Iberoamérica y las Cortes de Cádiz

-Volviendo a lo que representaron en nuestra Historia las Cortes de Cádiz:

Los Constituyentes de Cádiz habían considerado que los territorios de América formaban parte de la nación española (art. I de la Constitución), pero luego retrocedieron al aplicar las consecuencias de ese principio que hubiera exigido mayor número de diputados americanos que peninsulares. Se concedió entonces el derecho de voto sólo a los blancos, dejando a las “castas” privadas de el. Llamábanse “castas” a los mestizos, mulatos y gentes de “color quebrado”, intermedias entre indios y criollos. Como ejemplo del porcentaje de blancos veamos cómo se componía la población de la Capitanía General de Venezuela, que sitúa para la época en 900.000 habitantes, resultará evidente que el mestizaje, proceso de igualación social, es predominante. En efecto, el 50% de la población es parda; el 20% la forman criollos blancos, es decir, una cierta aristocracia provincial parapetada en los Cabildos, en las oficinas de Gobierno y en la propiedad de la tierra. Los indígenas estaban ya reducidos a unos 160.000 individuos, incluídos en el cálculo los marginales; los esclavos negros alcanzaban a unos 90.000 y los blancos peninsulares y canarios a doce mil. Se trataba, desde luego, de una sociedad clasista, de acuerdo a la ley y a la costumbre.

Cierto es que los dirigentes del movimiento político en las colonias eran esencialmente criollos, capa superior de la sociedad americana que había entrado en contradicción con la explotación de las mismas por la Monarquía española. Pero los buenos propósitos de los legisladores de Cádiz no podían nada contra una realidad de raíces profundas.

Razones que explica Mariátegui así:

“La política de España obstaculizaba y contrariaba totalmente el desenvolvimiento económico de las colonias al no permitirles traficar con ninguna otra nación y reservarse como metrópoli, acaparándolo exclusivamente, el derecho de todo comercio y empresa en sus dominios.”

“El impulso natural de las fuerzas productoras de las colonias pugnaba por romper este lazo. La naciente economía de las embrionarias formaciones nacionales de América necesitaba imperiosamente, para conseguir su desarrollo, desvincularse de la rígida autoridad y emanciparse de la medieval mentalidad del rey de España.”

Las “Instrucciones” dadas por el Ayuntamiento de la ciudad y provincia de Guatemala a su diputado en las Cortes de Cádiz, D. Antonio Larrazábal, son uno de los ejemplos más característicos de esas necesidades de las colonias. En ellas se recaba la libertad de industria y de comercio. Se dice: “prohibir la importación de mercaderías a pretexto de fomentar las fábricas nacionales es una injusticia que se hace al consumidor, ya que las industrias nacionales, sin estímulo, no progresarían”. Se insiste en que “todos los habitantes tengan oficios útiles” y también se dice “los guardacostas de América para que no se comercie con extranjeros son inútiles”. Las Instrucciones, en su segunda parte, son un verdadero tratado de economía política.



Por otra parte, la noticia de la ocupación de España por los franceses determinó a las capas criollas, dirigentes de la sociedad, a reaccionar por cuenta propia, comenzando por rechazar las proposiciones de los agentes franceses que Napoleón y José I se habían apresurado a enviar. Cuando las Cortes de Cádiz se reunieron, el movimiento de independencia estaba en marcha con fuerza irreversible. Venezuela está regida por una Junta de Gobierno desde el 19 de abril de 1810 y el 5 de julio de 1811 proclamaba su independencia y su primera Constitución, aunque en 1812 los patriotas tienen que capitular y Miranda cae preso, víctima del engaño de Monteverde. En Buenos Aires, el 25 de mayo de 1810, el virrey tiene que ceder su puesto a la Junta dirigida por Belgrano. El 18 de mayo de 1811, Artigas derrota a los españoles en Las Piedras. Tres días antes se proclamaba la independencia del Paraguay. En Chile existe desde 1810 una Junta de Gobierno de tipo transitorio, pero a fines de 1812 ya tiene su Constitución y su bandera. Las Juntas surgen por doquier en Nueva Granada y Ecuador. En México, el cura Hidalgo da el “grito de Dolores” el 16 de septiembre de 1810. Después de su muerte, es Morelos quien dirige la lucha y reúne en Chipalzingo un Congreso, en septiembre de 1813, que proclama la independencia el 6 de noviembre. Morelos será también ejecutado, el 22 de diciembre de 1815, por el coronel español Concha. El virrey Abascal resiste en Lima y también en 1814 es vencida la Junta de Santiago. Pese a reveses momentáneos, las colonias de América, siguiendo el método de las Juntas de los patriotas de la metrópoli, afirmaban su independencia que será definitiva en el decenio siguiente. En esta lucha encontraban el apoyo –nada altruista por cierto- de Inglaterra, Estados Unidos e incluso, al principio, de agentes de Napoleón, cuando se convencieron éstos de ganar las colonias a la causa de José I.

