Esta institución, que cuenta con numerosos hombres y mujeres que pagaron con su vida su devoción por la causa de los derechos humanos, acusa a los golpistas hondureños de producir un nuevo holocausto. Esta masacre silenciosa, de la que apenas unas muy pocos casos quedaron registrados en los medios debido a la casi total censura de prensa y al sistemático bloqueo de toda información relativa a esos hechos, tuvo lugar, según la CODEH, en el marco de los sucesivos “toques de queda” decretados por los usurpadores. Sus víctimas incluyen a menores y mujeres, y estos asesinatos tuvieron lugar principalmente durante las horas en que la policía y las fuerzas armadas ejercían un control absoluto de las calles y plazas de Honduras.
Más allá de cualquier polémica sobre la cifra exacta de personas que murieron en este triste período lo cierto es que, de la mano de Micheletti y sus cómplices y mentores, la violencia y la muerte se han enseñoreado de ese país. Y lo cierto también es que esta brutal escalada prosigue su curso con la total complicidad del presidente Barack Obama, cuya defensa de los derechos humanos, la legalidad, la democracia, la libertad y otros valores consagrados por la lucha de los pueblos ha demostrado ser, como preveíamos, una retórica dirigida a engañar a los incautos y nada más. Días atrás el presidente Hugo Chávez preguntaba, ante la Asamblea General de la ONU, cuál era el verdadero Obama: si el que decía frases bonitas o el que convalidaba el golpe de estado en Honduras (al que tercamente se rehúsa llamarlo por su nombre), mantenía el bloqueo a Cuba y la injusta e ilegal prisión de “los 5”, y sembraba bases militares por toda América Latina en nombre de la libertad. Lamentablemente, la respuesta salta a la vista y exime de mayores argumentaciones.
A idéntica conclusión llegaba hace pocos días Mark Weisbrot, distinguido académico estadounidense y presidente del Just Foreign Policy cuando se preguntaba cuánta represión apoyará Hillary Clinton en Honduras. En su nota, reproducida en Rebelión (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=92062) Weisbrot asegura que “(e)l 11 de agosto, dieciséis miembros del Congreso de EEUU enviaron una carta al presidente Obama instándole a ‘denunciar públicamente el uso de la violencia y la represión de manifestantes pacíficos, el asesinato de pacíficos organizadores políticos y todas las formas de censura e intimidación contra los medios de comunicación’. Todavía están esperando una respuesta.”
Los gorilas hondureños no dejaron derecho alguno sin violar: asesinatos, torturas, secuestros, represión a manifestantes pacíficos e indefensos, desprecio por el marco jurídico nacional y la legalidad internacional, ataque a la embajada de Brasil, censura de prensa; en fin, la lista sería interminable. Queda en pie la pregunta: ¿Cuántas muertes más necesitará la Casa Blanca para abandonar su incalificable complicidad con un régimen que retrotrae a nuestra región a lo peor del siglo pasado? ¿Cuántas necesitará Obama para darse cuenta de que cada una de ellas es también un golpe más a su ya menguada credibilidad? Estados Unidos es el único país con peso significativo en la arena internacional que todavía mantiene su embajador en Tegucigalpa: ¿Qué espera para sacarlo? ¿O será que Honduras está prefigurando el futuro terrible de América Latina y el Caribe? Obama no es más que que un sonriente y simpático relacionador público pero que no por eso deja de ser una pieza más en el infernal engranaje del “pentagonismo”, como lo denominara Juan Bosch.
Para concluir: no es que ahora los antiimperialistas le pidan a Washington que intervenga, como sofísticamente argumentara días pasados. Ya está interviniendo, y mucho. Y lo está haciendo para perpetuar un régimen violatorio de los derechos humanos, no para promoverlos. El silencio de Obama ante tantos crímenes nada tiene que ver con la prescindencia o el no-intervencionismo; callar también es una forma -taimada, a menudo artera y cobarde- de intervenir. Lo que se le pide es que, de una vez por todas, Estados Unidos deje de hacerlo y se abstenga de respaldar a los golpistas. Del resto se encargará el pueblo hondureño, que ha dado muestras de su capacidad y valentía para sacarse de encima a Micheletti sin necesidad de ayuda alguna de la Casa Blanca.