En los últimos meses los principales voceros de los centros de poder mundial han anunciado el fin de la crisis económica y el inicio de la recuperación. Desde el Fondo Monetario y el Banco Mundial, hasta el presidente Obama y el presidente de la FED Bernanke, afirman que lo peor ya pasó y que ahora vendrán tiempos de crecimiento económico.
Pensamos que la realidad mundial está muy distante de esos anuncios, y que no toman en cuenta una serie de factores que determinan la crisis, los cuales no son superables en el corto plazo y que más bien indican un agotamiento histórico del capitalismo anglosajón predominante desde el siglo XVIII y del modelo de producción capitalista en general.
Agotamiento del modelo productivo imperante en las últimas décadas. El imperio de la especulación financiera, a partir de la década de 1970, no logró los índices de crecimiento económico alcanzados con el keynesianismo de la posguerra (1945-1970). Hasta ahora no se ha propuesto otro sistema productivo en el marco del capitalismo que resuelva este estancamiento que ya tiene 40 años.
Agotamiento progresivo de recursos naturales y aumento de los desequilibrios ambientales en todo el mundo, generados por la irracional explotación a que ha sido sometida la tierra en los últimos 250 años. La perspectiva en este siglo XXI es al aumento de los conflictos políticos y militares por el control de las fuentes de recursos naturales (agua y petróleo principalmente).
Disminución acentuada de los niveles de vida y de la capacidad de consumo de los trabajadores y sus familias en todo el mundo, como resultado de más de 30 años de modelo neoliberal. La crisis actual acentúa esa caída del consumo y la pérdida de reivindicaciones laborales y sociales de las masas trabajadoras, por lo que no puede esperarse que la crisis vaya a superarse por un crecimiento de la demanda proveniente de las grandes mayorías populares.
Crecimiento en las últimas décadas de grandes economías emergentes (China, India, Brasil, Rusia) cuya tendencia es a convertirse en pocas décadas en los líderes de la producción mundial. En términos general, a mediados del siglo XXI se avisora una realidad donde el centro económico estará en Asia y no en el mundo anglosajón como hasta ahora.
Insubordinación de la periferia, como ocurre en Latinoamérica, a través de iniciativas como el ALBA, el Banco del Sur, el Acuerdo de Defensa Suramericano y otras (Unasur, Mercosur). En un hecho sin precedentes, la mayoría de los países latinoamericanos intentan quitarse de encima o por lo menos disminuir la subordinación a los poderes mundiales (Estados Unidos, FMI, BM, etc).
Estancamiento militar de la intervención imperialista en Irak y Afganistán, demostrando la debilidad de la capacidad militar estadounidense para estabilizar su dominio en esos territorios ocupados. Los escenarios futuros en ambos países, a los que se suma Pakistán, son de aumento exponencial de la violencia y de la ingobernabilidad.
Progresivo endeudamiento de la economía norteamericana. Los rescates han elevado la deuda pública a 14 mil billones de dólares. El dólar se debilita, más no termina de hundirse porque su caída significaría la caída simultánea de toda la economía mundial. El centro del mundo, la primera potencia, es una nación endeudada y debilitada al máximo en su aparato económico.
Estos factores que hemos mencionado no muestran indicios de modificarse en el corto plazo, y por tanto su papel en el contexto de la crisis mundial va a continuar en el sentido de una mayor profundización de la misma. Los espejismos que hoy llevan a afirmar que la crisis se está superando se derivan de los efectos del enorme rescate gubernamental que se ha producido en los Estados Unidos y Europa.
La crisis actual ha significado la debacle del modelo neoliberal imperante en los últimos 35 años. Para salvar el pellejo, los dueños del mundo han tenido que tragarse toda su teoría monetarista-neoliberal y recurrir de nuevo al salvataje keynesiano, concebido esta vez como un rescate selectivo destinado a salvaguardar la existencia de los principales bancos (Morga, City Group), empresas aseguradoras e inmobiliarias (AIG, Fannie Mae), grandes y emblemáticas industrias (General Motors). El sagrado libre mercado ha sido sustituido por los dólares sagrados de los rescates estatales. Los especuladores del mundo financiero, es decir, toda la banca mundial que ha dominado la economía en los últimos 30 años, y que han generado la actual crisis, continúan haciendo el gran negocio ahora a costa de los dineros de los contribuyentes. Nadie habla de resucitar el estado de bienestar que ha venido siendo desmantelado desde los años setenta. Por el contrario, todas las medidas anticrisis de los países industrializados pasan por elevar el desempleo a niveles no vistos desde la segunda guerra, reducir los salarios y restringir al máximo el gasto social y los derechos laborales.
Los dólares de los rescates de Bush-Obama han traído una aparente calma a los mercados financieros, pero ni la industria ni el consumo muestran indicios de una verdadera reactivación económica. Es de esperarse que en la medida en que se agoten esos mil millonarios rescates financieros, la aparente recuperación dará paso a una nueva profundización de la crisis, abriendo escenarios cada vez más complejos y peligrosos para la paz mundial.
Los Estados Unidos se han debilitado en todos los campos, menos en su capacidad militar atómica. Siguen siendo el policía del mundo, aunque no pueda poner orden en ninguna parte. Tienen poderío como para destruir a cualquier nación, pero se muestran incapaces de seguir gobernando como primera potencia mundial. Estas contradicciones constituyen una amenaza inmediata para la paz mundial. El escenario de la guerra se muestra como el resultado natural de una eventual profundización de la crisis económica mundial. No tienen otra salida. Salvo que pensemos que mediante la reflexión serena, quienes han dominado el mundo durante tres siglos van ahora a ceder pacíficamente el puesto a otras naciones.