No es de extrañar que el Estado español se mostrase cada vez más incapaz para dominar el levantamiento nacional en las colonias de América.

El 9 de julio de 1816 se celebra el Congreso argentino de Tucumán. Desde comienzos de 1817, el Libertador Simón Bolívar lleva una lucha empeñada en los territorios de Nueva Granada y Venezuela. En el verano de 1819 efectúa su célebre paso de los Andes, (mayo 27, julio 5) donde enfrenta al ejército español y vence en la Batalla de Boyacá; (agosto 7) el 24 de junio de 1821 derrota a los españoles en Carabobo; y al finalizar el año la Gran Colombia es ya una realidad. El 13 de febrero de 1817 José de San Martín libera Santiago de Chile, donde la independencia es solemnemente proclamada el 1 de enero de 1818. Sólo resisten verdaderamente los virreinatos del Perú y de México, donde el general Iturbide (que seis años más tarde debía proclamar la independencia) fusila a Morelos en 1815.

Los liberales españoles, insistían con dureza que sus principios eran: “Adhesión constante a la Constitución de 1812, paz con las naciones y no reconocer derecho de intervención por parte de ninguna; he aquí su divisa y la regla de su conducta, tanto presentes como venideras”.

Por fin, la aglomeración de tropas en Cádiz, destinadas a embarcarse para proseguir la lucha contra las jóvenes naciones de América, facilitó el trabajo de independencia de nuestros países. Un centro de conspiradores comenzó a funcionar en Cádiz. El descontento cundía entre las tropas acantonadas. Cuenta D. Andrés Borrego, testigo de los acontecimientos, que “los inválidos que regresaban de Venezuela al desembarcar en las costas del litoral gaditano, andrajosos, hambrientos, inutilizados y escarmentados, ponderaban su mala ventura y decían a voz en grito a los acantonados expedicionarios que les esperaba igual suerte si sobrevivían al adverso destino que iban a buscar... En cuanto a los oficiales, así entre ellos como entre los paisanos, era general la opinión de que el restablecimiento de la Constitución de 1812 allanaría el antagonismo de los criollos y abriría la puerta a la pacificación de aquellas regiones y a una era de sólidas ventajas, tanto para los americanos como para los españoles”.

Digamos, para completar el cuadro, que el teniente coronel D. Rafael de Riego (ex guardia de corps, combatiente de la guerra de la Independencia y prisionero en Francia desde noviembre de 1808 hasta 1815) acababa de ser destinado a mandar el batallón de Asturias acantonado en Cabezas de San Juan. Eran los últimos días del mes de diciembre de 1819. De esa guarnición iba a surgir el pronunciamiento liberal que restaurará la Constitución de 1812. La expedición de veinte mil hombres que se aprestaban a partir de Cádiz en auxilio de Morillo, ya no vendrá. Los comandantes Riego y Quiroga, (cumplieron lo prometido a Mendizábal) jefes de la expedición. Se han insurreccionado el primero de enero de 1820 contra Fernando VII, obligándole a aceptar la Constitución de Cádiz, y los jefes y soldados se niegan a ir a Venezuela a combatir, ya que consideran Legítimo el Derecho de estos Pueblos a ser Libres y Soberanos.

Riego compareció el 27 de octubre de 1823 ante un tribunal de excepción que le condenó a la horca. Ultrajado y sometido a toda clase de coacciones fue ejecutado en la plazuela de la Cebada de Madrid el día 7 de noviembre. Fue entonces cuando Fernando VII promulgó un decreto que comenzaba así: “Con el fin de que desaparezca para siempre del suelo español hasta la más remota idea de que la soberanía reside en otro que en mi real persona...”

