Los investigadores de la comunicación que señalaron, en un principio, nuestro rumbo profesional, se han ocupado ellos mismos de sembrar su camino de contradicciones. Muchos de quienes en algún momento se paraban en el estrado profesoral, hoy practican lo contrario de lo que antes predicaban. Menos mal que cada uno de nosotros ha tomado su rumbo particular y ha acopiado, con su experiencia, la suma de enseñanzas que constituyen el equipaje de cada quien. Porque si fuera por ellos, estaríamos perdidos.
Esta perorata introductoria viene a colación porque se ha discutido en los últimos días acerca del contenido de la programación de las televisoras nacionales y su influencia en los niveles de agresividad y violencia, que hoy algunos pretenden que nos caracterice como sociedad. En esa intención subyace el macabro objetivo de desacreditarnos internacionalmente, para que finalmente a alguien se le ocurra declararnos como “Estado fallido”, por tanto sujeto a que cualquiera venga con sus cascos azules a meterse en nuestro patio.
Si los contenidos mediáticos no tuviesen influencia alguna sobre las audiencias que los perciben, entonces nos encontraríamos con que actividades como la publicidad y el mercadeo, expertas en crear necesidades que no existen o de vender arena en el desierto, no tendrían razón de ser. Nadie ha pretendido culpar absolutamente a la televisión de que existan “pranes” en las cárceles o de que la impunidad campee en nuestro sistema de justicia, pero de que estimulan y crean patrones de conducta es tan claro, como que en este país existe un “prototipo” de la mujer perfecta y deseable, salida de un laboratorio de reinas, o de que el afán de tener el último celular o el más “inteligente” de los aparatos, pasó a ser una exigencia de vida.
Defender los bodrios que hoy transmiten las televisoras, bajo la excusa de su inocuidad, o peor aún, que la vileza de los contenidos obedece a crisis presupuestarias de los canales o ausencia de divisas, es producto de la aberración política de aquellos que, dueños de medios, importan basura con dólares de la nación, o de aquellos estudiosos a quienes el “huésped alienante” que tienen en su casa terminó por devorarlos.