México

Imaginación mata receta

Permíteme, amable lector, hacer una breve referencia histórica que juzgo de utilidad para comprender el momento que nos toca vivir y para hacer un poco de luz en torno al rumbo que deberemos tomar como nación. A riesgo de parecer exagerado, me atrevo a aseverar que los mexicanos, y los hispanoamericanos en general, llevamos doscientos años en búsqueda de nuestra identidad, perdidos en las luchas entre los partidos que en el siglo antepasado se disputaban por el modelo de sociedad que deberíamos adoptar, fuese el de las monarquías europeas o el de la flamante república del norte; conservadores y liberales por igual fueron incapaces de imaginar una fórmula genuina e idónea, limitándose a la imitación de lo existente en otros sitios. Los que intentaron crear algo propio padecieron la incomprensión de sus coetáneos o fueron destrozados por las potencias patrocinadoras de los modelos a imitar. Son los casos de Simón Bolívar, en la Gran Colombia, y del Paraguay de la primera mitad del siglo XIX.

El Libertador Bolívar murió incomprendido y traicionado; rechazaba por igual el modelo monárquico europeo y el liberal estadounidense. En sus propuestas legislativas y de construcción del estado, anticipó una especie de régimen socialista, por el que subrayaba que la razón de ser de las instituciones públicas radica en la procuración de la mayor felicidad de la población y la erradicación de la pobreza, poniendo especial énfasis en la educación como vía a la igualdad y en la promoción de las capacidades productivas propias, como fuente de riqueza, muy distante de la simple explotación de los recursos naturales para la exportación, tan impulsada entonces por el imperio británico. El mentor de Bolívar, Simón Rodríguez, acuñó una frase muy ad hoc para la circunstancia: “o inventamos o erramos” para señalar que ninguno de los modelos en boga era aplicable a las peculiares condiciones de las naciones recién emancipadas. Pudo más la traición de Santander, afiliado al liberalismo norteamericano y a la masonería yorkina, que el afán de identidad bolivariano.

El caso paraguayo, siendo ejemplar, es poco conocido. Su independencia data de 1911 y tuvo el doble efecto de emanciparse del yugo español y del establecido por los porteños de Buenos Aires, dueños del Río de la Plata. En lo político, el arranque paraguayo se dio con la dictadura convencional del Dr. José Gaspar de Francia que duró de 1814 a 1844 y que, tras un breve desequilibrio a la muerte del dictador, fue remplazada por las elecciones de Carlos Antonio López y de su hijo Francisco Solano López, que duraron hasta 1869, cuando se perdió la cruenta guerra de la Triple Alianza. El intento de sometimiento por el aislamiento practicado por los comerciantes platenses, determinó el peculiar modelo adoptado por la dictadura paraguaya, el cual privilegió el desarrollo endógeno autosuficiente e independiente, con énfasis en la conformación de una sociedad justa. Así, el régimen incautó las haciendas para repartir la tierra entre la población sin distingos étnicos, se proveyó a la construcción de infraestructura carretera y ferroviaria, a la industrialización y a la educación, todo ello con gran éxito. Ante el riesgo de contagio del buen ejemplo en las sociedades vecinas de Brasil, Argentina y Uruguay, pero principalmente del Reino Unido de la Gran Bretaña que no podía permitir la disidencia en su imperio, formaron la llamada Triple Alianza y, sin mayor pretexto, invadieron y destrozaron a la nación paraguaya, en una guerra salvaje que aniquiló a la casi totalidad de la población masculina y que destruyó toda la estructura económica y social formada. Así terminó el ejemplar esfuerzo de la identidad paraguaya.

Estos dos antecedentes explican, de alguna manera, el signo de dependencia que caracterizó a la historia de la América Nuestra, no sin reconocer breves espacios de imaginación creativa como el que se dio en la Revolución Mexicana y el sistema político por ella generado. También arrojan luz sobre el significado histórico de la imaginativa lucha por el socialismo del siglo XXI, emprendida por la Revolución Bolivariana en la Venezuela de nuestros días. Hoy que vivimos la crisis del fracaso de los modelos impuestos, adquiere mayor sentido la frase de Simón Rodríguez; tendremos que inventar e imaginar formas genuinas para acceder al objetivo de proveer a la mayor felicidad posible de nuestros pueblos.

No es comprensible, por ejemplo, la ciega y estúpida insistencia de Calderón en preservar el nefasto sistema del libre comercio, cuyos únicos beneficiarios reales son los grandes capitales transnacionales. Puede sostenerse una concepción ideológica cuando, aún en los avatares de la tormenta, ofrece visos de viabilidad; pero hacerlo cuando es evidente su perversidad, no es más que un crimen de estupidez.

Vale para comprender el significado de la convocatoria de Andrés Manuel López Obrador para, por la vía del Movimiento Popular, transformar la realidad nacional e implantar un modelo alternativo. Incluso su convocatoria a imaginar y crear ese modelo, apenas delineado en el discurso. La asamblea informativa del pasado domingo y sus resoluciones para accionar en las vertientes de la movilización opositora y de defensa de la economía popular, por una parte, y de ir profundizando en el diseño del modelo alternativo, por la otra, marcan la tónica de la imaginación como instrumento de la construcción del México nuevo. Imaginación tendrá que matar receta.




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Gerardo Fernández Casanova


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