Difícil es decir que la mayoría de los liberales de la época comprendieron la realidad de la emancipación de las colonias americanas. Las noticias más calamitosas no acababan de arrancar las esperanzas de conservar lo que, según la letra de la Constitución, formaba parte integrante de la nación. Por otra parte, el Rey era absolutamente intratable sobre el particular, y los diversos ministerios, harto ocupados con los problemas de la Península, no se atrevieron nunca a tomar decisiones que hubieran sido utilizadas contra ellos por una agitación entre la masa absolutamente ignorante sobre estas cuestiones.

Pero como el proceso histórico no se detiene ante consideraciones de este género, las antiguas colonias continuaron su movimiento de emancipación. En México fue Iturbide quien, al pasarse al bando criollo, facilitó la independencia en 1821. En el Sur, independientes ya Argentina y Chile, el bastión del Perú terminó por caer; el 12 de julio de 1821 entraba San Martín en Lima y un Cabildo abierto proclamaba la independencia el 28 del mismo mes. En fin, la batalla de Carabobo, el 24 de junio de 1821, significó el fin de la dominación española en Venezuela. Ecuador proclamaba su independencia en 1822 y el primero de septiembre de 1823 llegaba Bolívar a Lima como triunfador, después que San Martín, al retirarse, le dejó libre el campo. La Gran Colombia Bolivariana estaba en marcha.

En efecto, las colonias americanas habían dejado de serlo, a excepción de Cuba y Puerto Rico, entre la incomprensión, el asombro y la ignorancia de los gobernantes metropolitanos. El 9 de diciembre de 1824, en Ayacucho, las fuerzas americanas, mandadas por el Mariscal Antonio José de Sucre, derrotaban en toda la línea a las fuerzas metropolitanas. Poco después, la caída de la fortaleza del Callao confirmaba la liquidación definitiva de la dominación española en el Continente Americano.

El 27 de noviembre de 1823, Fernando solicitaba la intervención de la Santa Alianza en los siguientes términos:

“S. M., que ha visto con el más profundo reconocimiento los esfuerzos de los soberanos unidos por la Santa Alianza (de la que se honra de ser miembro), para conservar los principios de la legitimidad en Europa, debe esperar que contribuirán igualmente a obtener un resultado igualmente digno en esas vastas regiones y a conservar en ellas su soberanía.” Allí estaba el emperador de Austria asistido de Metternich, el Zar de Rusia con su sequito principesco, el rey de Prusia y una cohorte de duques y condes. Lord Wellington representaba a Inglaterra. Montmorency y Chateaubriand estaba a la cabeza de la delegación francesa. La figura del vizconde de Chateaubriand es particularmente relevante en este asunto. Él quiso reivindicar absolutamente ante la Historia su responsabilidad en la intervención y guerra contra España. Austria, Francia, Prusia y Rusia firmaron el acuerdo. Inglaterra se negó a firmar las actas de las sesiones.

Sin duda alguna, el gobierno español se olvidaba tanto de lo que significan los pueblos movilizados por su independencia como de la importancia creciente de los Estados Unidos. El presidente norteamericano Monroe comunicaba al Congreso, el 7 de diciembre, su famoso mensaje en el que se consideraba toda intervención de una potencia europea en cualquier país del continente americano como un acto hostil hacia los Estados Unidos. En realidad, la actitud de Monroe, que correspondía a los interese que respectivamente representaba, sólo era posible porque después de trece años de batallar las antiguas colonias habían hecho una realidad de su independencia.

Mientras tanto, los liberales de Madrid se mecían aún en sueños que podríamos llamar de “imperio ilustrado”. No obstante hay que señalar la propuesta hecha en Cortes por Fernández Golfín –apoyada por el diputado mexicano Lucas Alamán- de “reconocer la independencia de las provincias continentales de ambas Américas españolas, en las cuales se hallare ya aquélla establecida de hecho”. La idea, que en ciertos aspectos se asemejaba al proyecto Aranda del siglo anterior, era crear una Confederación de España y los distintos Estados americanos de la que el monarca asumiría el título de “Protector” y que dispondría de un órgano supremo: el Congreso Confederal.

La emancipación americana fue una causa más de la reacción experimentada por las monarquías europeas del antiguo régimen. Pero la oposición de Inglaterra —que se apresuró a reconocer la independencia para obtener ventajas económicas—, y la declaración de Monroe, hicieron comprender a los obstinados defensores de la tradición que la “razón” de sus armas no iba más allá del Trocadero gaditano.

Salud Camaradas.

Hasta la Victoria Siempre.

Patria. Socialismo o Muerte.

¡Venceremos!


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Manuel Taibo


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