Este domingo 28 de junio de 2009, nos hemos levantado con la lamentable noticia del Golpe de Estado de factura “gorila” en la hermana República de Honduras, para deponer el gobierno constitucional del presidente Manuel Zelaya. La iniciativa del mandatario centroamericano de convocar a una encuesta nacional y abrir camino a la elección de una Asamblea Constituyente para el pueblo hondureño, ha sido el detonante para la sedición y la ignominia.
En una planificada y traicionera estratagema de las clases dominantes, los medios de comunicación privados y la cúpula militar, se ha consumado la “patada a la mesa” en contra de la voluntad de las mayorías hondureñas y de la democracia participativa. Ante la desesperación de las élites políticas y económicas, las piruetas de tinte leguleyo son insuficientes y entra en escena la medida de fuerza, el atajo rastrero. Como una vez afirmó uno de los líderes de la banda terrorista “Patria y Libertad”, fracción fascista que orquestó junto con la democracia cristiana y el Partido Nacional el golpe de 1973 en Chile, la “salida” era obrar como el odontólogo: “sacar” el diente enfermo de la boca del paciente para que se terminara el problema.
Hoy, el Alto Mando Militar de Honduras nos ha hecho retroceder 50 años en América Latina. Nos ha devuelto a tiempos que ya se creían superados; aquellos nefastos días de la doctrina de Seguridad Nacional, de las juntas militares cómplices de la Operación Cóndor, de la guerra sucia y de los detenidos-desaparecidos. La sinrazón de las burguesías nacionales y el terror a perder el poder político en la superestructura del Estado capitalista, las induce –indefectiblemente- a maniobrar en el delirio y así preservar su “estatus”. Con ello, las clases dominantes “atornillan” su hegemonía reaccionaria y cierran el flanco a cualquier proceso que ponga en riesgo sus “sagrados” y monetaristas intereses.
En un país de reducidas dimensiones territoriales, como Honduras, la obscena acumulación del capital en poquísimas manos lo convierte en un peligroso “concentrado” del fermentado y pestilente jugo del fascismo tropicalizado. El Golpe de Estado contra Manuel Zelaya es la rebelión de la Escuela de Las Américas hacia la Revolución Bolivariana, el ALBA, el Poder Constituyente originario y la democracia directa. Sin embargo, el levantamiento castrense en Honduras es sólo la pantomima del poder oculto y de los que “mueven las cuerdas” de los monigotes. Detrás de una gorra verde olivo –o camuflada- siempre estará la infamia del explotador asesino, de la burguesía apátrida y del gran capital internacional. El estamento militar en la superestructura del Estado Burgués amedrenta a las masas y hace el “trabajo sucio” a las clases dominantes a la hora –verbigracia- de “deshacerse” de un Poder Ejecutivo “incómodo”. Zelaya era el “casse-pieds” de la burguesía hondureña y acabar con su proyecto político era imperioso para las oligarquías centroamericanas. El Golpe de Estado en detrimento de su gobierno es una advertencia muy clara a América Latina y –principalmente- a noveles gobernantes como Mauricio Funes (El Salvador) y Álvaro Colóm (Guatemala), para que no crucen “la línea amarilla” de la plutocracia.
En la actualidad, las clases dominantes de Honduras pretenden erigirse como factor de contención al “fenómeno Chávez” y salvaguarda, a su vez, los espacios “naturales” de burguesías muy preocupadas y angustiadas por lo acontecido –durante años recientes- en América Latina, en especial, la oligarquía mexicana.
“HARAKIRI” INSTITUCIONAL, “BLACKOUT” INFORMATIVO Y CONTRAGOLPE
La actuación evidente de un sector del Poder Legislativo y de la Corte Suprema, en la planificación del Golpe de Estado y la expulsión del presidente Zelaya, no es un secreto para nadie. Lo más granado de la cúpula empresarial y comunicacional, ha conspirado para torcer el rumbo constitucional del país y darle primacía al cónclave del Consenso de Washington. Sin duda, la burguesía está dispuesta a “sacrificar” la viabilidad institucional del Estado forjado por ella misma, si está en peligro su existencia como clase avasallante. El “harakiri” de los burócratas es la alternativa al plan B, al C y al D, y Honduras es un ejemplo palpable: secuestraron al Presidente y lo enviaron, en pijamas, a un país extranjero; apresaron a la Canciller y a otros funcionarios del gobierno; golpearon y arrestaron a los embajadores de Cuba, Nicaragua y Venezuela; el Poder Legislativo y el Judicial avalaron con su conducta a los militares insurrectos; se cortó el servicio de energía eléctrica y de teléfonos a escala nacional; y un “blackout” informativo mantiene a la población a la deriva.
El “blackout” informativo ya lo vivimos en Venezuela durante el 12, 13 y 14 de abril de 2002; es de las técnicas más perversas de los medios de comunicación en el Estado Burgués: negar la realidad para engañar y desmovilizar a las masas. Pero ya América Latina es otra.
La gente no se va a “calar” un Golpe de Estado patrocinado por pupilos de la SOA (School of the Americas- Escuela de Las Américas) y menos se va a dejar conculcar su legítimo derecho a convocar a una Asamblea Constituyente originaria; hoy, de facto, la encuesta nacional propulsada por Zelaya ha quedado refrendada con un SÍ abrumador. El Golpe de Estado demuestra que la oligarquía se sabía perdida en la consulta y que sólo la “razón” de los fusiles podía asistirla. El pueblo de Honduras, al igual que el resto de América Latina, está consciente de las bondades y retos del poder popular y no está dispuesto a perderlo. El golpe contra Zelaya está destinado al fracaso y sus autores lo conocen muy bien; la contundencia de las masas en las calles de Tegucigalpa y sus alrededores, hará parir otro glorioso 13 de abril para la Historia. ¡Que viva la Revolución!
(*) Tesista de Idiomas Modernos de la UCV
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