Amamos a aporrea, en todas sus formas y tiempos, desde el principio hasta el fin, y el pensamiento consciente de esa pasión autoerótica se remonta desde hace 18 años. ¡Cuán transparentes y rectilíneos permanecen los recuerdos de Aporrea en la corriente tumultuosa del tiempo!
Es evidente: tan exuberante es la vitalidad como poderosa es entre la idea de una invasión monstruosa de (mercenarios) del tiempo de las cavernas. No, se trata de un terror primitivo, desnudo, animal, un terror bárbaro; un pavor superior a todo, una angustia infernal, un pánico del sentimiento de una vida que se destroza. El miedo cerebral de un pensador, ni la angustia que siente un espíritu humano y heroico, tiene algo de hierro candente que le marca como a un esclavo para toda su vida, sin dominio de sí mismo; su temor se manifiesta como algo bestial, como una explosión, como shock; es el terror ancestral del hombre que se manifiesta por medio de esa única alma.
No queremos dejársenos dominar por ese pensamiento; no, no lo queremos; se resiste y extiende sus brazos para defenderse con un gesto de atormentado; sin saberlo, en medio de una infinita tranquilidad. La dominación es algo completamente extraño e incomprensible para nuestra naturaleza sana, mientras que, en el hombre, existe algo intermedio entre la plena vida y la muerte y ello es la enfermedad. La mayoría de hombres de setenta años ya llevan en sí un pedazo latente de la muerte; su proximidad no es una cosa completamente extraña; no puede causarles ya gran sorpresa: por eso no siente un terror tan terrible ante su presencia.
Para nosotros, que solamente encuentra su "yo" en la plenitud de la vida, en la "embriaguez de la vida", la menor disminución de su estupenda vitalidad significa ya una especie de enfermedad. Debido a esa sensibilidad, en la muerte, atraviesa y le hiere dolorosamente como un proyectil. Sólo aquel que siente la totalidad vital del ser puede, como contraste, como reverso, sentir toda la intensidad del terror de la Nada.
El terror, la angustia, llevados más allá de la realidad, analizando siempre todas las posibilidades, llevado por la fantasía y por los nervios en tensión, se hace más fecundo que la misma vitalidad. Pero antes de llegar a eso, ¡qué pavor escalofriante ha de sufrir años y más años!; ¡qué terrible horror y qué estupor de una invasión de bárbaros! Gracias a ese terror, llegamos todos los síntomas de la destrucción del país; todas esas visiones y atisbos por encima del borde extremo de la conciencia de vivir, sacudimiento catastrófico, sin aquel pavor que hace tambalear todo de arriba abajo, sin ese vigilante y desconfiado; para poder describir así esas muertes, aventura bélica, invasión, presente y el porvenir.
Un hombre universal, pues solamente las naturalezas gigantescas ofrecen una voluntad, no capitula así como así, ante la Nada. Después del primer choque, se levanta, apresta sus músculos para lanzarse a la lucha y vencer a su enemigo. Apenas se repone del primer terror, se fortifica y se hace fuerte, levanta los puentes levadizos y dirige sus catapultas contra el enemigo, atacándole con la lógica. Su primera arma de defensa es el desprecio.
¡La Lucha sigue!