelante las FARC está fundamentada en la realidad de la sociedad colombiana, como lo dijera el ex secretario general del Partido Comunista de La Republica Dominicana, Narciso Isa Conde: “Las formas de lucha ni se inventan ni se decretan, surgen como necesidad, se hacen pertinentes, las crean los pueblos, las impulsan y organizan los revolucionarios, se desarrollan dentro de determinadas condiciones” y esto no solo exige comprensión, sino respeto.
Como respeto merece la tesis de la captura del poder por parte del pueblo a través de medios pacíficos, con la batalla de las ideas como valuarte del humanismo al que la confrontación bélica debe trascender, jugando con las cartas que el poder hegemónico y sus contradicciones, facilitan a la lucha de los pueblos. Esto no está en discusión. Cada pueblo tiene su forma, y si bien la unidad latinoamericana necesita de una estrategia que la garantice, la diversidad de condiciones y realidades nos indica que el espíritu integrador se manifiesta, más en los objetivos que en las estrategias, en cuanto a que ninguna estrategia puede negar la otra, y ningún objetivo puede desvirtuar la consecución del objetivo: de la derrota del imperio. Y habría que convencerse como lo estaba Bolívar, que una sola republica no tendría la fuerza ni el contexto para ser libre, necesario es liberarlas a todas. Hoy ese precepto tiene tanta o más vigencia que nunca, y Colombia no puede, ni debe ser la excepción.
Está demás enumerar aquí las razones por las cuales las FARC no claudicaran, y esto no es un deseo particular, que por lo demás, es deshonestamente cómodo, decir desde aquí, desde las teclas de una computadora, lo que harán, o lo que no harán los compañeros combatientes de las FARC, los que están sacrificándose por Colombia en la selva. ¡Ojala y tuvieran la facultad de decidir darse la paz! Los reiterados antecedentes pesan como muertos. Así como hay momentos de la historia en que en algunos países no hay condiciones para la lucha armada, también existe la imposibilidad de condiciones, en algunos de ellos, para abandonarla. De ello no solo depende la posibilidad de imponer la justicia como aspiración utópica, aun hoy en día, en tiempos civilizatorios, sino que paradójicamente, la guerra garantiza la vida a los que han decidido, en su legitimo derecho, disentir del criminal sistema oligárquico colombiano. Por otro lado, la decisión no depende de un hombre, ni de una cúpula, ni de una mesa de negociación en la que a ellos les está negada la participación, según lo ha manifestado con absoluta altanería, el gobierno colombiano, cuando los califica de terroristas, cerrando así toda posibilidad de paz, pues a los terrorista ni agua, solo “¡déle bala! ¡déle bala!” Como lo relató la estudiante mexicana, Lucía Morett, sobreviviente del campamento de Sucumbíos (Ecuador). La decisión la toma un pueblo que cansado de correr por su vida se para a enfrentar a los asesinos con un arma en la mano.
La soledad no venció ni vencerá a las FARC, y dudo mucho que pueda caer abatida por el olvido. Volverá a la memoria con mas razón que los recuerdos para seguir combatiendo: única condición de vida que le han dejado a los Marulanda en las montañas de Colombia.
¡Patria, socialismo o muerte! ¡Venceremos!
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