La relación entre la prensa y el poder es objeto de debate desde hace un siglo, pero sin duda cobra hoy una nueva dimensión.
Ya no se pueden separar los diferentes medios, prensa escrita, radio y televisión, como se hacia tradicionalmente en las escuelas de periodismo o en los departamentos de ciencias de la información o de la comunicación. Cada vez más, los medios se encuentran entrelazados unos con otros. Se repiten y se imitan entre ellos mismos, lo que hace que carezca de sentido separarlos y querer estudiar uno solo en relación con los otros.
Por lo que respecta al poder, el mismo atraviesa una crisis, en el sentido más amplio del término. Constituye, incluso, una de las características de este fin de siglos. Hay crisis y, finalmente, disolución o incluso dispersión del poder, lo que hace que difícilmente podamos determinar donde se encuentra realmente.
Se ha repetido mucho, y durante mucho tiempo, que la prensa o la información en un sentido más amplio ? era el cuarto poder. Se decía esto para oponerlo a los tres poderes tradicionales definidos por Montesquieu, y se precisaba: La prensa es el poder que tiene como misión cívica juzgar y calibrar el funcionamiento de los otros tres.
En la práctica se da, cada vez más, una especie de confusión entre los medios dominantes y el poder (en todo caso el poder político) y eso hace que no cumplan la función de ?Cuarto poder?.
Hoy se aprecia que la clasificación no responde a la tradicional: Legislativo, Ejecutivo, Judicial. El primero de todos los poderes es el poder económico. Y el segundo es el poder mediático. De tal manera que el poder político queda relegado al tercer lugar.
La revista francesa Telerama publicó un sondeo que demuestra que, desde hace tiempo existe una desconfianza, una distancia crítica que los ciudadanos sienten, cada vez más, con respecto algunos medios. Y en particular, desde algunos años, sobretodo desde la Guerra del Golfo, a la prensa escrita y la televisión, por la forma en que funcionan con relación a cierto tipo de acontecimientos.
La radio conserva, hasta el momento, un cierto margen de confianza, a pesar de todo. Además, existen los magnestocopios que graban. Mientras que la radio es el único medio que no deja huellas. Esto no quiere decir que no existan los magnetófonos, pero ¿quién graba los diarios hablados de las distintas cadenas y emisoras? La impresión general es que el trabajo de la radio resulta globalmente más profesional. Pero cuando se mira de cerca se encuentran tantos motivos de recelo como en los otros dos.
Si nos preguntamos acerca de los periodistas y de su papel en la actual concepción dominante del trabajo informativo, podemos concluir que están en vías de extinción. El sistema informacional ya no les quiere. Hoy puede funcionar sin periodistas, o, digamos con periodistas reducidos al estudio de un obrero en cadena. Es decir, al nivel de retocador de despachos de agencia. Se ve a las celebridades que presentan los telediarios de la noche, pero se esconde a un millar de profesionales que tiran del carro. La calidad del trabajo de los periodistas está en vías de regresión, lo mismo que su estatus social.
Teóricamente se podía describir hasta ahora el periodismo con la forma de una organización triangular: el acontecimiento, el mediador y el ciudadano. El acontecimiento estaba relatado por el mediador, es decir, el periodista, que lo filtraba, lo analizaba, lo despejaba de alguna manera y lo hacia repercutir en el ciudadano. Pero ahora ese triangulo se ha transformado en un eje. En un punto está el acontecimiento y en el otro está el ciudadano. Por medio de la cámara, el aparato de fotos o del reportaje, todos los medios (prensa, radio, televisión) intentan poner al ciudadano directamente con el acontecimiento.
Por tanto, existe la creencia de que uno puede informarse solo. La idea de la autoinformación está abriéndose camino. Es, sin duda, una tendencia peligrosa.
Raúl Ramírez
C.I. 587205