Por supuesto, más allá de ser una medida de supervivencia política, en el contexto de la llamada "gran política", el pedimento de Hugo Chávez a la guerrilla entraña a su vez otra tremebunda propuesta, de gran riesgo: la inutilización y definitiva satanización de la vía subversiva para luchar contra un Estado terrorista como Colombia, quien parece querer erigirse en el modelo político de uso recomendado en América Latina, según interés norteño. Se trata de un asunto peliagudo.
A menos que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en lo inmediato den señales de estar lejos de una bancarrota militar, con sonadas acciones y debilitantes golpes a la maquinaria colombo-estadounidense, la percepción de que la guerrilla está contra la pared no estaría más que respondiendo a una realidad. Resultarían ciertas las estimaciones contenidas en las palabras de Hugo Chávez, tanto más cuanto más parece la guerrilla aislada en el continente y parece dar a entender con su situación −después de 50 años− que las guerras hoy no se ganan sin poderosas alianzas o pertrechos militares de alto calibre tecnológico, aunque se tenga a favor la alta moralidad combativa de unos soldados que deciden un día internarse en la jungla de las luchas revolucionarias. Y ni una ni otra cosa (alianza y armamento) parecen definir el talante combativo de las FARC y el ELN.
De forma que vendría a tener razón propuesta del presidente de Venezuela cuando habla de una hora de reformulación: podría arriesgarse lo mucho logrado en el plano de la Revolución Bolivariana por conservar lo poco que representa la posibilidad de que las FARC alcancen el poder, así como están en la actualidad. Se estaría incurriendo en el error histórico de aferrarse a una suerte de ripio romántico por encima de concretas asunciones del poder en América Latina, como la de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Paraguay, etc. Esto considerando que el logro y el trabajo revolucionario no tienen particular nacionalidad, sino que es único y continental; y que el posicionamiento del proceso de cambios en Venezuela, por ejemplo, no le pertenece a un gentilicio en particular sino a todos los americanos en general, como en la época de las luchas independentistas. La globalidad del hecho revolucionario debe conducir a la toma de decisiones sobre la particularidad.
No se trata de culillo, como grita victoriosamente la derecha política y como se queja la misma izquierda cuando dibuja a un revolucionario como una especie de kamikaze con su inmolador código de honor. No. Se trata de estrategia política, nacional e internacional, de grandes movidas de piezas en el ajedrez del único lenguaje capaz de combatir al enemigo fuera de la confrontación militar: la diplomacia, el desplante argumental, el combate psicológico, el trabajo sobre la opinión pública, de enorme repercusión en los actuales momentos en que el principal cabecilla de los ataques a América Latina se encuentra en elecciones. O la "gran política", en la propuesta chavista: el arte de mancomunar las relaciones humanas y entre los países con el propósito de privar por encima de los aspectos sociales y económicos, actuándose en bloque, por consiguiente, en concordancia con criterios analistas del hecho comunicacional, la diplomacia, la opinión pública, las matrices de opinión, el pueblo..., nuevas y viejas armas de combate.
Quienes así no parecen querer aclimatar los severos conceptos socialistas de la doctrina con la realidad mundo−actual, parecen ser los eternos kamikazes románticos que proponen la materia simbólica por encima de la viva. Y nadie discute el poder de una idea o símbolo, que a fin de cuentas es lo que mueve a los hombres; pero también se requiere estar vivo, ejercer el poder y respirar para proponerle al mundo mejores modalidades de vida. Quienes se indignan con la propuesta de Hugo Chávez a la guerrilla de declinar una forma de lucha que en determinado tiempo no ha rendido un fruto concreto, parecen ser los suicidas de siempre, los del pasado, los de los históricos errores. Si el Chávez revolucionario evalúa un panorama de contrariedades, es opinión del socialismo romántico que se inmole, que muera con las "botas puestas", como Salvador Allende, con la oferta de vivir en la simbología para siempre. Se sabe que el 11 de abril de 2002, cuando el golpe de Estado, Fidel Castro lo llamó y le pidió temperamento y supervivencia.
