Es frecuente encontrar que en documentos elaborados en los Estados Unidos se consignen aseveraciones que, siendo reales, reciben la inmediata descalificación por los voceros del régimen mexicano. Tal es el caso de la calificación que coloca a México, junto con Pakistán, como estados fallidos. El asunto reviste importancia mayor, en tanto que es manejado en los términos de la seguridad nacional del imperio. Según esto, la inoperancia del estado mexicano pone en riesgo la dicha seguridad y, por tanto, se hace necesaria la intervención del gobierno yanqui en nuestros asuntos internos, como si hubieran necesitado de tal circunstancia para haber intervenido desde que nacimos como nación supuestamente independiente hace ya 200 años y que, en no poca medida, ha sido un eficaz contribuyente a la falencia que se critica.
Haciendo a un lado la molestia que me provoca que el vecino se meta en nuestros asuntos domésticos, me es claro que la calificación no está lejos de la realidad. En primer término, el gobierno espurio es, por origen, trayectoria y destino, un gobierno fallido. Lo es en su mostrada incapacidad para proveer de la seguridad mínima indispensable, a cuya procuración destina grandes cantidades de recursos sin la menor inteligencia, con el pavoroso resultado de la proliferación de actos delictivos cada vez más intrépidos y cruentos. Pero lo es aún más en la plena ineficacia para responder a la severa crisis de la economía, cuyo efecto nocivo aleja la expectativa de bienestar de la población. Fraude efectivo y gobierno fallido.
Hay que reconocer que, no sólo el gobierno, sino también el estado merece el calificativo, en tanto que se ha visto incapaz para procesar las demandas de la sociedad para que funcione conforme al interés de la mayoría. Fallan el estado y sus instituciones cuando no son capaces de ofrecer certidumbre en el más importante proceso electoral, permitiendo la existencia de un gobierno sin legitimidad. Falla el estado cuando se finca en un régimen de partidos anquilosado y sometido al financiamiento público. Falla también en tanto que ese régimen anquilosado de partidos determina el funcionamiento del poder legislativo, más proclive al juego de intereses de facción, que al desempeño de la representación de los intereses nacionales. Es fallida una administración de justicia que se somete al interés del ejecutivo y que, sea por corrupción o por deficiencia legal, hace que el delito de los poderosos quede impune. Pero, con toda certeza, falla el estado cuando no se ha consolidado como soberano y tolera la injerencia de los intereses ajenos en los asuntos nacionales. Peor aún el gobierno espurio que, con una estupidez rayana en la traición, acude al vecino para pedirle su intervención; no de otra manera puede entenderse el discurso de Calderón ante Obama.
Si alguna intervención hay que exigir, es la de que no intervenga. Con eso tendríamos bastante. Con que allá en su territorio combatan efectivamente el comercio de estupefacientes y la venta de armas, quedarían eliminadas las causas de la inseguridad que padecemos aquí, y que les preocupa allá. Con que se eliminen los candados que, por la vía de los organismos financieros internacionales dependientes de su Departamento del Tesoro, se imponen en perjuicio de nuestra soberanía en materia económica, tendríamos bastante para salir de las crisis que han provocado.
Porque, hay que subrayarlo, el mexicano no es un pueblo fallido. El pasado domingo volvió a mostrarse “vivito y coleando” en respuesta a la convocatoria de Andrés Manuel López Obrador, en defensa de la economía popular, el petróleo y la soberanía. Es el pueblo movilizado que, en primera instancia, actúa en defensa de sus intereses, mientras se organiza para pasar a la ofensiva y para poner en acción la construcción de un nuevo estado que garantice su derecho al bienestar por el trabajo justo y la solidaridad.
Por cierto que, entre las importantes tareas a cumplir por el movimiento, está la de vencer la inercia política que nos mantiene empantanados. Es preciso remontar la asimetría de la contienda electoral para que, tan pronto como el mes de julio próximo, se logre que la correlación de fuerzas representadas en la Cámara de Diputados refleje la real composición de la sociedad. Es indispensable hacer a un lado la mezquindad y la pugna de intereses personales, en términos de presentar un sólido bloque de izquierda o, por lo menos, nacionalista. Las condiciones externas están dadas; la gente corea “ni un voto al PAN” pero tampoco al PRI. Ya el propio dirigente del partido de la reacción pide tregua; reclama que no se incluya en la contienda electoral el tema de la economía y el empleo, aduciendo que no es por culpa de Calderón, sino de la crisis mundial, que se estén perdiendo los empleos y los escasos ahorros de los mexicanos. Sería una verdadera traición no tener capacidad para convertir los innumerables agravios en una masiva votación progresista. Hay indicadores que alientan cierto optimismo; quienes “haiga sido como haiga sido” se alzaron con la dirección del PRD, saben que no tienen capacidad para competir por fuera del movimiento de AMLO, así como éste también sabe que requiere de la organización de la estructura perredista para impactar en lo electoral.
La transformación del país pasa, necesariamente, por la toma de la mayoría parlamentaria. No nos perdamos en pequeñeces.
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