Hablar, escribir o recitar en primera persona es horrible. Chocante. Me molesta. Genera desagrado y un extenso etcétera que con alta probabilidad hoy se volcarán en mi contra. Nada: me calo el chaparrón pero valdrá la pena.
Era sábado. 26 de marzo de 1994 para ser más exacto. La semana transcurrió pendiente de Hugo Chávez y su salida de Yare. La información, entre periodistas, se manejó con el misterio propio del momento.
El círculo laboral en el que me movía tenía garantías de recibir, en el momento justo, la noticia sobre la liberación del rebelde barinés. Confiaban en nosotros allegados al militar sublevado. La primicia parecía segura. En lo personal, la experiencia era maravillosa. Ser partícipe, desde una modesta posición periodística, de los cambios y las transformaciones era comparable –permítaseme la osadía– a la graduación como corresponsal de guerra.
En honor a la verdad, fui favorecido por las circunstancias. Sobre una valiente mujer, también comunicadora, reposaba la responsabilidad de hacer pública la noticia –apenas ésta se produjera– a través de la emisora para la que trabajábamos. No obstante, justo ese 26 de marzo, un inesperado viaje fuera de Caracas la obligó a ausentarse ese día por lo que la misión reporteril recayó, felizmente, en mí.
El tubazo informativo, sin necesidad de celulares ni internet que apenas se asomaban en el país, se dio con todo. Admito que poco amigo soy de esos “géneros” pero comparto también que ése me lo gocé y muy dignamente.
La etapa siguiente fue igualmente emocionante: convocar al encuentro de los medios que al siguiente día en el Ateneo de Caracas interpelarían al insurgente. A sabiendas de que podía estar intervenida la línea telefónica y que ello podría significar mínimo un “sustico” domiciliario, alias allanamiento, acepté el reto. A excepción de VTV, donde me llamaron asesino, el resto de las empresas acogieron con beneplácito la invitación a “mi” rueda de prensa.
Al día siguiente, en la cita, fui uno más. Tonto sería ocultar la satisfacción que me produjo aquel llenazo donde estaba presente mi invisible grano de arena revolucionario.
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