Asistíamos a un clásico evento social de toldos en el jardín. La anfitriona nos sentó en una mesa, donde, según sus palabras, estaríamos a gusto. Era la de los profesores universitarios. No nos conocíamos, así que durante un rato lo único que compartimos, entre currículos y reguetones, fue la botella de güisqui.
Sólo fue el preludio del inevitable tema. Lo abrió uno de los académicos con un exordio sobre la inutilidad del voto. Le sirvió de marcó al infundio: Los chinos tienen un sistema electrónico para alterar… y soltó un trabalenguas cibernético, Pues bien, aquí ese sistema está manejado por los cubanos del CNE. No hay forma que el oficialismo pierda, terminó sentenciando el profesor.
Una señora, por su acento oriunda de la sabana de Bogotá, preguntó asombrada ¿Y cómo es así? Colega, como lo está oyendo, contesto el académico aristotélico, lo sé por muy buena fuente, es una persona de mi entera confianza… Se recostó de la silla y se empinó un buen trago del escocés. La colega bogotana sólo articuló un ¡buste vea!
Para mi que, además de aborrecer los círculos escolásticos, me gusta más el vino, fue la oportunidad de huir despavorido. Invité a mi esposa, con la excusa de ir a buscar otros cuentos para comer, a acercarnos a la mesa de los pasapalos.
Ya escapados del sofocón medieval y musical, le comente a ella que, navegando por Internet me había topado con un Blog llamado pretensiosamente El espíritu crítico. Su página principal estaba dedicada a los modismos venezolanos. Era una muestra, particularmente soez, de como ofender a alguien. En la lista del coprófago online figuraba la palabra “chavista”.
Mientras comíamos unos rollitos de carne, tan malogrados como la maestría de esos profesores, le pregunté a mi pareja, Qué diablos supone la gente que es ser crítico. Su respuesta fue lacónica, A estas alturas pediría sólo sentido de la vergüenza… Y recordó aquel magnífico video presentado en VTV, donde se resumía la historia política de la UCV. Finalizaba con un reto crítico: Si saben otra historia, cuéntenla…