Ha salido al mercado un nuevo producto de las “fábricas del miedo“: La gripe porcina. Nombre que a mi juicio no tiene nada que ver con los inocentes “chanchos“ sino con quienes la están promoviendo, difundiendo, publicitando y en última instancia fabricando, como parece ser el caso.
Los viejos y no tan viejos espantapájaros –el comunismo, el ántrax, el virus ébola, las armás de destrucción másiva, Bin Laden, el lobo feroz y la bruja Pirulí- pierden su eficacia cada día más rápidamente y quienes hoy controlan el mundo, no tienen más remedio que seguir inventando nuevas formas de mantener a la gente paralizada por el terror.
Es un perfecto círculo vicioso: Los mismos que están llevado al mundo al colapso, colocan en el horizonte el espejismo de una hecatombe de proporciones planetarias, para que la gente no se percate de que esa hecatombe está ya tocando la puerta trasera de su casa, pero no por las siniestras consecuencias de un virus mutante, sino por las consecuencias ambientales de un sistema mundo depredador y expansivo que está haciendo inviable la vida humana.
Se trata de un juego perverso que tiene ganadores, o para decirlo de un modo más correcto, tiene agentes promotores que creen que todavía sirve de algo a estas alturas seguir llenando los bolsillos con papeles verdes. Nunca antes que yo recuerde, el carácter de fetiche del dinero que ya denunciaba Marx, ha sido tan claro como ahora.
Para nuestra desgracia, ya no quedan en el mundo pájaros que se espanten con un muñeco de paja. Cada nuevo espantapájaros debe cobrar más vida que el anterior, hasta que más que una quimera, la siguiente amenaza se presenta como un mal cada vez más real y tangible.
Cuando nos llegaron las primeras noticias de una suerte de gripe que estaba matando gente por ahí, no quise dar crédito a versiones truculentas y un tanto rocambolescas que insinuaban la intervención humana en las mutaciones genéticas del virus. Traté de restar importancia a estos señalamientos sobre todo porque me resultaba demasiado amargo aceptar que compartimos tiempo y espacio con monstruos mucho más aterradores que cualquier virus. Con engendros como los Bush –abuelo, padre e hijo-, o Rumsfeld -a quien hoy se señala insistentemente como beneficiario de esta nueva pandemia-, o Condolezza Rice,, la que ordenó el uso de la tortura en las cárceles de la CIA, y paremos de contar, porque la lista es larga.
Por desgracia, luego que empecé a investigar en diferentes fuentes, se me fue decantando el convencimiento de una intervención humana en la creación de este nuevo virus. Intervención que no solo tendría el objeto de sostener los niveles de miedo entre la población mundial, sino que estaría promoviendo el benéfico personal de quienes tuvieron esta iniciativa. No es uno ni dos, son ya miles artículos los publicados y disponibles en Internet, que denuncian con información constatable y referencias precisas, los enormes beneficios que de esta pandemia estarían obteniendo laboratorios que enarbolan la patente del que se dice “único“ medicamento eficaz contra la enfermedad.
Casi siempre, el exceso de información es un eficaz instrumento de la desinformación. Las lagunas, inconsecuencias y aparentes contradicciones que podemos observar alrededor del hecho central de que un misterioso y novedosísimo virus está matando gente, son demasiado evidentes y contribuyen de manera eficaz a elevar los niveles de incertidumbre en el público.
Lo cierto es que cuanto más manoseemos el tema hurgando preguntas sin respuesta, más lejos estaremos de encarar una cuestión central que está en el tapete: ¿Es moralmente aceptable que si acaso la vida humana –tal como está planteado el problema- depende de la administración de un determinado medicamento, este medicamento se encuentre bajo patente de uno o dos laboratorios a nivel mundial? ¿Es moralmente aceptable que –sea una persona o un países- quien no disponga de 40 dólares por dosis del medicamento en cuestión, se tengan que resignar a marcharse de este mundo sin ejercer ninguna resistencia?
La respuesta a estas preguntas tiene que ver no solo con el control de una pandemia cada día más mediática, sino con algo mucho más importante, que consiste en definir nuestra posición frente al capitalismo y sus centros metropolitanos de poder, más allá del plano discursivo.
En otra faceta de este mismo tema, resulta bastante irónico el escándalo y la correspondiente paranoia que se han desatado globalmente por el supuesto brote de influenza porcina que se habría originado o en todo caso se estaría difundido desde México, mientras pocos reparan en el hecho de que hace ya muchos años, en México se instaló una epidemia que ha venido asolando al país y que por desgracia está asociada a un virus genéticamente manipulado en algún laboratorio clandestino del que lo único que se sabe es que opera en territorio mexicano, pero con tecnología y financiamiento proporcionadas por el Departamento de Estado de los Estados Unidos de Norteamérica. Es un virus que muta cada seis años, o al menos cambia de nombre sin alterar mayormente su potencia destructiva. La última cepa mutante ha recibido el nombre popular de FECAL1.
La enfermedad a que nos estamos refiriendo, produce entre otros síntomas desaliento, hambre, brutalidad policial, corrupción, narcotráfico, desempleo, humillación, dependencia, y otro males causantes ya un número indeterminado de defunciones, infinitamente superior al de la gripe que tanto publicita la industria del miedo, es decir, los medios masivos de “incomunicación“.
El virus de la gripe FECAL destruye la dignidad y desencadena una crisis de miedo y resignación en casi todos los pacientes infectados, excepto en aquellos que pertenecen a la clase media, donde los síntomas más relevantes son la indiferencia y la idiotización consumista.
Como en las grandes pestes que asolaron a Europa al final de la Edad Media, esta terrible epidemia hace huir a la gente. Se han abandonado campos y ciudades en pos de un destino menos incierto y por eso hoy se estima que hay 9 millones de mexicanos malviviendo sin papeles migratorios en Estados Unidos. México, que le dio el maíz al mundo, ahora lo importa y para mayor vergüenza es transgénico. El 10% de la población concentra más del 30% de la riqueza del país, mientras que el 40% de la población vive con menos de 2 dólares al día.
Y después de todas estas calamidades nos quieren hacer creer en la amenaza de una gripe porcina de proporciones truculentas. ¿Que tapabocas salvará a los mexicanos de la fetidez del virus FECAL?, ¿Que nuevo medicamento milagroso, mejor que el Tamiflú les podrá proporcionar el Sr. Rumsfeld contra tamañas calamidades?
Quizá sea mejor no preguntarle, no sea que nos recomiende privatizar el aire espeso que a duras penas respiramos y que parece ser lo único que resta por privatizar en el desmantelado México.
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