El 18 de marzo de 1871 estalló espontáneamente La Comuna de París Fue un acontecimiento histórico sin precedentes ya que constituye la primera revolución socialista en el mundo. La revolución puso inesperadamente el poder en manos de la Guardia Nacional, en manos de la clase obrera y de la pequeña burguesía, que se había unido a ella.
Hasta entonces el poder había estado en manos de los terratenientes y de los capitalistas. Después de la revolución de 18 de marzo de 1871, cuando el gobierno huyó de París con sus tropas, su policía y sus funcionarios, el pueblo quedó dueño de la situación y el poder pasó a manos del proletariado. Pero en la sociedad moderna, el proletariado, avasallado en lo económico por el capital, no puede dominar políticamente si no rompe las cadenas que lo atan al capital. De ahí que el movimiento de la Comuna adquiriera inevitablemente un tinte socialista, es decir, tendiera al derrocamiento del dominio de la burguesía, de la dominación del capital, a la destrucción de las bases mismas del régimen social contemporáneo.
El antagonismo entre el gobierno, formado casi exclusivamente por burgueses, y el proletariado no tardó en estallar. Pero el proletariado parisiense había sido armado para la defensa. Todos los parisinos capaces de empuñar las armas se habían enrolado en la Guardia Nacional y estaban armados, con lo cual los obreros representaban dentro de ella una gran mayoría.
El 26 de febrero empezaron los preliminares de paz. Se consideró en todo el país como una humillación inusitada el tratado, que cedía Alsacia y Lorena a Prusia, y produjo en la población una indignación enorme. Tal fue particularmente el caso de París. Durante la guerra, los obreros de París se habían limitado a exigir la enérgica continuación de la lucha. Pero ahora, sellada ya la paz después de la capitulación, Thiers se dio cuenta de que la dominación de los grandes terratenientes y capitalistas estaba en peligro mientras los obreros de París tuviesen en sus manos las armas.
Pese a la brevedad de su existencia, la Comuna adoptó algunas medidas que caracterizan suficientemente su verdadero sentido y sus objetivos. Abolió el servicio militar obligatorio y el ejército regular permanente, instrumento ciego en manos de las clases dominantes; armó a todo el pueblo, declarando como única fuerza armada a la Guardia Nacional, en la que debían enrolarse todos los ciudadanos capaces de empuñar las armas. Proclamó la separación de la Iglesia del Estado, suprimió la subvención del culto (es decir, el sueldo que el Estado pagaba al clero), declarando propiedad nacional todos los bienes de la Iglesia. Como consecuencia, el 8 de abril ordenó que se eliminasen de las escuelas todos los símbolos religiosos, imágenes, dogmas, oraciones, en una palabra, todo lo que cae dentro de la órbita de la conciencia individual, orden que fue aplicándose gradualmente. Por tanto, dio un carácter estrictamente laico a la instrucción pública, con lo que asestó un fuerte golpe a los gendarmes de sotana. Prohibió el trabajo nocturno en las panaderías; abolió el sistema de multas, esa expoliación consagrada por ley de que se hacía víctima a los obreros. Suprimió también las oficinas de colocación, que durante el Segundo Imperio eran un monopolio de ciertos sujetos designados por la policía, explotadores de primera fila de los obreros. Las oficinas fueron transferidas a las alcaldías de los veinte distritos de París. Se promulgó el famoso decreto de 16 de abril ordenando que se abriese un registro estadístico de todas las fábricas y talleres abandonados o clausurados por los patronos y se preparasen los planes para reanudar su explotación con los obreros que antes trabajaban en ellas, organizándoles en sociedades cooperativas, y que se planease también la organización de todas estas cooperativas en una gran unión.
El 30 de abril, ordenó la clausura de las casas de empeño y suspendió la venta de objetos pignorados, basándose en que eran una forma de explotación privada de los obreros, en pugna con el derecho de éstos a disponer de sus instrumentos de trabajo y de crédito. Además condonó los pagos de alquiler de viviendas desde octubre de 1870 hasta abril de 1871, sentando en cuenta para futuro pago de alquileres las cantidades ya abonadas. Y para subrayar su carácter de gobierno auténticamente democrático y proletario, la Comuna dispuso que la remuneración de todos los funcionarios, y, por tanto, los mismos miembros de la Comuna y del gobierno, no fuera superior al salario normal de un obrero, ni pasara en ningún caso de los 6.000 francos al año. Fueron confirmados en sus cargos los extranjeros elegidos para la Comuna, pues la bandera de la Comuna es la bandera de la República mundial.
Como se ve, el carácter de clase del movimiento de París, que antes se había relegado a segundo plano por la lucha contra los invasores extranjeros, resalta con trazos netos y enérgicos desde el 18 de marzo en adelante. Como los miembros de la Comuna eran todos, casi sin excepción, obreros o representantes reconocidos de los obreros, sus acuerdos se distinguían por un carácter marcadamente proletario. Una parte de sus decretos eran reformas que la burguesía republicana no se había atrevido a implantar por temor y que echaban los cimientos indispensables para la libre acción de la clase obrera; otros iban encaminados a salvaguardar directamente los intereses de la clase obrera, y en parte abrían profundas brechas en el viejo orden social.
