“A ese disparate hemos llegado: a que una de las más importantes conquistas de la civilización, la libertad de expresión y el derecho de crítica, sirva de coartada y garantice la inmunidad para el libelo, la violación de la privacidad, la calumnia, el falso testimonio, la insidia y demás especialidades de amarillismo periodístico. (…) No solo desaparece la libertad de expresión cuando la reprimen o la censuran los gobiernos despóticos. Otra manera de acabar con ella es vaciándola de sustancia, desnaturalizándola, escudándose en ella, para justificar atropellos y tráficos indignos contra los derechos civiles”.
El autor de la anterior reflexión, no es el profesor Earle Herrera ni la diputada Desireé Santos Amaral y mucho menos el intelectual Luís Britto García, se trata de un extracto de un escrito de reciente data del conocido novelista peruano y connotado representante de la derecha mundial, Mario Vargas Llosa.
En su artículo “La civilización del espectáculo”, reproducido el domingo 03 de junio en el diario El Nacional, el destacado escritor realiza una interesante disertación sobre un fenómeno que puede ser definido, palabras más, palabras menos, como la creciente banalización de la prensa seria y equilibrada, en una sociedad moderna donde cada vez se le rinde más culto a las trivialidades. Aunque en el texto existe una crítica velada a la decisión del gobierno del presidente Chávez de no renovarle la licencia a la televisora RCTV, en general consideramos que las reflexiones efectuadas por el pensador peruano vienen como anillo al dedo, a propósito del debate surgido actualmente en el país.
Tras la salida del aire de RCTV, una organización de colegas abanderados por los periodistas Tamoa Calzadilla (Últimas Noticias) y Alonso Moleiro (El Nacional) han conformado una suerte de frente en favor de la Libertad de Expresión y han convocado a un diálogo con los comunicadores que laboran en medios públicos y privados, para discutir sobre el periodismo que se está haciendo en Venezuela.
La iniciativa de ambos no sólo es plausible sino impostergable. Es más, desde hace mucho tiempo se impone una sincera autocrítica, tanto en los medios privados como en los del Estado. Sin embargo, no deja de causar cierta preocupación que en este novísimo frente se perciba desde ya un tufillo de condena a priori sobre el accionar del gobierno y la parcialización de los colegas que laboran en medios estatales, mientras se observa cierta tendencia a ser menos duro a la hora de juzgar el proceder, de buena parte, de los comunicadores que prestan sus servicios en las empresas de información privadas.
Es cierto que los medios del Estado mantienen una línea editorial de abierto respaldo al gobierno, negarlo sería tapar el sol con un dedo. No obstante, no es menos cierto que en 2002 (y esto hay que recordarlo hasta el cansancio, aunque a algunos les produzca escozor, porque es allí donde está el germen de todo lo que estamos viviendo hoy) una apabullante maquinaria mediática se confabuló con agentes internos y externos para derrocar a un presidente constitucionalmente electo.
El diario donde trabaja Moleiro publicaba en su titular de primera página, ese fatídico 11 de abril, que “La Batalla Final sería en Miraflores” y en efecto decenas de compatriotas, tanto chavistas como opositores, fueron asesinados en esa nefasta jornada. Marcel Granier, presidente de las empresas 1BC y gerente general de la televisora a la que se le acaba de vencer la concesión, admitió después públicamente que él manejaba información según la cual ése 11 de abril se producirían hechos violentos, sin embargo su canal fue uno de los más esmerados en animar a la gente hacia esa “batalla final”, que extrañamente ya avizoraban también los directivos de El Nacional la noche previa al 11-A. Después -salvo las honrosas excepciones de Últimas Noticias, Panorama y Radio Fé Y Alegría- vino el apagón informativo que pretendió silenciar la reacción civil y militar, que trajo de vuelta a Chávez al poder. Luego, por si fuera poco, todos los medios (impresos, audiovisuales y radiofónicos) cedieron la mayoría de sus espacios para el teletón de psicoterror colectivo del paro-sabotaje-petrolero. Posteriormente, cuando las mayorías chavistas se impusieron contundentemente en las urnas en el referendo revocatorio de agosto de 2004 y en diciembre de 2006, buena parte de esa maquinaria mediática siguió empeñada en desconocer al chavismo y muy dispuesta a mantener una línea editorial con un abierto sesgo antichavista. Señores, el periodismo que hacen en VTV es progobierno, pero fue una forma de hacer periodismo que surgió como respuesta al ataque enzañado e inclemente de una cayapa de más de 400 emisoras radiales de AM y FM, más de 80 periódicos nacionales y regionales y todas las televisoras privadas (Televen, RCTV, Venevisión y Globovisión). En resumen, si de condenar se trata, a mi juicio, no cabe la menor duda de que ese periodismo que pone el acento en los aspectos positivos de este gobierno es menos dañino que un periodismo amarillista y en muchos casos deshonesto, cuyo único fin es truncar un proyecto político, porque no gusta o sencillamente no conviene. Entre 2002 y 2006 ¿cuántas noticias publicadas en El Nacional y El Universal terminaron siendo burdas falacias?, recuerdan los casos de Eucaris Rodríguez, el supuesto espía cubano Rosabal, el presunto testigo de los soldados quemados en fuerte Mara, las matrices de opinión contra la confiabilidad de los resultados del CNE, el trabajador de Pdvsa que supuestamente había muerto quemado y no fue así; las falsedades publicadas por colegas como Ibéyise Pacheco y Alicia La Rotta, desprestigiando impunemente el buen nombre de ciudadanos y ciudadanas, por el mero hecho de ser funcionarios de gobierno. Veamos el espejo de lo que pasó en Ruanda donde los medios de comunicación instigaron y atizaron una verdadera masacre genocida, ¿es eso lo que queremos para nuestro país?. Los medios son muy efectivos cuando se usan para promover el odio y la violencia, pero también pueden y deben ser un espacio para el encuentro en condiciones equilibradas de los distintos actores que integran la sociedad. El pueblo venezolano aún está esperando un Mea Culpa de todos sus medios, pero especialmente de la maquinaria privada por su accionar delictivo en abril de 2002 y durante el paro-sabotaje-petrolero. El norte no debe ser un oposicionismo rabioso, ni una actitud gobiernera-jalabolas, tiene que llegar el día en que principios elementales como el equilibrio y la veracidad vuelvan a ser el norte de una profesión muy hermosa, pero que mal ejercida, por ignorancia o falta de ética, puede ser un arma letal. Es por eso que saludamos la iniciativa de Moleiro y Calzadilla, pero si no se aborda el tema de la libertad de expresión con una visión de verdadero amplio espectro, mucho me temo que la propuesta servirá muy poco para adecentar el papel de los periodistas en nuestra sociedad y limpiar el buen nombre de un oficio que ha sido puesto por el subsuelo por el pésimo ejercicio de colegas de ambos bandos.