Mientras la crisis parece atenuarse, la respuesta de los trabajadores y los pueblos del mundo no ha estado a la altura de las demandas históricas. Las soluciones a la crisis implican descargar los efectos más letales de la misma sobre las reivindicaciones laborales y sociales de los trabajadores. En esa dirección ha aumentado el desempleo en los Estados Unidos y Europa a niveles no vistos en décadas. A la vez se están reduciendo las conquistas laborales (todavía más allá de la brutal flexibilización laboral vivida en las tres últimas décadas).
El hecho de que las luchas sociales no se hayan generalizado en el transcurso de la crisis es reflejo de la precaria situación política y organizativa de los movimientos políticos y sociales que enfrentan el dominio del capital. Solamente en América Latina, y más específicamente en los países que integran el ALBA, se vienen formulando proyectos políticos alternativos al capitalismo y defendiendo explícitamente una solución socialista a la crisis. Tratando de superar críticamente los errores del socialismo del siglo pasado, el llamado Socialismo del Siglo XXI se difunde por todo el mundo como la única propuesta que intenta trascender al capitalismo y romper el círculo vicioso de las recurrentes crisis económicas de las cuales no puede escaparse el sistema capitalista mundial.
Si alguna vez ha existido una época histórica en la cual se haga necesaria una propuesta transformadora del capitalismo es precisamente la actual. Sin embargo, no se avizora por los momentos otro país o grupo de países que avancen en el acompañamiento del socialismo del siglo XXI, más allá del continente latinoamericano.
En este marco de la crisis se ha venido produciendo la reacción política del imperio norteamericano ante la insubordinación latinoamericana. La profundización del Plan Colombia mediante los acuerdos de uso de 7 bases militares colombianas por los Estados Unidos, y el derrocamiento del presidente Manuel Zelaya en Honduras apuntan en ese objetivo imperial por recuperar parte del terreno perdido en su propio patio trasero. De igual manera deben estarse desarrollando amplios planes intervencionistas en Latinoamérica con el fin de promover la desestabilización e incluso el derrocamiento de los numerosos gobiernos que han decidido actuar con plena soberanía y superar la histórica dependencia de nuestros países a las grandes multinacionales y las principales potencias imperialistas.
La llegada al poder de Barack Obama en los Estados Unidos tal vez haya servido como contención de la protesta social en las propias tierras imperiales. El “efecto Obama” ha desarmado a los movimientos sociales y ha permitido ejecutar con mayor amplitud las brutales medidas restrictivas de los derechos de los trabajadores que se están imponiendo aprovechando la crisis. Pero Obama no ha cumplido sus promesas fundamentales, y por el contrario ha acentuado los perfiles guerreristas e intervencionistas que ejecutaba a placer su antecesor Bush. El aumento de efectivos militares en Afganistán, la cada vez mayor intervención de Estados Unidos en Pakistán, la permanencia de la violencia en Irak, y la continuidad de las presiones y amenazas contra Irán debido a su política de energía nuclear, son elementos que demuestran que Obama no va más allá de un simple cambio cosmético en el sistema político norteamericano. Probablemente esta realidad presione en el futuro inmediato por verdaderos cambios en los Estados Unidos, y de la fuerza que alcancen esas protestas sociales dependerá el futuro de Obama, e incluso el desenlace inmediato de la crisis.
Sin lucha de clases el capitalismo nunca desaparecerá. Es por ello que mientras la crisis no tenga como respuesta la lucha de los trabajadores y demás sectores sociales oprimidos y explotados por el gran capital mundial, no se podrá hablar de fin de capitalismo, ni siquiera de fin del neoliberalismo. Si la crisis no genera revoluciones, pues probablemente sí generará guerras, a la vez que profundiza al máximo los niveles de explotación de los trabajadores y de los países del llamado tercer mundo.
Se hace necesario que el piso que se le ha movido al capitalismo mundial con esta crisis, sea sustituido por el fortalecimiento de las fuerzas revolucionarias de obreros, campesinos, estudiantes, profesionales, cooperativistas, indígenas, pequeños empresarios y demás grupos sociales interesados en acabar con el capitalismo. Los próximos años serán decisivos en cuanto al destino que tomen las eventuales soluciones y resultados de esta crisis. No descartamos que el capital, aprovechando la falta de respuesta política de los trabajadores, intente profundizar al máximo las formas de explotación del trabajo y de opresión política, buscando imponer por la fuerza sistemas de trabajo esclavizantes (tal como lo ejecutaron los nazis durante la segunda guerra) y regímenes políticos dictatoriales que acaben progresivamente con la máscara pseudo-democrática de los gobierno liberales representativos.
Es por ello que la necesaria respuesta popular constituye una de las exigencias de esta coyuntura mundial. Sin pueblo movilizado en la calle difícilmente podrá hablarse de soluciones efectivas ante la crisis. El capitalismo no se va a derrumbar sólo, pues incluso si se produjera un colapso financiero, pudiera resurgir por medio de aplicaciones novedosas que al cabo de décadas demuestren claramente su permanencia en las nuevas configuraciones del poder mundial.
Ante quienes cantan victoria y anuncian el fin de la crisis, reivindicamos la frase ya dicha por otros de que “lo peor pudiera estar por venir”. Esto implica profundizar no sólo la organización y lucha de los trabajadores y de todos los pueblos del mundo, sino también avanzar en la explicación misma de la crisis, derrumbando los espejismos difundidos por quienes aspiran a mantener y aumentar sus groseros privilegios a costa de la misma crisis.
Maracaibo, 04 de Noviembre de 2009.
(*) Profesor de la Universidad del Zulia. Maracaibo.
cruzcarrillo2001@yahoo.com
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