Para que una revolución social pueda triunfar, necesita por lo menos dos condiciones: un alto desarrollo de las fuerzas productivas y un proletariado preparado para ella. Pero en 1871 se carecía de ambas condiciones. El capitalismo francés se hallaba aún poco desarrollado, y Francia era entonces, en lo fundamental, un país de pequeña burguesía, de artesanos, campesinos y tenderos. Por otra parte, no existía un partido obrero, y la clase obrera no estaba preparada ni había tenido un largo adiestramiento, y en su mayoría ni siquiera comprendía con claridad cuáles eran sus fines ni cómo podía alcanzarlos. No había una organización política seria del proletariado, ni fuertes sindicatos, ni sociedades cooperativas...
A fines del mes de mayo, cuando la fuerza organizada del gobierno pudo, por fin, dominar a la fuerza mal organizada de la revolución, llegó a su apogeo aquella espantosa matanza de hombres desarmados, mujeres y niños. Los generales bonapartistas, esos generales cobardes ante los alemanes y valientes ante sus compatriotas vencidos, masacraron París. Los fusiles de sobrecarga no mataban bastante de prisa, y entraron en juego las ametralladoras para abatir por centenares a los vencidos. Cerca de 30.000 obreros fueron muertos por la soldadesca desenfrenada. El Muro de los Federados del cementerio de Pére Lachaise, donde se consumó el último asesinato en masa, queda todavía en pie, testimonio mudo, pero elocuente del frenesí a que es capaz de llegar la clase dominante cuando el proletariado se atreve a reclamar sus derechos. Cuando se apercibieron que era imposible matarlos a todos, vinieron las detenciones en masa, comenzaron los fusilamientos de víctimas caprichosamente seleccionadas entre las cuerdas de presos y el traslado de los demás a grandes campos de concentración, donde esperaban la vista de los Consejos de Guerra. Unos 45.000 fueron detenidos y muchos de ellos ejecutados posteriormente; miles fueron los desterrados o condenados a trabajos forzados. Las tropas prusianas que tenían cercado el sector nordeste de París, recibieron la orden de no dejar pasar a ningún fugitivo. En total, París perdió cerca de 100.000 de sus hijos, entre ellos a los mejores obreros, los más conscientes.
Pero el papel fundamental en este movimiento fue desempeñado, naturalmente, por los obreros (sobre todo, los artesanos de París), entre los cuales se había realizado, en los últimos años del Segundo Imperio, una intensa propaganda socialista, y que inclusive muchos de ellos estaban afiliados a la Internacional. Sólo los obreros permanecieron fieles a la Comuna hasta el fin. Los burgueses republicanos y la pequeña burguesía se apartaron bien pronto de ella: unos se asustaron por el carácter socialista revolucionario del movimiento, por su carácter proletario; otros se apartaron de ella al ver que estaba condenada a una derrota inevitable. Sólo los proletarios franceses apoyaron a su gobierno, sin temor ni desmayos, sólo ellos lucharon y murieron por él, es decir, por la emancipación de la clase obrera, por un futuro mejor para los trabajadores.
La Comuna tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar al poder, no puede seguir gobernando con la vieja máquina del Estado; que, para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, la clase obrera tiene, de una parte, que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción, revocables en cualquier momento. ¿Cuáles eran las características del Estado hasta entonces? En un principio, por medio de la simple división del trabajo, la sociedad se creó los órganos especiales destinados a velar por sus intereses comunes. Pero, a la larga, estos órganos, a la cabeza de los cuales figuraba el poder estatal, persiguiendo sus propios intereses específicos, se convirtieron de servidores de la sociedad en señores de ella.
Contra esta transformación del Estado y de los órganos del Estado de servidores de la sociedad en señores de ella, transformación inevitable en todos los Estados anteriores, empleó la Comuna dos remedios infalibles. En primer lugar, cubrió todos los cargos administrativos, judiciales y de enseñanza por elección, mediante sufragio universal, concediendo a los electores el derecho a revocar en todo momento a sus elegidos. En segundo lugar, todos los funcionarios, altos y bajos, estaban retribuidos como los demás trabajadores. Con este sistema se ponía una barrera eficaz al arribismo y a la caza de cargos, y esto sin contar con los mandatos imperativos que, por añadidura, introdujo la Comuna para los diputados a los cuerpos representativos.
La Comuna de París fue una hija espiritual de la Primera Internacional, resultado del entronque de la doctrina de Marx y Engels, del socialismo científico, con el movimiento obrero. El proletariado mundial tenía ya a su alcance el arma ideológica capaz de conducirle a la destrucción del capitalismo y a la construcción de la sociedad comunista. Marx y Engels habían analizado las experiencias y enseñanzas de la primera revolución burguesa de 1848, llegando a la conclusión de que la clase obrera, al llevar a cabo la revolución socialista, no puede limitarse a tomar el poder y utilizar el viejo aparato estatal en interés de dichas transformaciones, sino que este aparato burocrático-militar debe de ser desmantelado, destruido. La práctica de la Comuna de París, no sólo confirmó la justeza de estas ideas, sino que le llevó a dar un paso adelante en sus concepciones acerca de la dictadura del proletariado. Marx señaló que la gran enseñanza que se desprendía de la Comuna consistía en que ésta había demostrado que no sólo había que destruir el viejo aparato estatal burgués, sino que, sobre las ruinas de éste, se habría de construir el nuevo aparato del Estado revolucionario, capaz de mantener a la clase obrera en el poder y consolidar la revolución.
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