Vivimos la Era de la Informática y las comunicaciones, y la de las bombas nucleares. Todo el mundo sabe que las guerras modernas se caracterizan por otro santo y seña procedimental. La oferta latente de quienes detentan el poder en el mundo es el borrado físico permanente, la destrucción apocalíptica, si así se quiere ver, con el agregado que después de muerto, virtud a los medios de comunicación y sus matrices de opinión, sobreviviría en el ambiente la convicción de que quien ha sido destruido fue una figura satánica. Seguirían transcurriendo los tiempos, con una derecha política en el poder alimentada por los errores ideológicos del contrario de siempre, hasta cínicamente cultivando su recuerdo heroico en una parcelita floral de los libros de historia. Para muchos románticos, este detalle burgués de la inmortalización simbólica posee un poder de embrujo irresistible.
Para América Latina, desde Colombia, existen amenazas reales de intervención norteamericana. No las voy a mencionar para no llover sobre mojado. Harto son conocidas, más grave cuanto ya el Departamento de Estado concienció que en su "patio trasero" −en vez del Medio Oriente− es donde se encarna la solución a sus males energéticos (Brasil sigue descubriendo petróleo), el soporte para unas cuantas décadas más de su exorbitado modelo de vida consumista, cuyo espíritu progresista se fundamenta en la explotación de los recursos naturales, rasgo constitutivo de la cultura de Occidente, a más de doctrina. Bástese con decir que América Latina es para EEUU una cuestión de vida o muerte, el granero de provisiones que le asegurará unos cuantos días más de vida, el almacén del guerrero, un emporio de riquezas más valioso que el oro. Sustraerla de su zona de influencia, podría cotizarse en el mercado a precio de una guerra mundial, sin exageraciones, si el caso fuera que hubiera potencias rivales disputándosela.
Tan real es la amenaza de intervención estadounidense en Venezuela, con lógicas repercusiones para los movimientos de izquierda y de cambio en el resto del continente, que ya está confirmada la construcción de otra de sus bases militares en Colombia, en la Guajira, otrora territorio venezolano. (Aquí sí hay simbologías que pesan y duelen). Semejante afirmación da ya por descontado, como es sabido, que Colombia es piso regular de las tropas gringas, y que la audacia de la base militar en la frontera es de cualquier modo un reconocimiento de que el movimiento guerrillero es considerado una nulidad, si no es que se le está trabajando intensamente para provocarlo, a objeto de que incurra en específicas y esperadas reacciones de guerra.
De forma que pareciera un asunto de valoraciones y de consiguiente supervivencia política, cuando ya las cartas como que están echadas por el lado de uno de los bandos en combate. Porque la verdad es que ya se vive una guerra desde hace mucho rato, sea de cuarta o enésima generación, y los bando mueven (y deben mover) sus recursos en el plano de la diplomacia, la lucha psicológica y argumental. Sin embargo, ello no tendría que dar lugar tampoco a los enfoques del desespero, como la especie de que Hugo Chávez sacrifica a las FARC y a Irán para quitarle razones de enojo a la potencia imperial del norte (1). En momentos de hilar fino diplomático, la forma cómo se presenten los hechos y las ideas, tiene su peso. Las palabras importan un mundo, y no precisamente para complacer a la vieja izquierda de los pétreos ideales.
No está proponiendo el presidente venezolano el sacrificio de nadie. Esta dando cuenta de un hecho histórico que está a la vista, esto es, no haberse alcanzado los objetivos en un plazo razonable. Una reformulación de estrategia de combate, con más ganancia de afecto popular, con una ventana de lucha más "presentable" hacia el mundo, con más opinión pública, redundaría también en beneficios para las FARC, arrinconadas como están en la selva, quienes al punto de reoxigenarse quitarían argumentación −de paso− al razonamiento interventor de los EEUU en la región. Se debe imponer el realismo: las FARC no parecen estar en las condiciones históricas de la Guerra Fría como para hacerse con una poderosas alianza que las "apadrine" ahora en un enfrentamiento con la primera potencia militar del mundo. Se requiere sofisticado poder de persuasión militar para ello, o, en su defecto, de inusitado poder de pueblo, último esto negado dada la imposibilidad de incidir sobre los criterios populares comunicacionalmente.
En todo caso, lo que se propone es la supervivencia del proceso y contexto bolivarianos como baluarte de poder alcanzado.
No se puede sacrificar lo que no se contabiliza, realistamente, como un bien estratégico y que, peor aun, se perfila como argumentación para el borrado de lo alcanzado por la lucha revolucionaria. Sería un acto heroico más. La Revolución Bolivariana (Venezuela) debe sostenerse en el poder, requiriendo todavía de mayor tiempo para ensamblar el concepto denominado la "patria grande". Es asunto de cerebro, pueblo y estrategia; no de romanticismo, monte y tozudez doctrinaria. Unas FARC en combate electoral, enamorando de nuevo al pueblo, ahora que los ojos del mundo están montados sobre Colombia, constituiría el reto tremendo a enfrentar, el ensayo de una nueva forma de la misma lucha. Nadie dice que sea fácil, porque todo el mundo sabe que el Estado terrorista colombiano, con su paramilitarismo, buscará el asesinato. Pero al menos es una vía circunstancial menos suicida, más de cara a la diplomacia mundial y de mayor desargumentación política en la actualidad, que es lo que se requiere contra los EEUU, es decir, el manejo de la opinión pública.
La opción de la lucha armada per se es infinita, en sí jamás anacrónica. La modalidad de combate de guerra de guerrillas podría ser eterna, si no en el monte, en las zonas urbanas exclusivamente, para cuando se extingan las selvas. Pero, como en toda guerra, la estrategia y la táctica tienen su hora y espacio; y el movimiento guerrillero, de definición fundamentalmente táctica, no es la excepción. No se puede aspirar convertir a un pedazo de selva colombiana en un reducto romántico de la dignidad revolucionaria, lugar del que se diga "allí cayó" o "allí resisten todavía". La dinámica comunicacional y psicologista de la vida moderna invitan a una mayor ampliación del espectro de combate.
Finalmente, la otra cara de la moneda de la propuesta de Hugo Chávez es que aun desarmándose la guerrilla, en medio de un ambiente de satanización aprovechado por la derecha política, no se cumpliera el propósito de hacer desistir a las tropas invasoras con el argumento o desargumento de la opinión pública. Los marines estarían en Venezuela con guerrilla colombiana como pretexto o sin ella, y sin que nadie diga o haga nada, desnudo el Pentágono en su apetencia colonialista. Sería una derrota profunda. El chivo y el mecate perdidos, como se dice, con riesgo de un desmontaje de la izquierda en toda América Latina. Tendría que presuponerse a un Hugo Chávez ensayando la vía guerrillera para luchar contra las poderosas huestes invasoras de los EEUU y Colombia dentro de Venezuela, teniendo que recoger unas palabras que nadie jamás justificará en sus circunstancias (2).
El hecho de que ya los gobiernos de los EEUU y Colombia construyan una base militar en la Guajira, pegadita a Venezuela, parece hacer lucir como tardías las apreciaciones tácticas del presunto anacronismo guerrillero. Las tropas de los EEUU no vienen; ya están, con excusas o sin ellas. Pero, con todo, esto es una apreciación pesimista, aunque no desdiga de los hechos reales: se requiere más desparpajo que el desplegado en el Medio Oriente para invadir a un país como Venezuela, de pacífica existencia. Mayor descaro o creatividad, según se le vea, de cara a la opinión pública, que es lo único que ha aguantado el ánimo de los EEUU respecto de estos lares. Tal vez se requiera ser un poco como la Alemania nazi durante la II Guerra Mundial respecto de Polonia para atacar a Venezuela, develada en su intencionalidad imperialista, desbordándose así el vaso de la tolerancia mundial ante la injusticia. Quizás el avispero alborotado en América Latina tenga repercusiones inesperadas para medio mundo.
Notas:
(1) Como ha ocurrido desde un tiempo para acá, las opiniones de Heinz Dieterich suscitan el encono de los sectores más "apasionados" de la izquierda. Véase "(Actualizado) Hugo Chávez, las FARC y el probable fin del antiimperialismo bolivariano" en Aporrea.org [en línea]. - 13 jun 2008. Págs.: 4 pantallas. - http://www.aporrea.org/tiburon/a58724.html. - (Consulta: 16 jun 2008).
(2) Certera e irrefutable parece la opinión del profesor Wilson Spencer: "los escenarios de una victoria frente a la imponente maquinaria militar del imperio han de ser los majestuosos Andes, las tupidas selvas de la Amazonia y las calles y campos de Venezuela. Y en esos predios, la resistencia sólo habrá de tener un nombre, la lucha guerrillera". "El desliz del presidente Chávez" en Aporrea.org [en línea]. 12 jun 2008. Págs.: 5 pantallas. - http://www.aporrea.org/ddhh/a58711.html. - (Consulta 16 jun 2008).
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